Los
cristianos, aquellos más allá del
nombre, aceptan la suprema y única importancia de Jesús en el propósito de la
vida humana, tanto de la vida social como de la persona individual.... Creen
que sin Él nada en la vida, ni en los asuntos humanos, tiene algún sentido; sin
Él no hay valores permanentes. Para ellos, la cronología común de a.C. (antes
de Cristo) y d.C. (después de Cristo); expresa una verdad: la vida de Jesús es
el episodio central en la historia de la humanidad según el cual toda la
historia debe ser evaluada y juzgada.
La
verdad del cristianismo no es una doctrina, es una persona. La realidad de
Jesucristo es la piedra fundamental de toda la esperanza cristiana. Romano
Guardini ha escrito textos reveladores sobre la importancia central de Jesús en
la vida, la creencia y el comportamiento cristianos.
“¿Qué es lo más seguro, tan seguro
que pueda vivirse y morir por ello; tan seguro que todo puede estar anclado en
esa realidad? La respuesta es: el amor de Cristo… lo realmente seguro solo el
amor de Cristo. Tampoco podríamos decir que es el amor de Dios, pues, en
definitiva, solo por Cristo sabemos que Dios nos ama. Y aunque lo supiéramos
por cualquier otro camino que no fuera Cristo, habría que reconocer que el amor
también puede resultar inexorable y tanto más exigente cuanto más noble. Sólo
por Cristo sabemos que Dios nos ama, porque perdona nuestro pecado (…) Encierra
una gran verdad lo que tantas veces se proclama, aunque de manera inadecuada:
el corazón de Jesús es principio y fin de todas las cosas”
Jesús
no es sólo el fundador del cristianismo, es su contenido. Es tan central en el
cristianismo como ningún otro fundador de una religión se atreve a proclamarse
ser.
Toda
religión se compone de tres elementos: el intelectual, el ritual o sacramental
y el personal o místico. EL elemento intelectual abarca aquello en lo que la
religión cree, sus doctrinas y dogmas. El elemento ritual consiste en los
sacrificios y ceremonias de adoración y el elemento místico es la relación personal
con el Dios que adoramos. En el cristianismo, Jesús se encuentra en el centro de
cada uno de estos aspectos. Él es el elemento intelectual, porque Él es la
doctrina en la que creemos. Él es la revelación. También es el elemento ritual.
Cuando la comunidad cristiana se reúne para la Cena del Señor, Jesús es la
eucaristía (el pan). Los otros sacramentos son sus gestos prolongados en el
tiempo y el espacio. Como dijo San Agustín: “Es solo Cristo quien bautiza,
confirma, perdona y sana”. Y Jesús es el centro de la vida mística. En Él
vivimos, nos movemos y somos. Fuera de Jesús no hay comunión personal con Dios,
no hay vida mística. Somos hijos e hijas de Abba solo en Cristo Jesús; heredamos
el Reino solo en Cristo Jesús; el misticismo cristiano es esencialmente una
relación personal en la que un miembro es un ser humano y el otro es el Dios
eterno revelado en Jesús.
“Jesús (…) es el centro del
cristianismo no solo por ser el centro del elemento intelectual, ritual y
místico sino, más aun, por ser el centro de la revelación original de Dios en
el Antiguo Testamento (…) Adán, el primer hombre, anticipa a Cristo el primogénito
de muchos hermanos y hermanas que nacerán de nuevo en la vida del Espíritu.
Moisés, el gran legislador del Antiguo Testamento, nos recuerda al Cristo que
liberará a su Pueblo de la ley y de su carga pesada e intolerable y que trae la
nueva ley del amor (…) Josué, el liberador, apunta a Jesús, que compró a la iglesia
con su sangre, liberándonos así del dominio del pecado (…) Todo el Antiguo
Testamento se ve completado con aquel evento único de Dios asumiendo nuestra naturaleza
humana.”
En
el Nuevo Testamento, Jesús eclipsa a todos los demás. No solo es el centro del Evangelio;
Él es el Evangelio, es la Buena Nueva. Los cuatro evangelistas jamás se
concentraron en otra personalidad. Los de la periferia se mantuvieron en el a
periferia, los marginales se mantuvieron en el margen. Nadie estaba habilitado
para tomar el lugar central. Se introdujo a varios individuos solo con el fin
de interrogar, responder o reaccionar ante Jesús. Nicodemo, la mujer samaritana,
Pedro, Tomás, María Magdalena, Caifás, Pilato y todos los demás forman el telón
de fondo para la persona de Cristo. Él minimiza a todo el resto. Y es así como
debe ser porque el Nuevo Testamento es el kairós
(‘la hora de la salvación’) y Jesús es aquella salvación. Cuando se cierre
el velo final, eclipsará a todos, césares, napoleones, pastores, presidentes,
doctores y eruditos, a todos los famosos y poderosos que han vivido en el curso
de la historia de la humanidad. Cada hombre y mujer que haya respirado será
analizada, evaluada y juzgada solo en términos de su relación personal con el
Carpintero de Nazaret. Como el fallecido T. S. Elliot lo dijo: “Oh, alma mía,
prepárate para encontrarte con Él, prepárate para aquel que sabe hacer
preguntas”. Esta es la verdadera comprensión teológica del Nuevo Testamento y
del señorío escatológico de Jesucristo.
“¿Qué
piensan ustedes acerca de Cristo? ¿De quién es hijo?”, es la pregunta crucial
del evangelio. Nuestra respuesta es el objetivo del Nuevo Testamento: “Que
conozcan a Dios y a Jesucristo, a quien Él ha enviado”.
Jesús
exigía que se tenga fe en Él. Le reprochó a sus discípulos en la barca azotada
por la tormenta: “Hombres de poca fe”.
Exigía que se tenga esperanza en Él: “Vengan
a mí todos ustedes que están cansados y agobiados y yo les daré descanso”. Y enfáticamente exigía amor por Él: “El que ama a padre o madre más que a mí, no
es digno de mí” (Mateo 10:37,RVR60).
En síntesis, Jesucristo se convirtió en el centro de la vida cristiana. No es sólo el corazón del cristianismo, es el centro de la humanidad y nos revela lo que es ser humano.
Tomado
de León y Cordero, La implacable ternura de Jesús de Brennan Manning, pp. 132-135
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