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¿Quién es Dios?




La revelación de las Escrituras nos enseñan que el Señor Todopoderoso tiene un trono:
“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre;
Cetro de justicia es el cetro de tu reino.” (Salmo 45:6).

¿Qué nos indica esto? Nos señala algo establecido: un reino y un Rey cuya autoridad está revestida de justicia: “cetro de justicia es el cetro” de su reino y cuyo reinado es eterno. Autoridad, justicia, soberanía y eternidad son atributos que emanan de Dios. Así, leemos en el Salmo 93 vv. 1 y 2:

“Jehová reina; se vistió de magnificencia;
Jehová se vistió, se ciñó de poder.
Afirmó también el mundo, y no se moverá.
Firme es tu trono desde entonces;
Tú eres eternamente.”

El punto al que deseo llegar es al “misterio de Dios el Padre, y de Cristo” (Col. 2:2).  ¿Cómo entendemos la deidad de Cristo? ¿Cómo respondemos a quienes niegan su identidad digna de adoración? ¿Está nuestro Señor Jesucristo en el lugar de Dios mismo?
Espero que juntos nos demos la respuesta como resultado de la revelación de las Sagradas Escrituras que a continuación citaré (si bien no exhaustivamente). 

La Escritura nos enseña que Jesús es “Rey de reyes y Señor de señores” (1 Tim. 6:15, Ap. 17:14), esto significa que Él está por sobre todos, de modo que el Padre de nuestro Señor “le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Fil. 2:9-11).

Vemos que fue el Padre el que le exaltó y le dio el nombre ante el cual toda rodilla se doble, indicando su suprema majestad y autoridad. Ahora bien, ¿esto hace de Jesús un mero hombre investido de autoridad por Dios, como afirmarían los Testigos de Jehová y otras sectas? No, porque Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos.” (Juan 10:30) y “Antes que Abraham fuese, yo soy.” (Juan 8:58).

¿En qué sentido usó la afirmación de su unidad con el Padre? ¿En sentido numérico o en sentido de completud (unidad compuesta)?

Antes de responder recordemos que Israel recibió como enseñanza fundamental:

 “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.” (Deuteronomio 6:4)

Para entender esta unidad de la que habló el Señor, podemos recordar la enseñanza respecto del matrimonio del cual se nos dice que “los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno.” (Marcos 10:8)

El Padre y el Hijo son uno de modo que el Padre no puede serlo sin el Hijo, y el Hijo no es tal sin el Padre. De ahí que el Señor dijera:

 “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.” (Juan 5:17-18)

Claramente los judíos podían entender las implicancias de las afirmaciones del Señor Jesús: el ser igual a Dios. Esta igualdad es también afirmada por el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses al decir que Cristo “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo” (2:6-7). Y así como el hombre no es sin la mujer y la mujer sin el hombre, el plan de Dios fue llevado a cabo por el Padre y el Hijo, de modo que al decir el Señor “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”, podemos ver que hay una sola voluntad llevando adelante el plan redentor de Dios. Esta es la voluntad que lleva al Señor a la cruz para declarar: “Consumado es” (Juan 19:30). Esta es la voluntad divina que prevaleció sobre la voluntad de Jesús según la carne, quien habiendo sido “hecho semejante a los hombres,… estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo” (Fil. 2:7-8). Esta es la voluntad del Hijo que declaró al mundo: “yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. ” (Juan 10:17-18).

Vemos que la afirmación de que la obra fue consumada, conforme a la declaración del Señor en la cruz, responde a una voluntad: dar su carne “por la vida del mundo” (Juan 6:51).

En concordancia el apóstol Pablo escribió: “por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.” (2 Corintios 5:15-16)

Cristo según la carne “se despojó a sí mismo” de modo que cuando estaba delante de Pilato se negó a disponer de sus servidores para ser librado (conf. Juan 18:36). Pero “ya no lo conocemos así”, esto significa que el Señor ya no es el siervo que vino a humillarse a sí mismo, sino el Señor que murió “para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. Nótese que se nos dice que debemos vivir para Cristo mismo, y esto, se entiende, no excluye a Dios, sino que lo supone, desde que el Hijo es uno con el Padre, de modo que la visión celestial nos revela: “un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado.” (Ap. 4:2).

 Este es “el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:2-3).

Antes de la venida de Cristo Dios se hacía presente de manera directa en el Tabernáculo, en el lugar santísimo. Pero cuando el Señor Jesús vino al mundo, Juan nos dice que: “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14). Y que Jesús era aquel que “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:1-3).

Y vimos su gloria, de modo que al decir “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9) el Señor nos está diciendo que el contacto directo con Dios, es a través suyo. Esto significa que no hay otro trono, ni rostro, ni otra voz en que nos relacionemos con el Padre de manera personal fuera de Jesucristo

De modo que la pregunta del salmista “¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (Salmo 42:2) implica un rostro en el trono delante de quien hemos de postrarnos, y esa persona es Cristo mismo, ya que “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Colosenses 1:15)

Por eso, cualquiera que tenga buena voluntad podrá examinar los siguientes pasajes y ver cómo la afirmación del Señor Jesús respecto de que las Sagradas Escrituras judías “dan testimonio de mí” (Juan 5:39) se cumplen a cabalidad:

Isaías 44:6 “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios.”

 “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.” (Apocalipsis 1:7-8)

 “Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.” (Isaías 45:21-22)

“Porque en él (Cristo) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.” (Colosenses 2:9-10)

 “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18) 

"Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo." (2 Corintios 4:3-6)
Amén.
N.M.G.

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