Sería un grave error enseñar que la vida cristiana no requiere esfuerzo, dedicación y constancia. Por el contrario, la doctrina de Cristo supone que hemos de amar "al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento" (Marcos 12:30). Así el apóstol Pablo le dirá a su hijo en la fe: "esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús" (2 Timoteo 2:1).
El secreto de la libertad cristiana es que esta no es mágica, nace y se desarrolla en el corazón de aquellos que reciben la palabra implantada (Stgo 1:21), la cual actúa en los creyentes (1 Tes. 2:13), que retienen la palabra oída, la comprenden y dan fruto con perseverancia (Lc. 8:15). Por eso, el Señor les dijo a los judíos que habían creído en Él: "Si ustedes se mantienen obedientes a mis enseñanzas, serán de verdad mis discípulos. Entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres." (Juan 8:31-32).
La ley del pecado, la Ley de Dios, y la ley en mi mente
Alguien
en las redes dijo que “la ley del pecado”, significa que hay una ley
que, como tal, se impone como la ley de la gravedad. Si bien es cierto que,
como la ley de la gravedad, se trata de algo que ocurre de manera universal a
todo ser humano, a continuación desarrollaré un poco esta cuestión, para que
comprendamos más profundamente lo que implica el uso del término “ley”
en la carta del apóstol Pablo a los romanos, y para que entendamos, que no
somos librados mágicamente del poder del pecado, en nuestra vida presente,
cuando creemos al evangelio, sino cuando, por medio de la gracia que nos es
dada (ver Ro. 5:17), somos llamados a pelear la buena batalla de la fe, y
correr la carrera hasta el final.
"El
pecado no es una falla moral", oí también. Pero es precisamente una
falla moral lo que el pecado produce. Una falla moral es no hacer
aquello que Dios dice que debemos hacer, o bien, hacer aquello que Dios dice
que no hagamos. “Al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es contado por
pecado”. Entonces, la solución no es pretender que una mágica ley hará que
dejemos de pecar (como cierta enseñanza equívoca puede pretender), sino en
ENTENDER que debemos renovarnos en el espíritu de
nuestra mente, para así poder desvestirnos del viejo hombre,
viciado conforme a los deseos engañosos, y vestirnos del nuevo (ver Efesios
4:17-23).
La
Escritura dice en 1 Corintios 15:56 que “el aguijón de la muerte es el pecado,
y el poder del pecado, la ley." En el sentido que, el pecado actúa por
medio de la ley (de Moisés, o sea, una ley MORAL: “HAS ESTO Y VIVIRÁS”).
"La
ley del pecado", en el contexto de Romanos 8, no es una ley, como una
entidad o poder que opera, sino, la ley de la paga que merece el pecado: "la
paga del pecado es muerte", esa es "la ley del pecado y de la
muerte" de la que somos librados por la obra sustituta de Cristo en la
cruz. Nos ha librado de la muerte (espiritual, en la que estábamos
"muertos en delitos y pecados"), dándonos, ahora vida espiritual, que
es la vida eterna, (ver Efesios 2), para que tengamos resurrección en gloria.
Por
otro lado, Pablo dice respecto al pecado, en Romanos 7, que "...
el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia;
porque sin la ley el pecado está muerto... (es el pecado el que
produjo en él el mal deseo, no una ley). Así que, queriendo yo hacer el
bien, hallo esta ley (DICE LEY, EN EL SENTIDO QUE SE CUMPLE DE MANERA
UNIVERSAL): que el mal está en mí (TODOS PECAMOS). 22 Porque
según el hombre interior (MENTE- CONCIENCIA), me deleito en la
ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros (LA
DEBILIDAD DE LA CARNE, NO PROVIENE DE UNA LEY, SINO DE LA PROPIA CARNE, QUE ES
DÉBIL, ver Ro. 8:3), que se rebela contra la ley de mi mente (o
sea, ESTAMOS DE ACUERDO CON EL DEBER SER DE LA LEY, PERO NO
LOGRAMOS CUMPLIRLO POR LA DEBILIDAD, SUCUMBIMOS A LOS DESEOS CARNALES QUE
BATALLAN CONTRA EL ALMA), y que me lleva cautivo a la ley del pecado
que está en mis miembros."
