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De Miedos, Verdades y Libertad

 



            

            Uno tiene miedo a aquello que desconoce, a lo inestable, a aquello en que no puede confiar, no puede controlar, vencer, o que pueda hacernos daño. Este es el miedo natural, que nos llama a preservar nuestra integridad y posesiones ante todo aquello que pueda ser una amenaza.

            Cuando alguien no conoce a Dios, la Deidad puede ser percibida como una amenaza a los intereses personales. Muchos, al fin de cuentas, ven a Dios como un opresor de sus libertades, alguien que si no se hace lo que él manda, nos castigará.

            Hay aquí, dos grandes errores. El primero, es pensar que los mandamientos de Dios son para nuestro mal, y no para nuestro bien y protección. El segundo, que se relaciona, es rechazar a Dios por miedo, en vez de rechazar nuestra propia maldad (esencia del arrepentimiento) de la cual Él nos puede sanar (liberación).

            Una gran verdad que revela la Biblia, es que el corazón del ser humano está enfermo, y esa enfermedad que es el pecado, se traduce en autoengaño, y odio o rechazo hacia lo que es verdaderamente bueno para nosotros.   

            El remedio para esa enfermedad, es el temor de Dios, en el cual no hay “miedo carnal”, ya que cuando conocemos a Dios, tenemos seguridad, no incertidumbre. Su fidelidad, amor y verdad, nos permiten saber que Él no cambia, ni miente, y que su perdón no puede ser anulado por nuestras ofensas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:8-9).

            Aquí radica la libertad con que Cristo nos hizo libres, de la cual se nos dice:

            “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Romanos 8:15-16)

            Y luego concluirá: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:38-39)

            Como escribió el apóstol Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1 Jn 4:18-19)

            Entonces, hay un temor que lleva en sí castigo, que es el que ignora el amor de Dios. No ha recibido el amor de la verdad para ser salvo (2 Tes. 2:10). Pero para todos los que amamos al Señor Jesús al saber que “él nos amó primero”, y “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gál. 1:4) está este conocimiento: “hay un Dios y un Mediador que puede reconciliar a la humanidad con Dios, y es el hombre Cristo Jesús. Él dio su vida para comprarles la libertad a todos.” (1 Tim. 2:5-6 - NTV)

            Entonces, hay un temor humano, que es el miedo a lo desconocido, a aquello que está fuera de nuestro control, a lo que podemos ver como una pérdida o amenaza a nuestros intereses, aun de aquellos intereses egoístas que la ética señala como malos, pero que muchas veces defendemos del rechazo moral de los demás. Ese temor, es el que nos impide acercarnos a la verdad de Dios, es el que hace que los hombres no vayan a la luz, “para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20).

            Pero para quienes se acercan a la luz de la verdad de Dios, en donde podemos ver claramente su voluntad, hallamos paz (ver Romanos 5:1-11). Una paz incomparable, la paz de la salvación de todos nuestros temores, como está escrito en el Salmo 34:4-5:

“Busqué a Jehová, y él me oyó,

Y me libró de todos mis temores.

Los que miraron a él fueron alumbrados,

Y sus rostros no fueron avergonzados.”

 

            En esta paz, los temores caen, y solo Dios es temido. Así lo vemos en la continuación del Salmo 34

“Gustad, y ved que es bueno Jehová;

Dichoso el hombre que confía en él.

 Temed a Jehová, vosotros sus santos,

Pues nada falta a los que le temen.

 Los leoncillos necesitan, y tienen hambre;

Pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien.

 Venid, hijos, oídme;

El temor de Jehová os enseñaré.

 ¿Quién es el hombre que desea vida,

Que desea muchos días para ver el bien?

 Guarda tu lengua del mal,

Y tus labios de hablar engaño.

 Apártate del mal, y haz el bien;

Busca la paz, y síguela.”

En el temor de Jehová hay seguridad y paz. Como está escrito en Proverbios 19:23

            “El temor de Jehová es para vida, Y con él vivirá lleno de reposo el hombre; No será visitado de mal.”

            ¿Notas la diferencia? En el temor humano, hay turbación, inseguridad, sufrimiento psicológico, afán, ansiedad, celos, etc., etc. Pero en el temor de Dios hay reposo, tranquilidad, seguridad, porque sabemos que, el amor de Dios, sobrepasa cualquier problema o dolor de esta vida presente, y además, ya en esta vida, la Palabra del Señor nos dice en Isaías 43:1-3:

“Pero ahora, oh Jacob, escucha al Señor, quien te creó.

