El paladar espiritual es ese sentido por medio del cual nuestra mente puede gustar las palabras que oímos y leemos, de modo que cuando discernimos su profundo sentido y mensaje experimentamos un verdadero banquete.
En esta nueva entrada comparto un mensaje que alimentará a aquellos que tienen hambre y sed del verdadero Dios, la verdadera vida cristiana, el verdadero sentido de la vida espiritual conforme Cristo la ha ejemplificado de forma suprema.
Del capitulo 11 titulado "El amor y la adoración", del libro de Eugene H. Peterson “Creciendo en Cristo”:
“Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y vivan en
amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros,
ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” (Efesios 5:1-2)
“Aquí, la protección consiste en sumergirnos deliberada y
tranquilamente en los caminos de Dios antes de irnos por nuestra cuenta: “por
tanto imiten a Dios…” No estamos estudiando a las disparadas para un examen que
nos dará un certificado de buena conducta de resurrección o admisión en el
cielo. Estamos absorbiendo en nuestra imaginación una manera de ser. Miramos lo
que Dios hace, y luego lo hacemos a su manera. Como niños que aprenden su buen
comportamiento de sus padres, imitemos a Dios, estemos con Él. Leamos las
historias de Abraham y Moisés, Josué y Caleb, Débora y Ruth, David y Jonatán,
Elías y la viuda de Sarepta, Jeremías y Pasur, Isaías y Acab, Amos y Amasías,
Oseas y Gomer. Y Jesús… sobre todo, Jesús: Jesús y su madre, Jesús y Herodes,
Jesús y Saqueo, Jesús y Pedro, Jesús y Judas, Jesús y María Magdalena, Jesús y
Cleofas. Nosotros marinamos nuestras oraciones y nuestra conducta en estas
historias que revelan a Dios y sus caminos.
Librados a nosotros mismos, gran parte de lo que imaginamos
que Dios es y qué es lo que hace, está equivocado. Casi todo lo que nuestra
cultura nos dice que Dios es y hace es erróneo. No completamente erróneo, por
cierto, ya que hay una asombrosa cantidad de verdad y bondad y belleza
entremezclada allí, pero lo suficientemente equivocado que si lo tragamos por
entero, corremos el riesgo de contraer una “enfermedad mortal” (el diagnóstico
de Kieerkegaard). La revelación es una reorientación radical de la realidad: de
la realidad de Dios, de la realidad de la iglesia, de la realidad del alma, de
la realidad de la resurrección. Necesitamos sumergirnos continua y
repetidamente en la revelación de Dios en las Escrituras y Jesús para
protegernos de las mentiras del diablo. Son mentiras tan afables: mentiras que
nos seducen con una sonrisa y nos distraen de la cruz de Cristo, mentiras que
genialmente ofrecen mostrarnos como despersonalizar al Dios vivo para
convertirlo en un ídolo que se ajuste a nuestro uso y control personal.
Por tanto, “imiten a Dios”. Observen cuidadosamente, los
caminos de Dios es el amor: “como Cristo nos amó” y los caminos de Dios en la
adoración: como Cristo “se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio
fragante para Dios” (5.1-2). -pp. 216/217-
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