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La gloria de una paz imperturbable

 


“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6:65-68)

“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.” (Salmos 42:2)

 

Al meditar en las enseñanzas e historias de la Biblia, aun después de un largo tiempo, podemos notar como, muchas de las cosas que conocemos, se van haciendo más y más claras, tomando mayor profundidad, de tal manera que, incluso los pasajes que sabemos de memoria cobran un sentido aun más amplio o específico, llegando a tomar una nueva dimensión. Lo que sigue podría ser un ejemplo de ello.

Se trata del conocido pasaje de las hermanas, Marta y María, en el que se relata el incidente por el que Marta le reclama al Señor Jesús, que su hermana no la estaba ayudando a servir. Dice el evangelio de Lucas en su capítulo 10:

“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.” (vv. 38-42).

Jesús declara la realidad, por un lado, Marta, “afanada y turbada” “con MUCHAS cosas”. Luego, el Señor señala: “sólo UNA cosa…”. Al mirar de cerca el relato, podremos ver que esas muchas cosas que esta persona responsable y hacendosa estaba llevando a cabo, no sólo la llevaban a la queja contra su hermana, sino que, además, le impedían tener tranquilidad y claridad para oír las palabras de Jesús. “Turbar”, entre las acepciones de este término hallamos: “Alterar o interrumpir el estado o curso natural de algo”. “Interrumpir, violenta o molestamente, la quietud.” Una persona privada de la tranquilidad y la quietud necesarias para meditar en las palabras de Jesús, necesita sólo UNA cosa. Y esta cosa es opcional. Tal como lo afirma el Señor al decirle a Marta: “María ha escogido la buena parte…”.

Un ojo malo podría decir que María era una perezosa que con la excusa de no servir en las tareas que requería la casa, se había “refugiado” a los pies del Señor. Pero la Escritura nos muestra un deseo más profundo en María, un deseo ligado a “la buena parte”. Sin dudas, el Señor conocía lo que había en las personas, y pudo decir sin error que María tenía un genuino interés en las palabras que estaba oyendo a sus pies.

María había escogido detenerse a oír al Maestro. En esas palabras se hallaba “la buena parte”, en donde la única cosa que es necesaria se nos da sin que tengamos que andar afanados y turbados con muchos quehaceres. Por eso el Señor agrega: “la cual no le será quitada”.

La profundidad de estas palabras, nos invitan a considerar el regalo que recibimos al detenernos de nuestras inquietudes y afanes terrenales, para considerar el mensaje celestial de la gracia de un Dios que ha prometido vida eterna a los que creen en su testimonio y le aman en consecuencia.

No hay posesión más grande que nuestra propia vida, y el Señor Jesucristo trajo palabras de vida eterna, este incomparable regalo de gracia, no se pierde con la muerte, no tendrá fin, es el irrevocable don de Dios para aquellos que, al oír las palabras de su Hijo, el Cristo, con sinceridad, quitan la mirada de los afanes y ambiciones de este mundo, y como un niño maravillado por la hermosura y grandeza de la creación, recibe con gratitud la promesa de su Padre celestial, el Creador de los cielos y la tierra, cuyo poder es la garantía de su cumplimiento.

A los que escogen sentarse a oír las palabras de Dios “como niños” y con el deseo de hallar “la buena parte”, el Señor mismo nos dice esto:

“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:25-30).

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27).

Bienaventurado el hombre y la mujer que hallan esta paz, verdadero descanso, el eterno consuelo de nuestra alma unida a Jesucristo.

Amén.

N.M.G.

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