Oh Israel, el que te formó dice:

«No tengas miedo, porque he pagado tu rescate;

te he llamado por tu nombre; eres mío.

Cuando pases por aguas profundas,

yo estaré contigo.

Cuando pases por ríos de dificultad,

no te ahogarás.

Cuando pases por el fuego de la opresión,

no te quemarás;

las llamas no te consumirán.

Pues yo soy el Señor, tu Dios,

el Santo de Israel, tu Salvador.”

 

Y también:

            “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente:

            El Señor es mi ayudador; no temeré

            Lo que me pueda hacer el hombre.” (Hebreos 13:5-6)

 

            Hay un consuelo eterno, en el reposo del Padre. Por el contrario, en el afanoso trabajo “por la comida que perece” (ver Juan 6:27-29) una persona puede amontonar muchos bienes y rodearse de protecciones de los males de este mundo para apaciguar sus temores, pero en su corazón, sabrá que, tarde o temprano, la muerte llegará para despojarlo de todo, y como lo advierte la enseñanza del Señor: “Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:20).

            Es notable como este “Necio” se contrapone al verdadero Sabio, según Dios claro, porque la persona materialmente exitosa puede ser muy sabia para los negocios, y el trato con sus semejantes, pero en su relación con el Autor de la vida, puede ser un completo insensato. Así, en Proverbios 1.7 leemos que “el principio de la sabiduría, es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.”

            Obviamente, hay muchos insensatos (en términos espirituales) que reciben enseñanzas de las grandes ciencias humanas, las cuales pueden hacerte un gran ingeniero, médico, científico, matemático, empresario, etc., etc., pero la enseñanza que estamos considerando, para entender el temor de Dios, supera esos conocimientos meramente terrenales, como los cielos superan a la tierra en altura y como la eternidad supera a la expectativa de tiempo de vida humana. Por eso, también está escrito que “escudo es la ciencia, y escudo es el dinero; mas la sabiduría excede, en que da vida a sus poseedores.” (Eclesiastés 7:12).

            Por eso, sin importar quienes seamos, la advertencia para los que se olvidan de Dios, y rechazan la enseñanza de verdad, está escrita desde la antigüedad: “Todos los que me aborrecen (dice la Sabiduría de Dios) aman la muerte” (Proverbios 8:26)

            Así que, uno podría no temer a nada ni nadie en la tierra, dominar todas las cosas, controlarlas, y cumplir todos sus deseos, pero sería un completo necio al no buscar al Dios que lo creó y darle la espalda a la voz del llamado que le hace al ser humano: “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9) La Escritura nos recuerda la inclinación natural del ser humano en respuesta a nuestro innato conocimiento del pecado que nos separa de nuestro Creador: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”.

            Estas palabras son un llamado a que no tengas miedo, a que vengas a la luz de Cristo y veas en ella la bondad de tu Creador, el cual, “muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Esto significa que, la muerte del mismísimo Hijo de Dios es nuestra vestidura de justicia (Gn. 3:21, Ro. 5:18), nuestra reconciliación (2 Cor. 5:18-21), nuestro Camino de regreso al Paraíso en presencia de Dios (Jn. 14:6, Lc. 23:43, Ap. 21:3), nuestra seguridad ante la muerte (Sal. 23:4, Jn. 11:25), la forma en que Dios cubre nuestra “desnudes adánica”, que no es física, sino interior (la que en la conciencia nos muestra que estamos desaprobados delante de la gloria de un Dios santo y su juicio perfecto), para que podamos acercarnos a Él con confianza:

            “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:12-16)

            Si leíste hasta acá, podrás estar entre los que aprecien estas palabras y dejes de darle la espalda a Dios para acercarte al llamado del Señor con confianza, sabiendo que en el evangelio de Cristo tenemos el regalo de la salvación por gracia, por cuanto:

            “… cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:4-6)

             Pero, independientemente de si este mensaje llegue o no a ser bien recibido, yo habré cumplido mi cometido, que es haber expuesto lo que enseñan las Sagradas Escrituras, desde la firme y total convicción de sus verdades, “las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” (2 Timoteo 3:15)

Dios te bendiga

N.M.G.

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