“… su fe es más valiosa que el oro,
porque el oro no dura para siempre. En cambio, la fe que sale aprobada de la
prueba dará alabanza, gloria y honor a Jesucristo cuando él regrese. Ustedes no
han visto jamás a Jesús, pero aun así lo aman. Aunque ahora no lo pueden ver,
creen en él y están llenos de un gozo maravilloso que no puede ser expresado
con palabras.” (1 Pedro 1:7-8)
El texto que sigue es una porción seleccionada que deseo compartir con aquellos creyentes que tienen, o anhelan tener, una fe "igualmente preciosa que la" de los apóstoles (2 Pedo 1:1). Una fe que nos lleva a estar unidos total y completamente a Cristo Jesús, de modo que el incomparable gozo de ver cumplidas sus promesas sea la meta gloriosa para quienes se nos ha dicho: "verán a Dios" (Mateo 5:8).
"... ¿Cuál
es la profundidad y la calidad de tu compromiso de fe? ¿Es un consentimiento
intelectual poco entusiasta a un préstamo barato de creencias dogmáticas? En el
último análisis, la fe no es un modo de hablar, ni siquiera de pensar, es un
modo de vivir. Maurice Blondel dijo: “Si quiere descubrir lo que una persona
realmente cree, no escuche lo que dice, sino observe lo que hace”. Solamente la
práctica de la fe puede transmitir lo que creemos. ¿La fe impregna toda tu vida?
¿Forma tu opinión acerca de la muerte? ¿Acerca del éxito? ¿Influye sobre la
manera en que lees las noticias? ¿Tienes un sentido del humor divino que ve a
las personas y los sucesos como parte del desarrollo del plan de Dios? Cuando
la realidad en la superficie de tu vida se vuelve turbulenta, ¿mantienes una
calma serena que se fija firmemente en la realidad suprema? …
Jesús
retrata un impresionante cuadro de los diferentes niveles de compromiso de fe:
“Contó
muchas historias en forma de parábola como la siguiente:«¡Escuchen! Un
agricultor salió a sembrar. A medida que esparcía las semillas por el campo,
algunas cayeron sobre el camino y los pájaros vinieron y se las comieron. Otras
cayeron en tierra poco profunda con roca debajo de ella. Las semillas
germinaron con rapidez porque la tierra era poco profunda; pero pronto las plantas se marchitaron bajo el
calor del sol y, como no tenían raíces profundas, murieron. Otras semillas
cayeron entre espinos, los cuales crecieron y ahogaron los brotes; pero otras semillas cayeron en tierra fértil,
¡y produjeron una cosecha que fue treinta, sesenta y hasta cien veces más
numerosa de lo que se había sembrado! El que tenga oídos para oír, que escuche
y entienda».” Mateo 13:3-9
En
esta atrapante parábola, Jesús describe cuatro grupos diferentes de personas
expuestas a la palabra de Dios. En primer lugar están los insensibles. Oyen la palabra, pero no les llega al interior de sus
corazones. El mundo invisible no existe para el hombre que racionaliza todo.
Las historias de la Biblia son agradables para los niños, pero no para los
adultos. La fe es un concepto anticuado para aquellos quedados en el tiempo,
una antigüedad de la Edad Media. Después de todo, no puedes pagar el alquiler
con la religión; son los músculos, la inteligencia, las conexiones y la fuerza
humana los que deciden, el resto es opio de los pueblos. Para el insensible, la
palabra de Dios no tiene ningún sentido, a lo sumo rebota sobre la oreja. La
cantidad de insensibles es incalculable.
