“Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida.” – NTV.
“Ante todo, cuida tus pensamientos porque ellos controlan tu vida.” – PDT.
“Vigila atentamente tu interior, pues de él brotan fuentes de vida.” – BLP.
“Y sobre todas las cosas, cuida tu
mente, porque ella es la fuente de la vida.” – TLA. (Versiones del libro de
Proverbios 4:23)
Alguien ha dicho que la máquina más poderosa del universo
es la mente humana o la voluntad. Nuestra mente es el motor de nuestra vida consciente.
Mientras nuestro corazón en un sentido literal, es el motor de nuestra vida
física, la mente es el centro de la vida espiritual. Así leemos: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón; Porque de él mana la vida.” (Pr.4:23). Ahora bien, cuando leemos
las traducciones de la Biblia, vemos que muchas veces se habla de lo que piensa
el hombre “en su corazón” (por
ejemplo: Génesis 6:5, Deuteronomio 15:9, Proverbios 16:9; 19:21; 24:2). En este
sentido, en el lenguaje español también usamos la palabra “lo hizo de todo corazón”, por ejemplo, para referirnos a una
acción nacida de un deseo que surge en lo profundo de la persona, algo que la
involucra por completo (pensamiento y acción, mente y voluntad).
Teniendo en cuenta
las traducciones del proverbio que he puesto al comienzo de este mensaje, sinteticé
su significado en la siguiente oración: sobre toda cosa que cuidas, poné el
máximo cuidado en ocuparte de lo que pensas en lo profundo de tu ser, porque
eso es lo que definirá tu forma de vivir y lo que crees.
Vamos a usar la Palabra de Dios para meditar en las
consecuencias que tiene la manera en que pensamos. Leamos el siguiente pasaje
de Deuteronomio 15:9-10 “Guárdate de
tener en tu corazón pensamiento perverso, diciendo: Cerca está el año séptimo,
el de la remisión, y mires con malos ojos a tu hermano menesteroso para no
darle; porque él podrá clamar contra ti a Jehová, y se te contará por pecado. Sin
falta le darás, y no serás de mezquino corazón cuando le des; porque por ello
te bendecirá Jehová tu Dios en todos tus hechos, y en todo lo que emprendas.”
“Guárdate
de tener en tu corazón pensamiento perverso, diciendo:…”
Guárdate, es una directiva que nos muestra un ser que
está a cargo de su vida. Nuestra vida es donde las decisiones y acciones que
realizamos reflejan cuál es la voluntad que finalmente se cumple. La de los
pensamientos impíos o la de los pensamientos piadosos. La que busca acercarse a
Dios o la que se aleja con indiferencia de Él. Cada ser humano es guardián de
su corazón.
Así como Adán fue puesto por Dios en el huerto, para “que
lo labrase y lo guardase” (Gén. 2:15), nosotros tenemos un cuerpo en el que
habitan pensamientos que determinan lo que hemos de hacer, y por ende, ser.
Somos lo que hacemos y lo que pensamos. La profundidad de
esta cuestión se da en que nosotros mismos debemos guardar, examinar y
controlar, lo que pensamos.
La gran pregunta que debemos responder ahora es, ¿quién genera lo que pensamos? Hay pensamientos que brotan de nuestro propio
corazón. Esto lo confirmó el Señor cuando declaró que: “de
dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los
adulterios, las fornicaciones, los homicidios…” (Marcos 7:21). Esta es la “tierra maldita” que produce
por naturaleza “espinos y abrojos”, “nuestro corazón de piedra” como lo llama
Dios por pluma del profeta. O sea que, todos nosotros tenemos pensamientos de
codicia, celos, envidia, orgullo, egoísmo, vanidad, etc., etc., que brotan de
nuestra propia naturaleza terrenal y animal. Por esta razón se nos dice: “En cuanto a la pasada manera de vivir,
despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos”
(Efesios 4:22).
La mente del hombre natural está viciada con deseos
engañosos. Los deseos son pensamientos que tienden a un objetivo definido.
Ahora bien, el engaño está en que esos deseos no llevan a la vida de libertad, paz,
gozo y amistad con Dios, sino a una vida de degradación, esclavitud, corrupción,
insatisfacción y alejamiento de Dios.
Esta cuestión del engaño contrapuesto a la verdad de
Dios, la vemos en las siguientes palabras del Señor Jesús: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu
cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en
tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las
mismas tinieblas?” (Mateo 6:22-23)
El ojo aquí es la capacidad de ver la realidad detrás de
las cosas. Si yo veo las cosas terrenales sin percibir su sentido y repercusión
espirituales, la luz que habrá en mi será tinieblas. ¿Qué significa esto? Que
mi mente no podrá ver lo que hay en
mi corazón y las consecuencias trascendentes implicadas en ello. No tendré una
fuente externa que me permita descubrir lo que hay en mi interior conforme a la
verdad, y no según mi propio y errado parecer. A esto se refiere la Escritura
cuando declara:
“Engañoso
es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo
Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según
su camino, según el fruto de sus obras.” (Jeremías 17:9-10)
El Señor nos habla en la cita de Mateo 6 de un “ojo bueno”
y un “ojo maligno”. Nuestro “ojo” determina si nuestro cuerpo (nuestro ser)
está lleno de luz o de tinieblas. La luz equivale a la verdad, porque la verdad
procede de Dios, mientras que la mentira, que representa al reino de Satanás,
equivale a las tinieblas, que es sinónimo de estar ciego, haber sido cegado y
engañado.
