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Tu destino ¿lo construyes o lo eliges?




La meta del camino está en cada paso, pero el destino aguardará el último respiro de tu alma.


La pregunta existencial que por estos días propongo responder es, ¿puede el hombre elegir más allá de las cosas cotidianas, como qué vestir, qué comer, qué comprar, qué carrera seguir o dónde viajar? ¿Hay algo más allá? ¿Hay un sentido y un destino atados a ciertas elecciones? ¿Podemos cambiar lo que ya ha sido determinado? 

La vida y la muerte, principio y fin de nuestra existencia presente nos fuerzan a aceptar que no somos nosotros quienes determinan las reglas de juego. Venimos a la vida sin decidirlo, y morimos aunque no lo queramos. Tales son los grandes extremos que las Sagradas Escrituras tratan desde sus inicios. La vida y la muerte, la bendición y la maldición. 

Entendemos entonces que dentro de la realidad que nos ha sido dada tenemos la capacidad también recibida, para poder elegir entre dos o más premisas, dos o más opciones. 

Muchas elecciones no tienen importancia, como por ejemplo el color de vestido que usamos, o el modelo de auto que compramos, y digo importancia en comparación a cosas que sí influyen en quiénes somos y lo que atesoramos en lo profundo de nuestro ser. Otras elecciones sí nos afectan, como el elegir casarnos y tener hijos, por ejemplo. Pero estas elecciones no son nuestro destino, son parte del camino, de las formas y maneras en que transitamos por esta vida, pero el destino es algo más y no está ligado a nuestro estado presente sino a nuestro estado final

Nuestro estado final. Sabemos que aunque elijamos una vida sana y sabiamente vivida, envejeceremos igual, con lo cual todas nuestras funciones decaerán, y nuestro estado de salud, nuestras posesiones, nuestras relaciones, se verán afectadas. O sea que nuestro estado presente variará a lo largo de los años, siempre y cuando nuestra vida no se vea interrumpida antes de tiempo. 

Entonces, ¿no es sabio preguntarse por ese estado final? ¿No es más importante el fin del negocio que el principio del negocio? ¿No es la meta lo que le da sentido a la largada? 

Por lo tanto, aquí estamos enfrentando esa pregunta que no suele ser objeto de seria reflexión, ya que el mundo conspira contra el pensamiento profundo, llenando tu vida de cosas, metas y deseos, ocupaciones legítimas por cierto, pero que mal priorizadas pueden traicionar lo más preciado de tu existencia: tu propia alma delante de Dios. 

Cuando pues hablamos de Dios y el alma, revolucionamos el sistema de valores de la vida promedio del común de la gente moderna. Mientras la mayoría de las personas tiende a medir su vida mediante sus posesiones, logros y metas cumplidas, etc., la palabra de Dios juzga nuestra vida en relación a nuestra respuesta a sus palabras. Con lo cual la elección está puesta sobre la mesa, por un lado el sistema de valores y creencias del mundo (léase humanos/socioculturales) y por el otro, los valores y la verdad según Cristo (como revelación final de Dios en las Sagradas Escrituras). 


¿Elegimos creer o no creer? O preguntado de otro modo ¿nos dejamos convencer por ciertos argumentos porque estos responden mejor a nuestros propios intereses y desechamos los argumentos contrarios sin esforzarnos por juzgarlos? 

La búsqueda siempre es parte de nuestra vida. Buscamos, todos buscamos algo, alguien, y de igual manera todos nos preguntamos por ese algo o alguien que define nuestra vida, dándole sentido. 

Por eso nuestra vida puede tener sentido aunque quitemos a Dios de ella, porque sin embargo vamos a poner a personas, familiares, parejas, o actividades alrededor de quienes hacer girar nuestros intereses. Claro que cuando las relaciones concluyan por separación o muerte, la vida se derrumbará, y nuestra motivación para vivir se habrá ido. Aclaro que también quienes viven teniendo en cuenta a Dios pueden sufrir de igual manera la pérdida de afectos, la tristeza y el desaliento. Pero la diferencia está en el suelo mismo sobre el cual se sostiene el corazón de su vida, la raíz del árbol. Si perdieras todas las cosas, ¿tendrías o seguirías teniendo una relación con el Dios inmortal e invisible que sostiene tu vida y toda la creación?  

Y si Dios es quien te dio todas las cosas, ¿no es digno de nuestra gratitud, reconocimiento y confianza?

Sin embargo, la elección de muchos es abrazar el regalo y despreciar al Creador de todos los dones. Tal vez sea este el punto en el que se resume el destino final de nuestra alma, destino que recibe una dirección definida por nuestra respuesta, reacción y relación con respecto al Creador y su comunicación hacia nosotros a través de lo creado y sus Palabras. 

Hay quienes se justificarán, recurriendo a distintas razones de por qué no creen en un dios, o en el Dios de la Biblia, etc. Hay quienes dirán que creen en Dios, pero superficialmente, ya que en lo profundo no poseen convicciones firmes fundadas en lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo a través de sus profetas y de Jesucristo. Y hay quienes dirán que han creído al testimonio de las Escrituras, y han depositado sus vidas, el destino final de sus almas, en las manos del Hombre que murió y resucitó para cumplir el propósito de Dios en favor de todo ser humano que elige creer al testimonio de Dios.

La elección de un destino entonces, sólo es posible si existe un destino más allá de nuestra presente experiencia existencial. Si morir y dejar de ser es el final, no hay posibilidad de elegir el destino del alma que tampoco entonces habríamos de tener. Pero si hay un Dios, y una existencia después de la muerte, entonces, amigos, la elección más trascendental e importante de todas es la que demos delante de lo que ese mismo Dios pone a nuestro alcance. 

Y su Palabra que ha atravesado milenios declara: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.” (Deuteronomio 30:19-20)

Próximamente hablaremos del destino final que Dios ha construido para los que le aman. 


N.M.G.

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