Luego
Jesús describe a los superficiales. Son
personas abiertas, quizá demasiado. Están dispuestos a recibirlo todo, pero
nada echa raíz. Te los encuentras en todos los niveles de la vida eclesiástica,
son exponentes de cambio solo por el mero hecho de cambiar. Son campeones
apasionados de la renovación y la reforma, y desprecian fuertemente cualquier
cosa escrita entes de 1963. Son como las mariposas, se paran en miles de flores
para sacar provecho. Personas sanguíneas y del momento, hoy eufóricos allí
arriba en el cielo, mañana deprimidos a punto de morir. Su risa se apaga con
rapidez y sus lágrimas se secan aun más rápidamente. Desde luego, tienen sus
momentos de devoción. Al sonar las campanas de la iglesia los superficiales se
sienten cálidos y envueltos en una nube de nostalgia cuando se acerca la
Pascua. En sus hogares cuelga una cruz o un crucifijo, y una Santa Biblia ronda
por allí. Eso sí, no los sometas a pruebas de perseverancia. Que ningún
sacrificio desafíe su compromiso de fe. Jamás insinúes que el costo del
discipulado es alto y en los días que vienen podría ser enorme. En tiempos de
prueba, esconden la Biblia y entierran su cruz. Son personas volátiles en las
que no puede confiarse; la cantidad de ellos también es incalculable.
El
tercer grupo es el de los derrotados.
Es posible que hayan luchado noblemente por mucho tiempo por su fe. Tenían los
principios por los cuales querían vivir. Suponían tener una ética cristiana y
les resultaba impensado pasar una semana sin adoración. Sin embargo, sus altos
ideales colisionaron con la competencia del “mundo real”. El amor de Dios quedó
absorbido por los problemas mundanos. Las complicadas preocupaciones son
varias: la vida profesional, el romance, la capacitación militar, el
desplazamiento geográfico, la descendencia, la seguridad. El señorío de
Jesucristo se ve lentamente sofocado por el crecimiento de otras cuestiones.
Con la luz y el alimento interrumpidos, su firmeza es cada vez menor y
finalmente sufren una asfixia espiritual.
Por
último, Jesús habla sobre los victoriosos,
las semillas que cayeron en tierra fértil. Pero incluso aquí Jesús distingue tres
niveles de productividad para el Reino, tres escalones de compromiso de fe
entre los oidores genuinos de la Palabra de Dios. Los de treinta por uno, los
de sesenta por uno y los de ciento por uno.
El
de treinta por uno es a menudo un pilar de la iglesia. Está involucrado en
actividades y organizaciones relacionadas con ella. Lee algún periódico o revista
cristiano, ora todos los días, encuentra seguridad personal y tranquilidad en
las ceremonias. El culto y las reuniones de oración. Estas estructuras le
proporcionan cierta paz y le permiten continuar con su vida sin perturbaciones.
Sin embargo, retrocede ante las exigencias más radicales del evangelio. Puede
que se refugie en el legalismo, la moralidad y en un círculo artificialmente
cerrado de pensamiento y práctica. Los de treinta por uno contribuyen a
construir un mundo aceptable de gente agradable. Pero en el fuego de Francisco
de Asís y la pasión de María Magdalena le son extraños a su experiencia.
En
el sesenta por uno genuinamente se interesa por los demás. Abre las puertas
para la gente, se detiene en el camino para ayudar a alguien a cambiar un
neumático pinchado, trabaja en proyectos comunitarios. Jamás defrauda a la
gente porque cree que de eso se trata ser cristiano. Aplaude las reformas y la
renovación de la iglesia. Leyó a todos los autores cristianos indicados. Le
gusta experimentar diferentes formas de adoración. No acepta automáticamente lo
que le dice la institución de la Iglesia sino que prefiere pensar las cosas por
sí mismo. Insiste en que el cristiano sea “significativo y relevante”.
Su
mayor fortaleza radica en su convicción de que “ser cristiano”, significa amar
a los demás. Hay dos categorías de esto, el personalista y el activista social.
El personalista cree que las relaciones personales son la esencia del mensaje
del Evangelio. Está a favor del sermón dialogado, el saludo entre los miembros
y el café y los sandwiches posteriores. Lee y relee las Escrituras haciendo énfasis
en nuestras relaciones interpersonales. El activista social quiere que todos
seamos plenamente humanos y cita las palabras de San Ireneo: “La gloria de Dios
consiste en que el hombre vive”.
¿Qué
es lo único que le hace falta al sesenta por uno? La fe apasionada en la divinidad de
Jesucristo. No se ha entregado al ministerio del fuego del Espíritu que arde
internamente. Se mantiene lo suficientemente cerca del fuego para darse calor
pero nunca se sumerge en él; no sale ardiendo y radicalmente transformado. Es
un mejor hombre que la mayoría de aquellos con mejor moral pero no es una nueva creación.
