“ Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios... De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido
del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:3,5-6. RVR60)
“Jesús le respondió: —Te digo la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el reino de Dios.... —Te digo la verdad, nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de agua y del Espíritu. El ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida espiritual nace del Espíritu Santo”. (NTV)
“Jesús le respondió: —Te digo la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el reino de Dios.... —Te digo la verdad, nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de agua y del Espíritu. El ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida espiritual nace del Espíritu Santo”. (NTV)
Me acabo de sentar después de cenar una
riquísima pizza hecha por mi esposa; como estaba sin internet en una noche de día feriado estaba un poco perdido, así que me senté a escribir.
Hace poco se cumplieron
diez años desde que comenzamos a usar Facebook, una de las redes sociales más
usadas del planeta. Diez años interactuando por medio de internet, aunque en
realidad son más años aún, cuando años más atras se usaba el Messenger, los
foros de discusión, y demás. Y así, internet al igual que el tiempo, no nos da tregua.
Dejamos escapar mucho tiempo mientras contemplamos cientos de comentarios, videos, noticias, mensajes,
fotos, avisos de venta, etc., etc. Es demasiado caudal para cualquier navegante.
Demasiados caminos, demasiados contenidos. Pero está bien, es parte del mundo en que vivimos, como el
tránsito vehicular que tanto detesto, pero del que al fin de cuentas también
formo parte. Y la comida con químicos, y todas esas cosas que debemos
resignarnos a que sean parte de nuestra cotidianeidad.
Así que, abrí un pequeño
archivo en mi PC, y me senté a escribir un poco, para recordar alguna vez, o para
que alguien sepa lo que pasaba por mi mente veinte días antes de cumplir cuarenta
y un años de vida.
Voy a ser sincero, la vida es
como los contenidos de internet, no nos sacia, buscamos y buscamos sin alcanzar
eso que nos mantiene en constante espera. Pero aquí a la vida que me estoy refiriendo
es a esa vida de tránsito vehicular, ofertas en internet, series de televisión,
trabajo, rutinas, y deseos a la espera de ser saciados. Esa vida que es en
realidad superficial, exterior, que trata con nuestro cuerpo, apetitos y emociones, que intenta
seducir nuestra alma, pero que no es la vida que Dios nos ofrece vivir. No es
la vida que se puede comprar o manufacturar. La vida que viene únicamente de Dios, es una vida cuya experiencia comienza en lo más
íntimo de nuestro ser. Una vida espiritual, nacida del Espíritu, una vida que
no está sujeta a las circunstancias, sino que está por sobre toda
circunstancia. La vida de Dios es la vida de Cristo, una vida de revelación y
fe, esperanza y amor, de entrega total a su Padre que está en los cielos.
Fue el apóstol Pablo quien puso a
esta vida, “la vida eterna”, en su contraste con la vida de los sentidos y
emociones y deseos. Es en este poderoso pasaje de su segunda carta a los
Corintios cuando el apóstol nos lleva al interior de su corazón y experiencia
de vida cristiana auténtica, para que también los que queremos vivir
piadosamente en Cristo Jesús tengamos un poderoso testimonio con el cual
inspirarnos, fortalecernos y consolarnos. Dice así:
“No damos a nadie ninguna ocasión
de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos
recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en
tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en
tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en
longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de
verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por
honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero
veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos;
como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como
pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo
todo.” (2 Cor. 6:3-10).
Quienes acudimos al llamado de Dios, seguimos caminando en el mismo mundo de siempre, con sus afanes y deseos, males y problemas, pero con una nueva vida, una que tiene una nueva patria, la celestial, un nuevo amor, el que adora a Jesucristo, y lo confieza con cánticos de gracia y oraciones a Dios el Padre que nos ha dado el evangelio de su único Hijo.
Por eso, cada vez que pongo los ojos de mi mente en el reino de los cielos, la vida adquiere sabor, la música del alma entona melodías para elevar alabanzas a su Creador, y toda la vanidad de este mundo, y todos los achaques de esta vida, encuentran su contrapartida, en el misterio de la fe y la gloriosa verdad que es en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, el que venció al mundo y todos los reinos espirituales de maldad, en el mismo momento que creyeron que estaban venciéndolo.
Así que, una vez más viene a mi mente la palabra que dice:
"Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe." (1 Juan 5:4).
N.M.G.
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