angustia
1. Aflicción, congoja, ansiedad.
2. Temor opresivo sin causa
precisa.
“… tuve envidia de los arrogantes,
Viendo la prosperidad de los
impíos.
Porque no tienen congojas por su
muerte,
Pues su vigor está entero.” (Salmos
73:3-5)
El evangelio
en medio de una sociedad que vive pendiente de las apariencias, no encuentra
grietas donde filtrar su mensaje divino. La pretensión de independiente
autosuficiencia que han abrazado los hombres y mujeres de la era post-industrial,
los ha envuelto en una ficción de invulnerabilidad, en la que el humillarse de
corazón y reconocer su necesidad de Dios, es una idea intrusa que pronto
convertirá en un enemigo a cualquier religioso de turno que ose entrometerse en
la sagrada libertad de su búsqueda de autorealización.
Recuerdo un dicho que dice, “no
ves el río de lágrimas, porque le falta una lágrima tuya”. Se ha hablado mucho
de la resiliencia de las personas, creo que la mayor resiliencia que vemos hoy
en día, es de gente que aun en medio de las desgracias, rehúsa buscar la ayuda
de Dios. La superación personal, el triunfo sobre la adversidad, es gracias a
nosotros mismos, no hay ningún Dios a cual clamar, pedir, agradecer u honrar. El
éxito de los impíos radica en lograr las cosas sin Dios.
Es triste ver el
mensaje de la gracia y el perdón de Dios rechazados. Vemos personas que no
quieren desnudar su alma delante de la luz de la verdad. Las apariencias
humanas, mantener el estatus social, la reputación moral, no son más que hojas
de higuera con las que las personas ocultamos nuestra vergonzosa condición.
La vergüenza es parte de la
caída. Cuando un ser humano oculta lo que realmente es por dentro, sus íntimos
pensamientos, su egoísmo y orgullo convenientemente maquillados, sus temores,
perversiones, envidias, celos, engaños y mentiras, es porque está escapando de
la verdad de lo que realmente somos. Miserables pecadores, almas desfiguradas,
que no quieren aceptar su fealdad.
Pero Dios no envió a Cristo al
mundo para señalar nuestros defectos, no estoy escribiendo esto sino para
llamarnos al amor de la verdad por el cual podemos ser salvos de nosotros
mismos. Como un predicador escribió, el evangelio es un pordiosero diciéndole a
otro, dónde halló pan.
Y yo sé, que todo hombre tarde o
temprano será confrontado por la angustia. La culpa, el desencanto, la
autocondenación, y muchas otras aflicciones que pesan en la intimidad, no son
más que gritos existenciales que nos llaman a despertar a nuestra profunda necesidad
de ser sanados por Dios.
¿Dónde podemos hallar paz en
medio de este mundo cargado de males y aflicciones del cual intentamos ocultar
nuestras almas anestesiándonos con toneladas de series y pasatiempos, consumo y
diversión?
Jesús dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.” (Marcos 2:17)
Brennan Manning escribe: “Este es
un pasaje para ser leído y releído, porque cada generación ha intentado
oscurecer el brillo enceguecedor de su significado. Aquellos que fuimos heridos
por el pecado somos llamados a acercarnos a Él en torno a la mesa del banquete.
El Reino de Dios no es una subdivisión para los santurrones o para los que
afirman haber recibido visiones privadas de dudosa autenticidad y se jactan de
tener el secreto de su estado de salvación. No, como observa Eugene Kennedy, “es
para un número mayor de personas, más simples, menos avergonzadas, conscientes
de ser pecadores porque han experimentado los giros y la presión de la batalla
moral”. Los hombres y mujeres verdaderamente llenos de luz son aquellos que han
visto profundamente la oscuridad de su propia existencia imperfecta.” (en La
Furiosa Pasión de Dios).
En los tiempos que corren, la
gente está llena de cosas, pero vacía de la verdad de Dios. Muestra de ello es
que si hoy citamos lo que Jesús dijo: “No
solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”
(Mateo 4:4), la gran mayoría se encogerá de hombros sin entender bien lo qué eso
significa.
¿Dios ha hablado realmente? ¿Son
las palabras de Jesús declaraciones veraces que nos revelan a Dios? ¿Hay vida
en sus palabras?
No es coincidencia que cuanto más
llenas de sí mismas están las personas, más encerradas en su orgullo y cegadas
por sus logros, más rechacen venir a oír las palabras de Dios. Jesús fue
crucificado a causa del rechazo de la gente que despreció todo lo que Él
representaba. Y hoy la misma realidad espiritual se manifiesta de igual manera:
»No hay condenación para todo el que cree
en él, pero todo el que no cree en él ya ha sido condenado por no haber creído
en el único Hijo de Dios. Esta condenación se basa en el siguiente hecho: la
luz de Dios llegó al mundo, pero la gente amó más la oscuridad que la luz,
porque sus acciones eran malvadas. Todos
los que hacen el mal odian la luz y se niegan a acercarse a ella porque temen
que sus pecados queden al descubierto, pero los que hacen lo correcto se
acercan a la luz, para que otros puedan ver que están haciendo lo que Dios
quiere.” (Juan 3:18-21).
