“Dame, hijo mío, tu corazón,
Y miren tus ojos por mis
caminos.” (Proverbios 23:26)
Primero te
dicen que vivas tu vida como quieras, sé feliz, sé libre, tu cuerpo es tuyo, no
le rindas cuentas a nadie, sí, ¡haz tu vida a tu manera!
Tiempo después acudes al
psicólogo (o quien sea) con los pedazos de tu vida bastante maltrecha, y
descubres que el psicólogo (o quien sea) no los puede pegar, y lo que es peor,
que todos esos vanos consejeros no se harán cargo de todas las necias
decisiones que tomaste libremente y sin culpa... pero al final te tienes que
hacer cargo de tu vida, y la verdad es que la mentira (que tomaste por virtud) parecía
prometedora al principio, cuando eras un/a adolescente, pero después, cuando
las cosas crecieron, te diste cuenta que la moral de las buenas costumbres, los
sanos consejos de buenos padres, conforme a una vida forjada a la luz de los
preceptos cristianos, son un camino de paz y el dique de contención frente a
todo ese mal que ha crecido en el mundo, y que día a día destruye parejas,
matrimonios, relaciones, familias, salud y sobre todo, almas y corazones.
¿Cuál es la solución a todo este
descalabro personal? Tomar todo el consejo de Dios:
“¿Con qué limpiará el joven su camino?
Con guardar tu palabra.” (Salmo 119:9)
Sin embargo, el problema,
profundo, que vive el hombre y la mujer, es la ausencia de un genuino interés
por buscar y encontrar a Dios. No lo buscan, por lo tanto tampoco lo hallan, y
por ende, no reciben Su palabra. Así las cosas, la ignorancia de la revelación
bíblica y la guía de las Sagradas Escrituras para una vida conforme a la buena,
agradable y perfecta voluntad de Dios, hacen que el pecado (error,
transgresión, perversión, mentira, maldad) se manifieste en medio de vidas que
aunque se jactan de liberales e independientes, fracasan una y otra vez en el
mismo lugar donde Cristo nos llama a rendirnos y creer a sus palabras: el
corazón humano.
“Porque de dentro, del corazón de
los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones,
los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la
lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas
maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.” (Marcos 7:21-23)
“Mas si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo
buscares de todo tu corazón y de toda tu alma. Cuando estuvieres en
angustia, y te alcanzaren todas estas cosas, si en los postreros días te
volvieres a Jehová tu Dios, y oyeres su voz;…
Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es
Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro. Y guarda sus
estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien
a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que
Jehová tu Dios te da para siempre.” (Deuteronomio 4:29-30; 39-40)
Cuando entonces reconocemos que
hemos sido enemigos de Dios, y recibimos sus palabras, entonces, y sólo
entonces, comenzamos a recibir sanidad para ese corazón endurecido por todos
los golpes de una vida transitada lejos de los mandamientos y la sabiduría de
Dios. Y así, nuestra boca se llena de alegría y comenzamos a hablar verdad, la
verdad de un Dios justo, santo y bueno que nos rescató de nuestra inmensa
necedad: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros
delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la
corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el
espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también
todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo
la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de
ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su
gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio
vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos
resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su
gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (Efesios 2:1-7)
“De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.” (2
Corintios 5:17-19)
“El sana a los quebrantados de
corazón,
Y venda sus heridas.” (Salmo
147:3)
N.M.G.
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