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La Supremacía del Triunfo de la Gracia Salvadora

 




Ante todo el evangelio es un mensaje de victoria. El gran triunfo de Dios a favor del ser humano. Por eso leemos la Escritura donde el Señor Jesús dijo: “No vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.” (Juan 12:47 PDT). Jesús es nuestra única esperanza en la hora de nuestra muerte. Y es en esa hora en la que deberemos enfrentar la verdad, la reconozcamos o no hoy, porque escrito está: “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

La salvación del evangelio ¿en qué consiste? Es evidente que la enfermedad, el sufrimiento, la debilidad y la muerte, no son para lo que Cristo murió. El evangelio no nos salva de esos problemas y padecimientos que todos los seres humanos por el hecho de serlo hemos de experimentar inevitablemente.

Entonces, preguntamos de nuevo, ¿de qué me salva el evangelio? ¿En qué consiste esa salvación?

Primero digamos qué es lo que el evangelio salva. Para ello leeremos los siguientes pasajes:

 “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.” (Santiago 1:21)

“para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.” (1 Pedro 1:7-9).

“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.” (Hebreos 10:39)

Vemos que el evangelio que nos anuncia la muerte y resurrección de Cristo Jesús tiene una finalidad específica: la salvación de nuestra alma.

La esperanza del evangelio es la redención de nuestra alma, y esa redención será manifestada finalmente en la resurrección en la que los salvos recibirán un cuerpo nuevo, incorruptible (véase 1 Corintios 15). Esta es la declaración del evangelio: la resurrección para vida eterna. Escuchemos la voz del Señor:

“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero… Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.”  (Juan 6:40; 44; 54).

Nuestra esperanza vive por la obra de Cristo, su muerte, para darnos perdón de pecados, y su resurrección, sabiendo que Él mismo es quien tiene el poder para resucitar a los que creen a sus palabras.

Pero antes es importante que entendamos que la resurrección nos llevará a un juicio. Por eso leemos:

“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” (Juan 5:24-29).

La resurrección nos enfrentará ante el justo juicio de Dios.

De esto habla el apóstol Pablo en el inicio de su carta a los romanos. Es por causa del juicio de Dios contra el pecado que todos necesitamos el evangelio para ser salvos en la hora en que todo lo oculto salga a la luz, y nuestra vida sea puesta en la balanza de la verdadera justicia, que viene del justo y omnisciente juicio de Dios que expone el interior de toda criatura (véase Hebreos 4:13). Por esto leemos que Pablo al escribirles a los romanos, en la primera parte de su carta plantea lo siguiente:

“¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;” (Romanos 2:3-8)

El evangelio nos trae un mensaje de salvación, una salvación para cada alma que ha de comparecer desnuda delante de nuestro Creador.

¿Qué debo hacer para ser salvo entonces?

Creer en el Salvador, Jesús, el Hijo de Dios. De manera que, cuando creemos y confiamos en Él, nos apropiamos de la declaración solemne de su mensajero: el “evangelio, … es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. (1:16-17) “… sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (3:19-26).

En el día del juicio, sabemos por la Escritura inspirada que Dios, “de ningún modo tendrá por inocente al culpable” (Números 14:18). Pero por la gracia de Dios, en el evangelio Dios ha provisto justicia al ser humano culpable (pecador). Este es el regalo, la locura de la predicación, el llamado celestial a reconciliarnos con nuestro Creador a quien hemos desdeñado.

Entonces, todos nosotros que temblamos frente a la muerte, tenemos una cita con Aquel que tiene en su mano la vida y la muerte eternas, la bendición y la maldición permanentes, el juicio final para justificación o condenación.

El triunfo de la gracia salvadora es la supremacía de Dios en Cristo derrotando toda potestad, demonio y fortaleza espiritual satánica que se levante contra todo aquel que invoca el nombre de su Señor y Salvador Jesucristo.

Esta es la victoria a la cual nos aferramos de todo corazón en plena certidumbre de fe: “a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Colosenses 2:13-15)

En la versión Palabra de Dios para Todos leemos: “Al bautizarse, ustedes fueron sepultados junto con Cristo, y también en el bautismo fueron resucitados con él. Eso fue posible debido a la fe en el poder de Dios, que se demostró cuando hizo resucitar a Cristo de la muerte. Antes ustedes estaban espiritualmente muertos debido a sus pecados y al no tener la circuncisión en su cuerpo. Sin embargo junto con Cristo Dios les dio la vida porque nos perdonó generosamente todos los pecados. Teníamos una deuda porque no cumplimos las leyes de Dios. La cuenta de cobro tenía todos los cargos contra nosotros, pero Dios nos perdonó la deuda y clavó la cuenta en la cruz. Él venció a todos los poderes y fuerzas espirituales a través de la cruz, desarmándolos y obligándolos a desfilar derrotados ante el mundo.”

En la hora de nuestra muerte, Cristo es nuestra salvación, nuestra alma descansa segura en Su victoria, por eso, escrito está: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.  ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Romanos 8:31-34).

Es nuestra alma a quien Cristo vino a salvar. Nuestro cuerpo mortal, envejece, enferma, y muere, pero la victoria del evangelio obrada por Cristo Jesús nos hace acreedores de la promesa celestial jamás imaginada, el regalo más inesperado, la mayor bendición de todas: gloria, honra e inmortalidad: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43) ¿Sabes a quién hizo Cristo esta afirmación?

 “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.” (Salmos 42:5)

No temas, pon tu confianza en Cristo, cree en el evangelio, y descansa en la esperanza de la resurrección que Él traerá, el día que haga justicia en la tierra, y toda rodilla se doble para confesar que Jesús, el Cristo es el Señor.

Todo aquel que invoque el nombre del Señor Jesús, creyendo en que Dios lo resucitó de los muertos, como muestra incontestable de sus declaraciones públicas, no será avergonzado, esta es la gracia para salvación que toda alma puede recibir al poner su confianza en Aquel que justifica a toda persona que pone su fe en Jesús y entrega de corazón su vida a los pies del Señor.

Esta es la victoria de Cristo, el Gran Pastor de las ovejas: la salvación de nuestras almas. Esta es la victoria del Evangelio que predicamos para salvación de todo el que creé. 

Amén.

N.M.G.








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