"Oíd, porque hablaré cosas excelentes,
Y abriré mis labios para cosas rectas.
Porque mi boca hablará verdad,
Y la impiedad abominan mis labios.
Justas son todas las razones de mi boca;
No hay en ellas cosa perversa ni torcida.
Todas ellas son rectas al que entiende,
Y razonables a los que han hallado sabiduría.
Recibid mi enseñanza, y no plata;
Y ciencia antes que el oro escogido.
Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas;
Y todo cuanto se puede desear, no es de compararse con ella"
(Proverbios 8:6-11)
(Proverbios 8:6-11)
Lo mejor, lo excelente y lo perfecto, son tres cuestiones intima e inseparablemente implicadas en el evangelio.
He leído escritos de grandes filósofos de la Historia, los principios éticos de las grandes religiones, el agudo análisis de grandes sociólogos y hombres de ciencia, pero ninguno de ellos se puede comparar a la excelencia de la sabiduría y revelación de la Biblia. Podrán desecharla por incredulidad, pero su contenido es incomparablemente superior en todo sentido.
Los que la han escudriñado con un corazón humilde, han hallado palabras de vida eterna, la verdad declarada por el Dios que juzga el valor último de todas las cosas, el manantial perpetuo de todo gozo, paz y bendición (ver. Juan 4:14; Colosenses 2:2-3; 2 Pedro 1:3).
Lo mejor que podemos hacer, es buscar a Dios a través del testimonio de Jesucristo mismo, porque él fue quien dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6).
Por supuesto, Cristo Jesús es la persona en torno a la cual todas las Escrituras cobran sentido y en quien se halla el rostro mismo del Creador (conf. Juan 14:9; 2 Corintios 4:4; Hebreos 1:3 entre otros). Como él mismo les dijo a sus oyentes: "escudriñen las Escrituras, porque ellas dan testimonio de mí" (Juan 5:39).
Amén.
N.M.G.
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