La navidad puede ser considerada desde diferentes puntos de vista. Esto es así porque al ser una
celebración “del mundo”, no se trata de una doctrina bíblica, sino de una
tradición de hombres. Su origen no es pagano, si entendemos que la base de su
celebración fue el nacimiento del Señor Jesús que relatan los evangelios. Sin
embargo, algunos elementos, como la fecha en que se celebra, el “arbolito” que debe ser armado el día ocho de
“la Virgen”, sí tienen contenidos paganos, lo mismo que Papá Noel tiene su
origen en mero marketing mundano. Ayer leía una publicación de un pastor, que
reflexionaba sobre quienes dicen que la navidad debe celebrarse y sobre quienes
dicen que no debe celebrarse. Creo que es un buen resumen sobre las posturas
que encontramos entre cristianos, pero será tema de otro apartado.
Acá voy a tratar dos
cosas, por un lado, la enseñanza bíblica del nacimiento del Señor, y la
tradición de la navidad como costumbre del mundo. Hacer esta distinción va a
ser útil para que podamos ver el contraste entre una cosa y otra, y
así poder notar las claras diferencias.
Respecto de la enseñanza
bíblica del nacimiento, no tenemos ni una doctrina apostólica que la mencione
como parte de una celebración de la iglesia, ni los datos del contexto permiten
ubicarla en el 25 de diciembre. Lo que sí tenemos, como dato de suma
importancia, es la concepción virginal de Cristo. No es tanto dónde y cuándo nació el Señor, como
el testimonio de su origen lo que más importa. “El
nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José,
antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.” (Mateo
1:18).
Vemos en ese relato que
Jesús no fue solamente humano, y que este acontecimiento tiene una conexión
profunda con la palabra profética:
“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi
siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo
soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová,
y fuera de mí no hay quien salve.” (Isaías 43:10-11)
Ahora, notemos lo que dice
luego el capítulo de Mateo que citamos:
“Y dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del
profeta, cuando dijo:
He
aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel,
que traducido es: Dios con nosotros.”
Como podemos notar, el
relato del nacimiento pone de resalto tres cosas: el origen divino del Señor,
su misión como Salvador y el cumplimiento de las Escrituras en su
vida. Nada de lo que el mundo en su tradicional festejo de navidad tiene
presente. Si bien hay cristianos que celebran la navidad con una fe verdadera,
ello no significa que estén llevando adelante una enseñanza bíblica, toda vez
que no existe ningún testimonio en las Escrituras que nos muestren a cristianos
recordando otra cosa que no sea la muerte, resurrección y promesa de
resurrección y retorno de nuestro Salvador.
Entonces, allí donde la
enseñanza de nuestro Señor no nos manda, podemos recordar las palabras del
apóstol: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los
días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso
del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no
lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no
come, para el Señor no come, y da gracias a Dios.” (Romanos 14:5-6)
Claramente la tradición de
la Navidad no es algo que un cristiano deba observar “según las tradiciones de
los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.”
(Colosenses 2:8). Pero, es una celebración en la que podemos usar de astucia
para introducir el evangelio de la gracia de nuestro Señor, “el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó
hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el
nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la
tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:6-11).
Confesar a Jesucristo como
Señor es la base sobre la que se construye la salvación de una persona, sin
eso, las celebraciones de navidad son huecas tradiciones sin importancia alguna
delante de Dios. Nosotros, como discípulos del Señor, que le conocen, podemos
decirle a los hombres y mujeres lo que Dios piensa de ciertas cosas. Eso es
precisamente lo que hizo el Señor cuando, por ejemplo, le dijo a ciertos judíos: “Vosotros
sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios
conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime,
delante de Dios es abominación.” (Lucas 16:15). Así, Dios también conoce lo que
cada uno celebra o deja de celebrar, y haciéndonos eco de 2 Corintios 5:11, esperamos
que también lo sepan nuestras conciencias.
Dios ama ciertas cosas, y
abomina otras. Eso está claro a lo largo de toda la Biblia. Así que, en cuanto
a las celebraciones de este mundo, nosotros debemos saber que Dios no nos manda
celebrar ni no celebrar, sino a ser astutos como su siervo, el apóstol Pablo,
quien nos dice:
“Me he hecho a los judíos
como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque
yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están
sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no
estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que
están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a
todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago
por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.” (1 Corintios
9:20-23).
Como vemos, Pablo
participaba con los judíos de su judaísmo ("como judío", lo cual incluía sus tradiciones), y con los
paganos (“los que están sin ley”) como si no fuera judío, o sea, compartía
ciertas cosas con ellos que evidentemente no eran “bíblicas” (“como si yo
estuviera sin ley”). Esto es un buen ejemplo para ponerlo en el contexto de las
celebraciones navideñas: a los que celebran como si celebrásemos, a los que no
celebran, como si no celebrásemos, porque lo que nos importa es que “el lucero
de la mañana nazca en sus corazones” (2 Pedro 1:19), y para eso, debemos
predicar el verdadero evangelio, cualquiera sea el contexto, fecha, lugar o cultura en que
nos encontremos, tal como lo hizo el gran apóstol de nuestro Señor Jesucristo.
Así que, podemos concluir con la siguiente reflexión: si una persona no llega a nacer de nuevo, del Espíritu (ver Juan capitulo 3), ningún festejo o no festejo le aprovechará, porque sólo por medio del Espíritu se puede discernir lo que pertenece al reino de los cielos, de lo que no tiene parte en él.
Dios te bendiga.
N.M.G.
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