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Razón contra Razón

 


"Un pájaro no canta porque tenga una respuesta, él canta porque tiene una canción"


razonar

1.verbo transitivo. Exponer razones para explicar o demostrar algo.

2.verbo intransitivo. Ordenar y relacionar ideas para llegar a una conclusión.

 

La capacidad de razonar nos permite aceptar algo o negarlo. El razonamiento es la herramienta dada a todo ser humano por medio de la cual podemos llegar a una conclusión sobre algo. Así, en un juicio los jueces deben a partir de las pruebas, razonar en base a ellas para llegar a determinar si un hecho ocurrió o no, quién lo cometió, etc. También en la ciencia, el razonamiento se aplica a la información de aquellos fenómenos observables, mensurables, y ante los cuales el ser humano también puede ordenar y relacionar conclusiones que lo llevan a descubrir leyes, constantes matemáticas, procesos químicos, etc., etc.

Nada de lo anterior sería posible si no aplicáramos nuestra razón. Para llegar a la verdad, sobre el pasado, por ejemplo, saber quién cometió un delito, o si Fulano estuvo en tal o cual lugar el día miércoles 2 de junio de 1977, es necesario que razonemos sobre la información que hallamos en el mundo. Para llegar a la verdad sobre la existencia de la replicación celular, necesitaremos observar en un microscopio el mundo microscópico en el que los procesos en el interior de una célula humana pueden ser vistos, y por lo tanto, no sólo tenidos por ciertos, sino también explicados en la forma que estos se producen, etc.

Hasta aquí podríamos decir que la razón nos permite observar hechos que ocurren en el mundo real y sacar conclusiones respecto de ellos.

¿Podemos en base a ese mismo principio sacar conclusiones respecto a Dios?

Esta respuesta debe ser razonada. Y es precisamente razonar a lo que nos estoy llamando en estas líneas.

Si observamos a los seres humanos nos vamos a encontrar con un denominador común entre aquellos que niegan la existencia de Dios o la realidad de un Dios Creador del universo que dio vida a todas las cosas y que, asimismo, determina el bien y el mal en términos absolutos.

El denominador común es la existencia de razones para sus afirmaciones. Por ejemplo, si Dios existe, cuestionan ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Por qué si la creación es perfecta existen las enfermedades?, y muchas otras preguntas por el estilo, que presentan argumentos con un punto en común: razonamientos humanos.

Pero estos razonamientos humanos tienen varios problemas. Primero, la limitada información. Su conocimiento de la realidad pasada, presente y futura es parcial, limitado, incompleto, y, además, puede contener información incorrecta y falsa. Todos sabemos que la información nos hace cambiar de parecer. Cuando sabemos algo que antes desconocíamos, nuestras conclusiones cambian. Por lo tanto, juzgar la existencia de Dios en base a lo que yo pienso de la incompleta información que tengo, es poco sensato, o en otras palabras, un criterio incorrecto.

Otro problema del razonamiento humano, es que parte de su propia subjetividad. Juzgamos el mundo desde nuestro propio parecer. Esto significa que es nuestra propia opinión personal la que ponemos como argumento para juzgar las cosas que la Biblia describe acerca de Dios. Por ejemplo, si leemos en la Biblia que Dios destruye toda una población por su perversidad y corrupción, tal vez opino que está bien, pero cuando Él destruye a hombres por otro tipo de pecados, tal vez me sienta inclinado a juzgar cuestionando sus acciones. El problema aquí, es que nuestros juicios de valor son humanos y relativos.

Veamos el problema de la subjetividad para juzgar con un ejemplo. Si nos encontramos con una tribu en donde sus prácticas con niños son aceptadas aunque a nosotros nos resultaran condenables, tendríamos que aceptar que el juicio de valor (bien o mal) de esa tribu no es el mismo que el nuestro. Y eso nos llevaría a la pregunta, ¿puede juzgarse un código moral de una población en base al código moral de otra? Para que pudiéramos hacer tal cosa, deberíamos aceptar la existencia de juicios morales objetivos (fuera de nosotros) y absolutos, esto es, aplicables a toda sociedad en todo tiempo y lugar. Pero eso no sería posible si el concepto de justicia no existe fuera de nuestras propias prácticas culturales y temporales. O sea que, si ciertas conductas pueden ser condenadas aun cuando un grupo humano las acepte como buenas (ej. sacrificio de niños a los dioses, venta de órganos, pedofilia, etc.), mucho más Dios puede juzgar y condenar actos que nosotros mismos no consideremos condenables, ya que nuestra percepción bien podría ser como la del ejemplo de la tribu.

 Como vemos, una forma correcta de razonar y argumentar nos permite también mostrar las limitaciones y deficiencias en los razonamientos que muchas veces se usan para negar a Dios y el testimonio de la Biblia.

Un razonamiento que es expuesto en una de las cartas del apóstol Pablo es el siguiente: “lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.” (Romanos 1:19-20).

