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La Fe de los Cristianos



Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios.” (Efesios 2:8 NTV)

"... y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no podrán prevalecer contra ella". (Mateo 16:18)

“… para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.” (1 Pedro 1:7-9)

Esta declaración del Señor es de gran importancia, porque nos habla del fundamento/base/cimiento de su obra: "sobre esta piedra edificaré mi iglesia".

Y de su estabilidad/permanencia/seguridad/éxito: "las puertas del infierno no podrán prevalecer contra ella".
El Señor es quien edifica, o sea, hace crecer algo para que llegue a su destino/diseño/propósito. Así, Él nos dice que al discípulo le es suficiente ser como su maestro. O sea que todo aquel que comienza a aprender de Cristo, tiene en Él el modelo y la estatura que debe alcanzar. "Sean imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo" escribe el apóstol Pablo.

Bien, el Señor edifica su iglesia, tal como leemos. Ahora, hay un punto importante, fundamental, que deseo que entendamos al leer la Escritura: ¿sobre qué esta edificada la iglesia del Señor? ¿Sobre qué "piedra" la edificaría?

El catolicismo romano enseña que ese pasaje, en el que el Señor comienza preguntando quién decían los hombres que era él, la piedra sobre la que Cristo edificaría su iglesia, sería el propio apóstol Pedro. Pero, ¿qué dice la Escritura, qué enseña?

¿Cuál es la piedra fundamental? Y para desestimar de plano la falsa enseñanza romana, agreguemos ¿sobre qué estaba asentado Pedro como creyente, sobre qué base sería edificada su fe? ¿Sobre qué se cimentaba la salvación del apóstol que escribió: "ustedes también como piedras vivas, sean edificados para ser un templo santo en el Señor"? Antes de seguir recordemos la declaración del apóstol Pablo quien escribió que: "nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (ver en contexto 1 Corintios 3:10-11)

La respuesta vital se halla en la bienaventuranza de Pedro, cuando el Señor Jesús le dice que su conocimiento de quién era Él, provenía de su Padre mismo, y no de la opinión humana.

"Bienaventurado eres... porque... te lo reveló... mi Padre que está en los cielos" (Mateo 16:17)
Si tuviéramos un pensamiento carnal, carente de toda revelación espiritual, diríamos que Cristo nunca edificó una iglesia, porque jamás construyó templo alguno. Este ejemplo irrisorio que planteo, es para que también veamos lo equivocado de pretender que la iglesia de Cristo, esto es, los hombres y mujeres que son sus discípulos, hijos e hijas de Dios, se edifiquen (sostengan/dependan/sustenten) en un mero hombre. Porque escrito está: "malditos son los que ponen su confianza en simples seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan el corazón del Señor"  (Jeremías 17:5).

En tal sentido leemos la maldición (anatema) hacia cualquiera que extravía a los creyentes para apartarlos del verdadero evangelio de Jesucristo, como vemos en Gálatas 1:8-9, y la maldición (anatema) que recae sobre quien no ama a Jesucristo, como dice el  en su carta (1 Cor. 16:22).

La maldición, está sobre quienes no son edificados por Cristo, en la fe que es en Él. Porque, es contra Cristo mismo contra quien las puertas del infierno NO PUEDEN prevalecer. Y es de las manos de Cristo y su Padre de quien NADIE PUEDE ARREBATAR A SUS OVEJAS (Juan cap. 10), esto es, aquellos que podemos decir con la sencilla confianza de un niño: "¿Quién condenará? Cristo murió, y más aun, resucitó.... por eso estoy SEGURO que ni la muerte, ni la vida, ...ni principados, potestades ni ángeles, ni NINGUNA otra cosa creada NOS PODRÁ SEPARAR del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro" (ver Romanos 8 vv. 30 al 39).

Esta es nuestra confianza, en el amor de Cristo, en el poder de Dios, nuestro Salvador, que dijo: "YO de mí mismo pongo mi vida, tengo poder para ponerla y para volverla a tomar". "Yo soy el buen pastor que pone su vida por sus ovejas. Mis ovejas oyen MI VOZ, y me siguen, y YO les DOY VIDA ETERNA, y nadie me las podrá arrebatar".

Esta seguridad que hace eco en las palabras del apóstol Pablo en su carta a los romanos arriba citadas, es la seguridad de la salvación por gracia que hallamos el en evangelio bendito, que los falsos maestros tergiversan y tuercen para su propia condena.

Cuando recibimos la revelación de Dios sobre Jesús, cuando le vemos y le conocemos como "el Cristo, el Hijo del Dios viviente", somos cimentados y arraigados en Él, de modo que podemos ver lo que implica que el apóstol Pablo enseñara en sus cartas al decir: "el que se une al Señor, un espíritu es con Él" (1 Corintios 6:17) y "ustedes están completos en Él, que es la cabeza de todo principado y potestad." (Colosenses 2:10).

En este punto entonces, podemos descansar como niños, sabiendo que Cristo "nos salvó, no por obras de justicia que hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:5).

Son quienes Cristo ha salvado, sobre los que las puertas del infierno no podrán vencer. Cristo venció al pecado, la muerte y la condenación. Porque fue Él quien cargó con ellos (ver Colosenses 2:13-15; 1 Pedro 2:24-25), venciendo a las potestades satánicas en la cruz, anulando el acta (nuestra condición de pecadores) que nos era contraria, y triunfando para nuestra justificación (ver Romanos 8:32-34).
Es la grandeza del sacrificio del Señor lo que nos brinda seguridad, al ver lo que significa e implica, que haya muerto por nosotros diciendo en la hora de su muerte: "Teletestai" (Juan 19:30, ”consumado es”, deuda completamente saldada). 

Es el Señor quien dijo que tiene vida en sí mismo, y que resucitará a quienes el Padre le daría (Juan 5:25-27; Juan 6:39-40). Este ser dados a Cristo por el Padre, significa que "nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y ninguno conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mateo 11:27).
Por eso, los bienaventurados que entran al reino de los cielos, y son hechos hijos de Dios, son quienes reciben esta revelación, el fundamento de nuestra fe: estamos completos y seguros en Cristo (nuestro Señor y Salvador), porque sabemos quién es Él y cuál es el resultado de su obra redentora: darnos su Espíritu Santo, "el Espíritu de verdad, el cual el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce" (Juan 14:17).

Así, los que nacemos de nuevo, del Espíritu de Dios, somos quienes somos unidos a Cristo, quienes pueden entran y ver el reino de los cielos (ver Juan cap. 3) y vencer al mundo. Porque, como el apóstol amado escribió: "esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe... que cree que Jesús es el Hijo de Dios" (1 Juan 5:4-5).

Esta "santísima fe", como la describe la carta de Judas, es "una fe igualmente preciosa que la nuestra", como escribió el apóstol Pedro, es la fe en Jesucristo, de modo que se nos dice: "esperen por completo en la gracia que se les traerá cuando Jesucristo sea manifestado" (1 Pedro 1:13), porque "vuestra vida está escondida con Cristo en Dios"  y "cuando Cristo vuestra vida se manifieste, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria" (Colosenses 3:3-4).
  
Esta esperanza bienaventurada, no descansa en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios, tal como el apóstol Pablo enseña que debe estar fundada nuestra fe (1 Corintios 2:5).
Así entonces, ante toda enseñanza falsa de falsos cristianos, nosotros nos gloriamos en el Señor, en quien está nuestra confianza, nuestro gozo y nuestra esperanza de resurrección. A Él sea la gloria y la alabanza, ayer, hoy y siempre. Amén.

Dios te bendiga

N.M.G.

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