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Un nuevo año hacia la eternidad




Unas breves palabras en el inicio de este año 2020.

Un nuevo año comienza, nuevas resoluciones, nuevo ciclo para renovar el ánimo. Pero hay algo que permanece firme (en nosotros, los que somos de Cristo), inamovible, año tras año, la meta de la fe. Todo lo demás queda en segundo lugar. Primero el Padre celestial. Primero la paz del Señor Jesucristo. Primero el descansar en sus promesas. Primero fortalecernos en el Señor. Primero agradecer. Después, avanzamos, sólo después.

Pienso que todos deseamos grandes cosas en la vida. Lo grande, lo excelente, lo mejor. El año pasado recuerdo haber predicado sobre ese tema. "Lo mejor, lo excelente, lo perfecto" (I y II). El deseo de nuestras almas busca ser satisfecho, ser completado, ser alcanzado. Y ese deseo de gloria sólo Dios puede realizarlo. Sólo en Cristo hay satisfacción duradera. Y esto que digo, no es una teoría, no es información que leí, es una experiencia real, personal, genuina, "de arriba" (Colosenses 3:1), recibida "de lo alto" (Santiago 3:17). 

Nada ni nadie puede saciar esa sed de nuestra alma, sino la verdad que viene del Espíritu de Dios mismo. Por eso, desde el primer día que conocí al Señor "en espíritu y en verdad" (Juan 4:23; Juan 14:17), experimenté la realidad de sus palabras: “Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed, pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna.” (Juan 4:13-14 NTV).

Así, la alabanza y la gratitud siguen brotando cada día, para dar gloria a Aquel que me ha dado vida eterna, una vida que no envejece con el paso de los años, sino que permanece y se extiende más allá de esta vida, para alcanzar las promesas del Padre a todo aquel que cree en el testimonio de su único Hijo.

La fe nos permite recibir hoy lo que palparemos más adelante. De modo que cada día caminamos “no mirando las cosas que se ven, las cuales son temporales, sino las que no se ven, las cuales son eternas” (2 Cor. 4:18). Así que, este nuevo año, la resolución primera es continuar caminando cada día de la mano de nuestro Salvador, Cristo Jesús, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” (Col. 2:3) De esta manera la corrupción que reina en el mundo no hallará cabida en nuestro corazón, y todo lo que vivamos este año, continuará siendo, para la gloria de Dios, que nos da la victoria.

Por eso, “… gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:57-58).
Amén.

N.M.G.

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