Su
religión es buena y noble pero inadecuada
porque confunde elementos del cristianismo en general. Es admirable y digno de
elogio ayudar a la iglesia, obedecer los mandamientos, mantenerse actualizado
bíblicamente y amar a los demás. Sin duda estos son objetivos excelentes y producto
del Evangelio. Pero en la medida que se vuelven absolutos, el compromiso de la
fe se daña y el mensaje del Evangelio se devalúa.
El
de ciento por uno oye la Palabra de Dios y la comprende como un llamado a la fe
en la persona de Jesucristo. “¡Jesús es el mismísimo Hijo de Dios!”, esta es la
sorprendente y alucinante declaración de fe del de ciento por uno. Es igual a
la confesión de los primeros seguidores: “Jesús es el Señor”. Es la fe
apasionada de Pablo cuya vida era gobernada por un deseo: “Todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer
a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo y todo lo tengo por estiércol,
a fin de ganar a Cristo”. (Filipenses 3:8).
Una
vida llena de fe se hace efectiva cuando un cristiano se reduce a la nada por
una pura pasión. (…)
El
cristiano que da a ciento por uno quiere a Jesucristo y nada más que
Jesucristo. Conduce su vida con el solo propósito de buscar a Jesús,
desarrollar una relación personal con él, profundizar su conocimiento sobre Él
más íntima y sinceramente. Jesucristo es literalmente la persona más importante
de su vida. Cristo es el Señor de su vida y no porque acepta las doctrinas
intelectuales sobre Él sino porque le entregó su vida entera a Jesús.
Y al
hacerlo, entiende que el Señor no lo quiere solo cuando las cosas marchan bien,
cuando se siente fuerte, con coraje, inmune ante Satanás y el control de cada
situación. Esta es la actitud de los treinta y sesenta por uno, que sienten el
deber de ser perfectos o al menos muy buenos para que Jesús los acepte. Esto
ocurre porque no lo conocen. El cristiano repleto de fe constantemente vuelve a
Él en busca de perdón. La repulsión a sus propias debilidades y fracasos solo
redobla su confianza y dependencia del Señor.
El
corazón y la mente del ciento por uno están convencidos de que el Reino de Dios
ha venido en Cristo, que ahora es la hora de la salvación. Sabe que es el momento
crucial para seguir al Maestro. La urgencia del momento implica compromiso y
toma de decisiones; dejarlo todo y correr hacia Él. Como cuando un tornado se
aproxima furioso en nuestra dirección. No puedes postergar una decisión. No
puedes perder el tiempo. Esta es la hora de la salvación. Deja a tu madre y a
tu padre, acaba contigo mismo por el Reino, córtate un brazo, sácate un ojo,
pero por el amor de Jesucristo, no permitas que esta invitación quede sin respuesta.
¿Qué significa perder la reputación, la popularidad, el estatus, la vida misma
en comparación con ganar a Cristo? El momento más grandioso de la historia ha
llegado y va en camino rápido a su conclusión. ¡Abre la puerta! No es una
vendedora Avon quien llama. Es el Hijo de Dios. Su invitación es asumir un
compromiso serio.
Lo
que distingue al cristiano cuya fe es profunda, ardiente, poderosa y radiante
es justamente este compromiso. Y un compromiso serio que no se opone a la
alegría sino a la superficialidad.
(…)
Y la minoría victoriosa que no deja intimidarse por los patrones culturales de
una mayoría monótona, anónima y no creyente, celebrará como si Él estuviese
cerca, cerca en el tiempo, cerca en el espacio, siendo testigo de nuestros
movimientos, de nuestras palabras, de nuestro comportamiento. Como de hecho lo
es.
El
mundo lo ignorará. Puede que algunos cristianos y piadosos los llamen fanáticos
religiosos. Pero los victoriosos estarán en contacto con la verdad y la
realidad viviente. Su pasión y su compromiso serio con la Navidad será un
microcosmo, una muestra, un anticipo de sus vidas en Cristo Jesús a lo largo
del año siguiente...."
“León y Cordero, La implacable ternura
de Jesús”, de Brennan Manning, pp. 188-195.
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