La creación es una razón en sí misma. Todas las maravillas naturales, las innumerables criaturas del mar, los cielos y la tierra, los astros, con todas sus leyes y complejas interacciones, hablan claramente de un poder que les ha dado orden, vida, belleza, color, olor, sonido, texturas, dimensiones, y un interminable número de intrincados procesos físico-químicos, diseños e interrelaciones que cada día los científicos descubren. No en vano la mayoría de los premios nobels han reconocido una y otra vez, la existencia de Dios como única explicación posible a todas esas maravillas que ellos, con toda su elevada capacidad intelectual, han dedicado vidas enteras a estudiar.

Esta es la razón más elemental, en palabras de la misma Biblia: “Reconozcan que el SEÑOR es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos.” (Salmos 100:3)

Si no aceptamos esta razón, hemos llegado al final del camino. Y caemos en lo que el apóstol Pablo describió como resultado de una forma de razonar viciada, propia del dogma evolucionista: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.” (Romanos 1:21-23).

El razonamiento nos permite reconocer la existencia del Dios Creador, sin embargo, un razonamiento equivocado, nos apartará de la verdad, y nos convertirá en negadores de la abrumadora evidencia de Sus obras.

Hasta aquí podemos concluir que, si parto de la creación que me rodea, y de mi propia conciencia y ser, como una maravilla autoevidente, la existencia de mi Creador infinitamente poderoso y sabio, es el resultado lógico*. Si en cambio, elijo sostener que toda la creación incluyendo todo mi ser, y los que me rodean, son el producto del azar fortuito en un universo que nadie gobierna y que nadie creó, estaré abrazando el argumento que ya el mismo apóstol Pablo describió hace 2000 años: habiendo conocido a Dios (“lo que de Dios se conoce”: sus obras), no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias (no lo reconocieron), sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido (del razonamiento incorrecto se sigue las consecuencias de una conciencia cegada). Profesando ser sabios (se  pretende dar categoría de científica a lo que no es más que una teoría sin ningún mecanismo subyacente jamás demostrado), se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible (reconocer el poder del Creador) en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles (los animales como única fuente de nuestra compleja existencia).

Nuestra conciencia está presente, ininterrumpidamente, de manera universal, de modo que todos podemos pensar, reflexionar y sacar conclusiones. Es por esta razón primordial que el hombre y la mujer pueden ser juzgados. La incredulidad es un pecado que consiste en negar la existencia de una realidad que nos supera, y de nuestra dependencia como criaturas puestas en un universo hecho y ordenado por un Creador que se ha manifestado en la historia de la humanidad.

Desde el momento que planteamos la realidad de conceptos como justicia y verdad, nos sometemos a un juicio de valor universal que demanda una respuesta a las siguientes preguntas ¿Es Dios la fuente objetiva de todo, y por tanto la justicia y la verdad encuentran en Él su absoluto? ¿O es el hombre la medida de sus propias ideas relativas sobre la verdad y la justicia, de modo que cada hombre es su propio dios, y por tanto, ninguna idea le puede ser impuesta con base a una Razón Universal superior (El Logos**)?

Estas preguntas están implicadas en el mismo pasaje de la carta a los romanos que hemos citado más arriba, de modo que el apóstol Pablo declaró en esas mismas líneas que: “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Ro. 1:18). La mentira es un tipo de injusticia. Negar a Dios no es solo afirmar una mentira, es un acto injusto, es actuar injustamente contra el Autor de la vida. Si es injusto desacreditar a un hombre recto, ¿cuánto más lo será desacreditar al Legislador y Juez del universo?!

Por esta razón la voz de Dios resuena a través de la pluma del salmista: “Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo volveréis mi honra en infamia, Amaréis la vanidad, y buscaréis la mentira?” (Salmos 4:2)

La justicia y la verdad no pueden ser separadas. En el reino animal los animales se doblegan por la fuerza bruta. Pero en el reino de los hombres, es la razón la que con-vence. Si un ser humano no entra en razón con respecto a su origen, si no reconoce que su existencia es especial, valiosa, responsable, y con propósito, que proceden de un Dios que nos habla y que espera una respuesta espontánea, se reduce a sí mismo al nivel de las bestias que perecen, es decir, a tener una existencia que está signada por la ignorancia de la trascendencia espiritual de la existencia humana.  


N.M.G.

(*) “Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo

    y me entretejiste en el vientre de mi madre.

 ¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo!

    Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien.

 Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto,

    mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz.

 Me viste antes de que naciera.

    Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro.

Cada momento fue diseñado

    antes de que un solo día pasara.

 Qué preciosos son tus pensamientos acerca de mí, oh Dios.

    ¡No se pueden enumerar!” (Salmos 139:13-17)


(**) En la retórica y la filosofía, "logos" (del griego Λόγος, que significa "palabra", "razón", "discurso" o "principio") se refiere a un argumento que apela a la lógica y la razón. En otras palabras, es un modo de persuasión que se basa en la presentación de evidencia, razonamiento y evidencia empírica para apoyar una idea o conclusión.

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