La Revelación
“Padre
justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos han conocido
que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún,
para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.” (Juan
17:25-26)
La enseñanza
y la revelación, son dos caras de una misma moneda. La enseñanza se recibe y es
objetiva, o sea, es algo concreto, una cierta información que me han dado o que
he hallado. Pero la revelación es subjetiva, sólo la persona puede ser
consciente en su íntima convicción de las cosas que se desprenden de esa enseñanza.
Lo voy a explicar. Por ejemplo, tenemos la Biblia, un libro con muchísima información,
historias, personajes, enseñanzas, etc. Podemos estudiar su contenido y conocer
lo que dice, pero, la misma Biblia, y el propio Señor Jesús nos enseña, que hay
cosas que deben sernos reveladas. Así leemos: “En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te
alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas
de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque
así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie
conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” (Lucas 10:21-22).
O
sea que no basta con la enseñanza. Esto mismo se desprende de estas palabras del
apóstol Pablo cuando escribió: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos?
Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno
concedió el Señor. Yo planté, Apolos
regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios.
Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el
crecimiento.” (1 Corintios 3:5-7).
A lo
dicho podemos agregar lo que les declara el Señor a los discípulos cuando “Él
respondiendo, les dijo: Porque a vosotros
os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es
dado.” (Mateo 13:11).
Como
vemos, es Dios el que concede la revelación de las profundas verdades que
hallamos en la Escritura. Y ese mismo Dios del que se nos enseña que resiste a
los soberbios, pero da gracia a los humildes (Santiago 4:6) es el que el Señor
nos dice que revela sus misterios a los niños pero no a los que son tenidos por
sabios y entendidos (eruditos).
Esto
nos lleva a la humildad con que todo creyente debe recibir la enseñanza de la
Palabra de Dios, tal como se nos exhorta a “recibid con mansedumbre la palabra
implantada, la cual puede salvar vuestras alma” (Santiago 1:21).
Nadie
que no tenga humildad para recibir el mensaje del testimonio de Cristo, y todas
las Sagradas Escrituras que cobran sentido y se explican por medio de Su
persona, puede llegar a recibir esa revelación especial, personal, es decir,
dada al hombre y la mujer en el interior de su ser, allí donde sus más íntimos
pensamientos y su conciencia dialogan con su propia alma, de modo que un día llega
a ser consciente de que, como dijo el Señor, “ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
El
conocimiento envanece, escribió un servidor de Cristo, pero el amor edifica (1
Corintios 8:1). Esto se refiere al orgullo en el que una persona puede caer por
saber ciertas cosas que otros no saben, y por ello creerse superior. Cualquiera
puede llegar a ser un erudito bíblico, si estudia la Biblia en profundidad,
pero esta clase de conocimiento no es suficiente para vivir una vida espiritual
sana, real y fructífera para Dios. Satanás puede generar religiosos, pero sólo Dios puede dar vida espiritual interior verdadera y real. Porque el amor va más allá del mero
conocimiento (que el enemigo de Dios también puede tener). Tal amor, es ante todo, un amor a Dios, el cual no considera el
conocimiento (de los “temas divinos”) como algo para ser superior a alguien,
sino como el canal a través del cual podemos ser instruidos para la comunión con Dios y así ser guiados a
cumplir su voluntad, la cual es
justa, agradable y perfecta (ver Romanos 12:1-2 y 2 Timoteo 3:14-17).
Así
que, en la Biblia, tenemos un conocimiento a través del cual, si miramos
atentamente, y estudiamos con diligencia, llegaremos a experimentar en primera
persona la preciosa verdad de Proverbios 2:1-6
“Hijo
mío, presta atención a lo que digo y atesora mis mandatos.
Afina
tus oídos a la sabiduría y concéntrate en el entendimiento.
Clama
por inteligencia y pide entendimiento.
Búscalos
como si fueran plata, como si fueran tesoros escondidos.
Entonces
comprenderás lo que significa temer al Señor y obtendrás conocimiento de Dios.
¡Pues
el Señor concede sabiduría! De su boca provienen el saber y el entendimiento.”
(NTV)
El Señor
concede la sabiduría, sólo él puede abrir el entendimiento de la persona y
resplandecer en el corazón del que recibe el testimonio. Por eso también
leemos: “Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con
vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en
la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el
entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:44-45). Y “Tenemos también la palabra profética más
segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra
en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en
vuestros corazones” (2 Pedro 1:19)
La
revelación del Padre y del Hijo, se recibe en el corazón, es un acto soberano
de Dios que Él da a quien humildemente pide a Dios creyendo a su Palabra. Por eso, el Señor mismo declara:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo
aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué
padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado,
en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan?” (Lucas 11:9-13)
¿Has
pedido a Dios lo que sólo Él puede dar? La oración rompe la presunción
intelectual. Pedir a Dios en oración audible es un reconocimiento abierto de nuestra necesidad de su intervención. Sin el don de Dios, por el cual recibimos
una fe viva, no podemos conocer los misterios del reino, ni siquiera podremos
verlo o entrar en él. Por eso el Señor nos da esta enseñanza fundamental para
que busquemos ese nacimiento “de lo alto”. Leamos:
“Respondió
Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y
nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de
la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te
maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de
donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así
es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Juan 3:3-8).
Así
que, si tenés el deseo de conocer a Dios y entregarle tu vida, para que haga de
vos un nuevo ser, pedile a Dios que por medio de su Hijo Jesucristo, te conceda
el conocer la verdad, esa verdad de la cual Cristo dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan
8:31-32).
Buscar
las palabras del Señor es una actividad objetiva, en la que recibimos su enseñanza
para llegar a ser entonces, verdaderos discípulos de Cristo. Pero conocer la
verdad y vivir en la libertad
espiritual a la que se refiere, es una experiencia profundamente personal que
sólo reciben aquellos en que se cumplen las palabras: “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (Juan
8:36).
"... leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu" (carta del apóstol Pablo a los Efesios 3:4-5)
Necesitamos entender las Escrituras para recibir el conocimiento de la verdad, y así poder nacer de nuevo, por la obra soberana de Dios, que por medio de Jesucristo, nos libra del engaño del reino de la mentira y nos adopta en la eterna familia del Padre, nuestro bendito y poderoso Dios.
Dios te bendiga con el don de la fe que se aferra al testimonio del Evangelio de Cristo.
Amén.
N.M.G.
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