"Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad. Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesús, el hombre, el Mesías..." (1 Timoteo 2:4-5)
Si nos
encontráramos con una persona que tiene una relación afectiva con su perro
embalsamado, a quien le habla y le sirve la comida todos los días, no podríamos
decirle que su relación con su mascota no es real, porque, verdaderamente esa
persona tiene una “relación”, la cual existe gracias a su deseo y subjetiva apreciación
de las cosas.
Sin embargo no existiría una relación
viva entre esa persona y su mascota
fallecida en tanto que para que tal relación se dé entre las dos partes, cada
una debe poder manifestar o responder a la otra en base a su ser personal.
Así las cosas, a la hora de confrontar a un ser humano en
relación a la verdad acerca de Dios, nos enfrentamos a las dos cuestiones
que traté de ilustrar con el ejemplo anterior. La primera es el hecho acerca de
que nuestras prácticas religiosas son
verdaderas independientemente de Dios, ya que, sólo dependerá de que los hechos
que realicemos en base a nuestras intenciones y creencias sean reales, tal como
cuando servimos a una mascota embalsamada. Nadie puede decirnos que no es
verdad que creemos y hacemos determinadas cosas en base a la creencia que
adoptamos.
Pero entonces necesitamos
considerar la segunda cuestión, en donde su contenido depende ya no de nuestras ideas, sino de si en esa relación con Dios, realmente
existe un Dios que se está relacionando con nosotros. Lo fundamental en
este punto es entender que, como en el caso de toda relación entre dos seres
distintos, la realidad del contenido de
una relación con Dios dependerá de que Él se haya manifestado de tal manera
que nosotros podamos conocerlo y responderle en consecuencia.
¿Cómo puede esto ocurrir? Respondamos
con John Piper: “Para amar a Dios tenemos que conocerlo. A Él no se le honra
con amor sin basamento. En realidad, tal cosa no existe. Si no sabemos nada
acerca de Dios, nada en nuestras mentes suscitará amor. Si el amor no surge a
partir de conocerle, no tiene sentido llamarle amor por Dios. Puede que exista una atracción vaga en nuestros corazones
o alguna gratitud poco definida en nuestras almas, pero si no nacen a partir de
conocer a Dios, no constituyen amor por Dios” (Lo que Jesús Exige del Mundo,
pag.77)
Muchas veces nos encontramos con
personas que cuestionan al creyente que habla acerca del “Dios vivo y verdadero” como es llamado en ciertos pasajes de la Biblia , aduciendo que esa
puede ser nuestra verdad, pero que
cada quien tiene su verdad. Pero, eso
no resiste un análisis serio de la cuestión, ya que si bien cada uno vive en
base a lo que considera verdadero, aun cuando tal verdad sea la de una experiencia
basada en una ilusión en la que me “relaciono” con el cadáver embalsamado de mi
mascota, lo cierto es que podemos practicar una ficción, es decir, inventarnos
un dios que sólo se trate del reflejo de nuestras ideas individuales, aun
cuando para ello nos sirvamos de cierta concepción del Dios de la Biblia , pero derivada del “embalsamamiento”
de los religiosos que hacen letra muerta de la Palabra de verdad, de modo
que Dios ya no les hable desde la
Escritura , sino que permanezca inmóvil tras sus
ornamentaciones religiosas, mientras los sacerdotes y nuevos profetas actúan de
ventrílocuos que promueven una espiritualidad espuria sin que Dios
verdaderamente tenga parte en la relación, la cual, según las palabras de Cristo
es “en espíritu y en verdad” (Juan
4:23, ver Juan 6:63 y Romanos 8:14-16)
De modo que podríamos decir que así como es cierto que cada uno tiene su verdad, también lo es que cada uno puede vivir su propia mentira.
O sea que, el punto fundamental
al hablar de “religión y verdad” no es solamente
si conoce usted verdaderamente al único Dios verdadero, sino si Dios se ha revelado en su vida íntima de
modo que usted ama y obedece a ese Dios que manifiesta Su voluntad y requiere
una respuesta de su parte en una relación de obediencia hacia el señorío de
Cristo.
“Por eso, si hemos de amar a Dios, hemos de
conocerlo tal y como se revela en Jesús. Antes de la venida de Cristo, Dios
demostró su amor cuando se reveló en su Palabra, la cual siempre apuntó a
Jesús: “Escudriñad las Escrituras –dijo Jesús-, porque… ellas son las que dan
testimonio de mí” (Jn. 5:39). Pero ahora que Jesús ya vino, la revelación de su
persona es la que despierta el amor por Dios: “… nadie conoce al Hijo, sino el
Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo
quiera revelar” (Mt. 11:27).” (ob. cit. pag.78)
La verdad de una relación no es una cuestión de
apreciación personal, de declaración dogmática, ni del consenso dado por el
mayor número de adeptos, sino del hecho de que
realmente exista un contacto entre dos personas detrás de esa realidad. Si
entonces el Dios de las Escrituras existe, todos los seres humanos tienen una
relación con Él, ya sea de amistad, enemistad, aceptación o negación, indiferencia,
amor u odio, todos y cada uno de nosotros tenemos una relación con Dios. Luego,
cómo es esa relación, es una cuestión
de hecho que, independientemente de las declaraciones investidas de
religiosidad o no, mostrará la verdad de su contenido por medio de la vida de
cada uno. O sea que, las palabras del
Señor Jesús acerca de la verdad y la relación del hombre con ella, nos
muestran más claramente su alcance cuando le oímos decir a los “que habían creído en él…”: “y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres… todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. … si
el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8, v.32; 34;
36).
Si entendemos que el pecado es
toda falta u ofensa contra Dios y lo que Él ha dispuesto como mandatos para la
vida en relación, llegaremos a
comprender que lo que importa en la controversia religiosa sobre la verdad,
para ponerle un nombre, no es si tenemos una relación con Dios, ya que como
vimos todo ser humano la tiene, sino cuál
es el estado de esa relación, ¿como la de un Padre y su hijo? ¿Cómo la de
un Amo y su esclavo? ¿Cómo la de un Rey y un enemigo? ¿“en espíritu y en
verdad” o según un “humano parecer”?
¿Cuál es la verdad acerca del estado de tu relación con Dios?
Determinar la verdad acerca de ese estado es el llamado de esta
reflexión, porque sólo la verdad de Dios nos libra de las consecuencias del
pecado.
Así las cosas, el mensaje de
Cristo es a una restauración y reconciliación en nuestra relación con Dios.
Para ello sus primeras palabras nos llaman al arrepentimiento (reconocer
nuestros equívocos, falsedades e injusticias) y a creer a sus palabras (acerca de “el camino, y la verdad, y la vida” de
Dios). El sentido último de nuestra existencia está unido a la verdad o
falsedad de ese mensaje, lo cual merece una mayor reflexión aparte.
N.M.G.
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