Esto nos lleva a su vez a ver la maravillosa obra de Dios
que “abre los ojos a los ciegos” (Salmos 146:8). Nadie puede ver las verdades
espirituales si Dios no le concede el poder “abrir los ojos”. Así como Adán y
Eva “vieron” que estaban desnudos, el hombre y la mujer que son convencidos por
el Espíritu Santo de Dios (Juan 16:8), comienzan a ver y entender aquellas
cosas de las que antes no eran conscientes. Tal como Adán y Eva vivían sin ser
conscientes de su desnudes, el ser humano caído, vive sin ser consciente de que
su alma se debate entre dos reinos, el de Cristo y el del “príncipe de las
tinieblas”.
Cuando son abiertos nuestros ojos a las realidades
espirituales, llegamos a entender lo que leemos en la Biblia, y vemos el
sentido profundo y precioso de que el Padre “nos hizo aptos para participar de
la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las
tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:12-13).
Esta obra de Dios a través de la predicación la vemos
también en Hechos 26:18 con el testimonio del apóstol Pablo declarando que Dios
lo envió “para que abras sus ojos, para
que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a
Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia
entre los santificados”.
El hombre y la mujer no pueden guardar su corazón hasta
tanto no estén conscientes de esta realidad en la que estamos viviendo delante
de Dios, una vida por la que deberemos responder ante Él. Así está escrito:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada
de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y
los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hebreos 4:12)
Estas palabras se dirigen a los que ahora ven, porque “los
muertos nada saben”. Esta es la realidad espiritual detrás de la conversión. Leamos:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando
estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo,
siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del
aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los
cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos,” (Efesios
2:1-3).
Hasta que Dios no nos da vida y nos abre los ojos, no
podemos ver de qué se trata el mal que mora en nuestra carne mortal, y en
consecuencia no podemos discernir las tinieblas de la luz, no podemos discernir
lo que proviene del engaño de lo que es nacido de Dios.
Sólo cuando la gracia de Dios nos revela quienes somos en
Cristo, qué éramos, y qué somos llamados a ser, es cuando la gran batalla por
la salvación de nuestras almas se inicia. Porque mientras vivíamos en la
ignorancia, permanecíamos en el reino de las tinieblas, éramos “hijos de
desobediencia” y por más que tuviéramos una vida moralmente correcta, habríamos
continuado en la vanidad de una mente que es ajena de la vida de Dios y lo que
Él demanda del ser humano.
Cuando entones Dios abre los ojos de nuestro
entendimiento, sucede el milagro de la vida celestial (el nuevo nacimiento: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios.” Juan 3:3), el cual es producido por el oír con fe la
palabra del Dios verdadero, contenida en el evangelio bendito. Vemos esto cuando
leemos en la Escritura cuando el apóstol Pablo le dice a los corintios que los
apóstoles predicaban “por la
manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de
Dios. Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden
está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de
los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria
de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros
mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por
amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la
luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Corintios
4:2-6).
Necesitamos recibir las palabras de Dios, sólo entonces
nuestro corazón y mente tendrán “la luz de la vida”. Por lo tanto, cada uno de
nosotros necesita acudir a Cristo, porque Él es el que dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue,
no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12)
¿Ha alumbrado la Luz de Cristo las tinieblas de tu
corazón? ¿Has llegado a ser consciente del pecado que mora en vos y la miseria
de tu cuerpo mortal? ¿Has visto la gloria de la obra de Cristo en la cruz, cuya
sangre nos limpia y nos libra de toda la condenación del pecado que brota de
nuestra naturaleza carnal? ¿Esta tu corazón firme por la fe en el evangelio, confiando en la gracia
de Dios porque Cristo redime y gobierna tu vida como Señor y Salvador?
Estas preguntas te ayudarán a examinar tu vida espiritual.
Oro para que Cristo sea el guardián de tu corazón, y seamos guardados hasta el fin para que se cumpla la bendita palabra profética del Señor: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo
pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne,
y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis
decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.”
(Ezequiel 11:19-20)
Podes orar a Dios pidiendo en nombre de Cristo Jesús, que
te dé ese espíritu que dará forma a tu nuevo corazón, un corazón del cual
nacerá la alabanza y la adoración al Dios de los cielos y la tierra, el Creador
de todas las cosas, el Padre del Amado, Cristo, el glorioso Hijo de Dios,
nuestro Señor y Salvador, para que entonces, tu alma bendita encuentre paz y eterno descanso
en Él.
Amén.
N.M.G.
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