El ser humano busca una meta, sueña con ella, tiene deseos, objetivos, sueños... en todos ellos se prefigura su sed, su existir para algo más que sólo sobrevivir.
Vemos a hombres y mujeres venciendo en una prueba deportiva, y admiramos el hecho de que lo único que importa en ese breve pequeño momento de gloria, es, precisamente, que todo se dirigió únicamente a alcanzar la meta que le dio sentido al atleta.
Pero, por mucho que nos esforcemos, si el sentido que le damos a la vida no es el verdadero, la insatisfacción siempre nos alcanzará, tarde o temprano.
Si fueramos criaturas salidas de un universo de materia y caos, sin voluntad ni propósito, sin destino ni esperanza, ¿no sería eso acaso un manto de oscuridad y vacío negando toda la evidencia en contrario que alumbra la conciencia humana y nuestro hambre de belleza, felicidad y gloria?
Sólo cuando hallamos la verdad acerca de para qué y por quién fuimos creados, comenzamos a deleitarnos en la esperanza de la eternidad anunciada por el Dueño y Autor de la vida. Como dijo el salmista:
"La salud me puede fallar, mi espíritu puede debilitarse, ¡pero Dios permanece! ¡Él es la fuerza de mi corazón; él es mío para siempre!" (Salmo 73:26)
"En aquel día mirará el hombre a su Hacedor, y sus ojos contemplarán al Santo de Israel." (Isaías 17:7)
"En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza." (Salmo 17:15)
No sólo hemos sido creados para siempre, sino, además, y por sobre todo, para disfrutar por siempre de nuestro bendito y glorioso Padre eterno. Amén.-
N.M.G.
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