¿Qué
significa que la ley del pecado esté en nuestros miembros?
Si
comparamos: “la ley de Dios”, la “ley en mis miembros”, y la “ley
de mi mente”, vemos que lo que significa es la VOLUNTAD que hallamos en
cada una. En la ley de Dios hallamos la voluntad de Dios, en la ley de mis
miembros, hallamos la voluntad de nuestra carne (los deseos humanos), y en la
ley de mi mente, está mi conciencia aprobando la voluntad de Dios para mi vida,
y reconociendo que es mi propio cuerpo el que hace lo malo, y me lleva cautivo
a la ley del pecado, es decir, a obedecer mis propios deseos carnales. Por eso,
Pablo termina el capítulo 7 diciendo: “Así que, yo mismo con la mente
sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Acá,
claramente vemos las dos voluntades contrapuestas: la de Dios
(expresada en su Ley) y la de la carne, manifestada en sus deseos.
Entonces,
luego de exponer este dilema que nos destituye de la gloria de Dios, como
pecadores, Pablo puede dar gracias a Dios porque Jesucristo es quien “condenó
al pecado en la carne” (Ro. 8:3). O sea, en su propio cuerpo “en
semejanza de carne de pecado y a causa del pecado”, el Señor cargó con el
pecado de todos nosotros (es decir aquellos que somos “de la fe de
Jesús” Ro. 3:26), “que no andamos conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la
carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque
el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.
Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque
no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:4-7).
Entonces,
el uso de la frase “la ley del pecado”, se relaciona con la voluntad
pecaminosa que actúa en mi cuerpo carnal: “designios de la carne”. Estos
deseos, nos llevan cautivos “a la ley del pecado que está en mis miembros”, o
sea, a ejecutar la voluntad de la carne y no la de Dios.
Pero
ahora, se nos dice que Dios, “vivificará también vuestros
cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Ro.
8:11). O sea, la vida del Espíritu se opondrá a los deseos de la carne: “Porque
el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” (Gál.
5:17)
Por
esta razón es que Pablo, había dicho en el capítulo 6 de la carta: “Así
también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de
modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (vv. 11-12).
El
hacer morir “las obras de la carne” en nuestra vida (Ro. 8:13), es nuestra
respuesta a la nueva vida que recibimos en “la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús” (Ro. 8:2). Y sigue siendo una batalla MORAL desde que el “Haced
morir…” de Pablo, es un mandamiento con consecuencias: “si
vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis.” (Ro. 8:13). Recordemos lo que dijo
nuestro Señor: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la VOLUNTAD de mi Padre que está en los
cielos.” (Mateo 7:21)
“Los
deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11) son una voluntad
que debe ser sometida al señorío de Cristo (ver. 2 Cor. 10:5). Los que piensan
en las cosas de la carne, no pueden llevar a cabo esta batalla. Sólo los que
piensan en las cosas del Espíritu (la voluntad de Dios, su reino y su justicia)
pueden hacer la voluntad del Padre y entonces llevar “todo pensamiento cautivo
a la obediencia a Cristo”.
En
esa batalla, en la que Cristo nos da las fuerzas ("separados de mí, no
pueden hacer nada"), hay dificultad, hay una lucha sin tregua en la que
debemos MATAR "el pecado que mora en mí". CADA DÍA debo tomar mi CRUZ
para seguir al Rey en cuyo reino eterno mi alma renacida desea entrar, y
entonces, como nuestro precursor dijo: “sigo adelante a fin de hacer mía esa
perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo. No, amados
hermanos, no lo he logrado, pero me concentro únicamente en esto: olvido el
pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar
al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama
por medio de Cristo Jesús. Que todos los que son espiritualmente maduros estén
de acuerdo en estas cosas.” (Filipenses 3:12-15).
La madurez espiritual es sinónimo de libertad, que es el crecimiento de la vida de Cristo en nosotros, de modo que el viejo hombre quede en el pasado y el nuevo, que se va formando a la imagen del Señor, avance hacia su destino celestial.
Amén.
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