Dios quiere llevarnos a la luz,
la luz donde el engaño y la mentira son expuestos y quitados. Este es el
arrepentimiento al que nos lleva Jesús. El arrepentimiento por medio del cual
dejamos de ocultarnos detrás de nuestras apariencias superficiales, vanas,
pasajeras y decadentes. Amar la oscuridad, en el sentido bíblico que leímos
arriba, no es otra cosa que insistir en engañarnos, vivir una mentira, la
mentira en la cual creemos estar viviendo en un universo en el que no hay Dios,
no hay vida más allá de esta, nos creemos buenos, el pecado es un invento de la
nefasta religión, y nuestro rechazo a dar gloria, honra y gratitud al Creador
de los cielos y la tierra no es realmente condenable.
Realmente deseo que este mensaje
despabile tu mente y abra los oídos de quienes están sumidos en la vanidad de
este mundo, alejados de las palabras de Cristo, encantados por los beneficios
de la ciencia y la tecnología, sin saber de dónde vienen ni a dónde van, “sin
esperanza y sin Dios en el mundo.” (Efesios 2:12).
“Respondió Jesús: Mi reino no es
de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para
que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo
entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey.
Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a
la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:36-38)
¿Estás oyendo la voz del Señor
llamándote?
Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy
vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.”
(Juan 10:27).
Sea cual sea tu angustia, tus
pecados, tus secretos, tu dolor… Cristo vino a buscar y salvar lo que se había
perdido. Estas son las buenas nuevas de un evangelio que salva a los que nos
confesamos perdidos, necesitados, miserables, sucios, desnudos y frágiles. Esta
es la paz que recibimos cuando descansamos en la obra de la cruz de Jesucristo.
Esta es la gracia incomparable del Dios que rescata tu alma y borra todas tus
faltas, errores y maldades. Este es el canto de victoria en medio de esta oscura
noche, es el anuncio del amanecer que traerá la resurrección gloriosa de nuestra
eterna redención.
“Solo el Espíritu da vida eterna; los esfuerzos humanos no logran nada. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida... Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:63,68 NTV)
Ven a Cristo, pidiendo a Dios, oí
con fe las palabras que nos han sido dadas por Él.
Te invito a leer y meditar en el
siguiente Salmo, hasta que tu alma lo experimente.
“Alabaré al Señor en todo tiempo;
a cada momento pronunciaré sus alabanzas.
2 Solo en el Señor me jactaré; que todos los indefensos cobren ánimo.
3 Vengan, hablemos de las
grandezas del Señor; exaltemos juntos su nombre.
4 Oré al Señor, y él me
respondió; me libró de todos mis temores.
5 Los que buscan su ayuda estarán radiantes de alegría;
ninguna sombra de vergüenza les oscurecerá el rostro.
6 En mi desesperación oré, y el
Señor me escuchó; me salvó de todas mis dificultades.
7 Pues el ángel del Señor es un
guardián; rodea y defiende a todos los que le temen.
8 Prueben y vean que el Señor es
bueno; ¡qué alegría para los que se refugian
en él!
9 Teman al Señor, ustedes los de
su pueblo santo, pues los que le temen
tendrán todo lo que necesitan.
10 Hasta los leones jóvenes y fuertes a veces pasan hambre,
pero a los que confían en el Señor no les faltará
ningún bien.
11 Vengan, hijos míos, y
escúchenme, y les enseñaré a temer al Señor.
12 ¿Quieres vivir una vida larga
y próspera?
13 ¡Entonces refrena tu lengua de
hablar el mal y tus labios de decir mentiras!
14 Apártate del mal y haz el
bien; busca la paz y esfuérzate por mantenerla.
15 Los ojos del Señor están sobre los que hacen lo bueno;
sus oídos están abiertos a sus gritos de auxilio.
16 Pero el Señor aparta su rostro de los que hacen lo malo;
borrará todo recuerdo de ellos de la faz de la
tierra.
17 El Señor oye a los suyos
cuando claman a él por ayuda; los rescata de todas sus dificultades.
18 El Señor está cerca de los que
tienen quebrantado el corazón; él rescata a los de espíritu destrozado.
19 La persona íntegra enfrenta
muchas dificultades, pero el Señor llega al rescate en cada ocasión.
20 Pues el Señor protege los
huesos de los justos; ¡ni uno solo es quebrado!
21 Sin duda, la calamidad
destruirá a los perversos, y los que odian a los justos serán castigados.
22 Pero el Señor redimirá a los que le sirven; ninguno que se refugie en él será condenado.”
(Salmos 34)
Busca tu refugio secreto en
Cristo el Señor, y experimenta la gracia, la paz y la bondad del eterno amor de
Dios, nuestro Padre.
N.M.G.
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