"El principio de la sabiduría es el temor de Jehová;
Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza." (Prov. 1:7)
Este apartado trata de cómo se produce la santificación en los creyentes, que por ello mismo llegan a ser "verdaderamente mis discípulos", dice el Señor, debido a que llegaron a conocer la verdad por medio de sus palabras, y fueron librados del pecado por "el Hijo" (ver Juan 8:31-36).
La santificación se podría explicar como la ciencia del conocimiento de lo que Dios ama y de lo que Dios aborrece, de tal manera que al unirnos en un Espíritu con Él, nosotros practicamos la palabra que dice: "El temor de Jehová es aborrecer el mal" (Prov. 8:13)
Cuando se ama la sabiduría y la enseñanza (las cuales son transmitidas por la Palabra, que hace a la sana doctrina) se comprende el temor de Dios, de donde todo el que hace lo malo no viene a la luz para no ser reprendido, pero el que ama la luz de la Palabra, viene a la verdad para ser santificado, esto es, para participar de la naturaleza divina (para lo cual uno debe ser corregido: Hebreos 12:4-10), en la cual el pecado es odiado y lo bueno, lo justo y la verdad son exaltados.
Lo dicho arriba se sintetiza en estos versículos del Proverbio 2:
"Hijo mío, SI RECIBIERES mis PALABRAS,
Y mis MANDAMIENTOS GUARDARES dentro de ti, (v.1)...
ENTONCES ENTENDERAS
el temor de Jehová,
Y hallarás el conocimiento de Dios. (v.5)...
ENTONCES ENTENDERÁS
justicia, juicio Y equidad, y todo buen camino.
Cuando la sabiduría entrare en tu corazón,
Y la ciencia fuere grata a tu alma, (v.9-10)"
La sabiduría entrando en nuestro corazón es figura del Espíritu Santo viniendo a morar en el creyente y guiándolo por medio de la renovación de su mente "a toda verdad":
"En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre,que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad." (Efesios 4:22-24).
Aquellos que ponen por obra esta palabra son los bienaventurados, aquellos que hallarán agradable y perfecta la voluntad de Dios, la cual tendrá como resultado "fruto apacible de justicia" (Heb. 12:11) en sus vidas. Tal es la obra de santificación que opera el Espíritu de Dios en quienes son verdaderamente sus hijos.
Por esto nuestro Señor oró diciendo: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (Juan 17:17)
Recibir la Palabra de Dios es recibir la revelación de Su persona y de su voluntad, de modo que la fe y la obediencia están inseparablemente unidas e implicadas.
Esto nos lleva al segundo punto de vital importancia en este tema: nuestra entrega total a Dios, nuestro compromiso absoluto para que la santificación sea completa de modo que se cumpla la Palabra:
"Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo." (1 Tes. 5:23)
Sobre esto me gustaría compartir la siguiente reflexión:
Algunos leen "...todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas." (Juan 3:20) y piensan en "hace lo malo" en sus propias ideas sin tener presente afirmaciones de Cristo como "No se puede servir a Dios y a las riquezas", "el que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí" o la que nos advierte que "el que no renuncia a todo lo que posee no puede ser (su) discípulo".
Esto nos lleva a señalar la siguiente verdad que hallamos quienes avanzamos en este Camino: puede ser fácil dejar malos hábitos, o sentar cabeza. Puede resultar fácil "cuando tengo ganas" o, más aun, cuando el resultado de mi esfuerzo tiene por finalidad que mi ego sea engrandecido.
Lo verdaderamente difícil es entregar todos los aspectos de nuestra vida a la obediencia y el servicio a Dios, lo cual está inseparablemente ligado con lo que hacemos con nuestro tiempo, dinero, recursos (fuerzas) y afectos. Que nosotros seamos negados para que Cristo viva en nosotros para la gloria del Padre, eso es lo verdaderamente difícil, la santificación que sólo el Espíritu de Dios puede obrar en nuestros corazones.
Por todo esto, si nuestro cristianismo no involucra todo nuestro ser, es una vana ilusión. Por eso es necesario tomar más en serio y con mayor diligencia sus palabras escritas:
"Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento." (Marcos 12:30)
Dios te bendiga estimado lector.
N.M.G.
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