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El Corazón de la Fe



"... yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día..." (2 Tim. 1:12)

"... el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo." (2 Tim. 2:19)

Saber quién es el Cristo, conocer sus preciosas y grandísimas promesas, es lo que hace a la fe de cada cristiano. Por eso el gran apóstol Pablo no sólo afirma saber en quién ha creído, sino que estaba seguro del poder de Aquel que podría guardar su esperanza para el día de la resurrección profetizada. 

Saber quién es Cristo y estar seguro de la veracidad de su testimonio y sus promesas es la piedra fundamental sobre la que nuestra vida de fe debe asentarse y edificarse, cada día. 

Así, conocer verdaderamente al "autor y consumador de la fe", implica que lo que distingue nuestra salvación de las engañosas doctrinas religiosas (entre las cuales también se usa el nombre de "cristianos") no está en nuestra capacidad para conocer, ni en los méritos de nuestras acciones, sino en el incomparable hecho de que el Señor conoce "a los que son suyos". Esto claro, no significa que el Señor no conozca a todo hombre y mujer que existe y haya existido, sino que su relación cercana es con aquellos que han recibido "el amor de la verdad para ser salvos" (2 Tes. 2:10). 

¿Cuál es este amor? El que Dios nos mostró al dar la vida de su único Hijo en nuestro lugar, cargando todos nuestros pecados y triunfando en la cruz (Juan 3:14-17, Col.2:14-15). Por esta razón el apóstol Pablo también escribió a los creyentes que nosotros fuimos "comprados por precio" (1 Cor. 6:20, 7:23).

Así entonces, en el evangelio, es la mano del Hijo de Dios la que se nos ofrece para rescatarnos y sostenernos, siendo a los que creen en Él para quienes su sangre cumple con la declaración del Pacto de Dios, que ha dado redención por gracia para justificar al impío de todos sus pecados (conf. Romanos 3:21-23 y 4:4-6), de modo que nadie queda excluído de poder acercarse a Dios con un espíritu de humildad y quebrantamiento. 

Por lo tanto, si nuestro ser reconoce nuestra vital necesidad de ser salvos por los méritos del único Hombre que ha dado promesas de perdón de pecados y vida eterna, no seremos rechazados (Juan 6:37), sino por el contrario, Dios nos recibe y nos lleva a un nuevo comienzo de Su mano para caminar una nueva senda de justicia y santificación (ver Romanos 5:9-10; Hebreos 12:2-11, Romanos 6:21-23, 2 Cor. 5:17-21) cuyo fin es la vida para siempre junto a Él. 

Por lo tanto, concluiremos con las palabras de nuestro Señor Jesucristo para todo aquel que desee aferrarse con todo su corazón a la bendición del Señor, a fin de comenzar a transitar el camino de la salvación, la cual, a la manera de un nuevo amanecer, comienza a iluminar nuestros pensamientos con sus palabras, de modo que nuestros pasos serán dirigidos por el Pastor y Maestro de nuestras almas: 

 "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos." (Juan 10:27-30)

"Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto." (Juan 14:6-7)

 "Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?" (Juan 11:25-26)

Yo sé a quién le he creído y estoy seguro de que es poderoso para hacer todo lo que me ha prometido. Este es el latido del corazón de la fe de alguien cuya salvación está en las manos de Aquel que "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal. 2:20).

Bendito sea por los siglos de los siglos el Amado del Padre, nuestro  Salvador, el Señor de señores y Rey de reyes, Jesús el Hijo de Dios. Amén.

N.M.G.





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