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La predicación de Jesucristo II

 





El Sermón del Monte, comienza con las bienaventuranzas. Es una predicación, pero más que eso. A diferencia de los tratos de Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento (“Antiguo Pacto”), aquí no encontramos a un profeta dando un mensaje del tipo “así dice el Señor”, sino al Señor mismo, el Rey del reino que está siendo anunciado, el Juez de los mandamientos que están siendo legislados, diciendo: “Yo os digo”.

Como escribiría tiempo después el enviado del Señor en su carta a los romanos, somos “llamados a ser de Jesucristo” (Ro. 1:6). El mismo Señor deja en claro al principio de su sermón, que es por su causa, que hemos de ser rechazados y perseguidos (Mt. 5:11). Esto que señalo está dirigido a que veamos con claridad la trampa más común y efectiva para apartarnos de Jesucristo y su verdad.

La trampa a que me refiero es la religión. ¿Te sorprende? Dejame aclarar lo quiero decir con religión aquí. Estamos pensando en la religión como toda actividad humana que se interponga, interfiera o estorbe en tu relación directa con las palabras de Jesucristo. ¿Entendes cuál es la trampa? Cuando te encontras con publicaciones, denominaciones, sectas o grandes instituciones que en nombre de Cristo te dan una enseñanza diferente a la sencilla y directa palabra del Señor, estás siendo captado por un grupo o líder religioso que te convierte en un adepto a su movimiento o institución, en vez de un fiel discípulo de Jesucristo.

¿Sabes cómo se diferencia el discípulo de Cristo de un religioso “cristiano”?

En parte ya he adelantado la respuesta. Un discípulo de Jesucristo, se ciñe a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, obedeciendo a Dios antes que a los hombres (ver ej. Hechos 5:29 y Mateo 23:9), o si queres ver la respuesta en la Escritura, mirá lo que escribió el apóstol Pablo en su carta a Timoteo: “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales.” (1 Timoteo 6:3-5)

“Las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo”. Estas son las palabras que hallamos en el gran Sermón y el resto de los evangelios. Allí tenemos los mandamientos de Cristo, y sus enseñanzas fundamentales para forjar una vida verdaderamente cristiana que agrade a Dios.

Un “religioso cristiano”, es alguien que ha sido apartado de la sincera fidelidad a Jesucristo. Nuevamente, veamos en la propia Biblia, a lo que nos estamos refiriendo. El apóstol Pablo escribió al respecto: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Corintios 11:2-4)

 

La distinción que he tratado de mostrar es muy importante, porque de ella depende tu relación con Dios. Cuando tu relación con Dios se basa en tu actuación religiosa en relación a una denominación cristiana o institución religiosa, resultarás afectado por la hipocresía de los fariseos de la cual advirtió el Señor (Lucas 12:1). Esta hipocresía se basa en ganar buena reputación, estatus religioso, etc., observando mandamientos de hombres que son enseñados como mandamientos de Dios, lo cual, el propio Señor Jesucristo denunció cuando les dijo a los judíos: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” (Marcos 7:6-8).

Notemos a lo que apunta el Señor: “su corazón está lejos de mí”.

Esto es sumamente importante. Tu corazón puede ser alejado de Dios cuando te sometes a las tradiciones religiosas de quien fuere. Por eso estoy llevando a tu conocimiento esta advertencia tan necesaria, para que procures con diligencia inquirir en las palabras de Jesucristo mismo, para poder distinguir entre lo que él verdaderamente dijo y enseñó, y lo que los hombres puedan decir, en consonancia o contradicción a él.

Te invito a considerar el siguiente pasaje del profeta Jeremías, que refleja esta misma distinción entre quienes confían en las personas (cuales sea) y quienes confían en el propio Dios que ha hablado. Leamos:

“Así dice el Señor: "¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! Será como una zarza en el desierto: no se dará cuenta cuando llegue el bien. Morará en la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita. "Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto.” (Jeremías 17:5-8 NVI).

Poner nuestra confianza en el Señor, requiere, ante todo, que reconozcamos que las palabras de Jesucristo son la voz del Dios Soberano, y que en esa convicción edifiquemos toda nuestra vida. Porque es en ese punto, donde a la postre se habrá de ver la realidad detrás de nuestras acciones. Es por eso que al final del Sermón oímos:

Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.

Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (Mateo 7:20-29).

Para terminar esta segunda parte de introducción al Sermón del Monte, te invito a reflexionar en el siguiente testimonio de un verdadero cristiano y preguntarte cómo has de recibir las palabras de Jesucristo. “… les predicamos el evangelio de Dios. Ustedes son testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con ustedes los creyentes; así como también saben de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria. Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.” (1 Tesalonicenses 2:9-13).

La ineludible y necesaria aclaración para todo aquel que lea el Sermón del Monte, es que está oyendo las palabras de Dios, el Señor, y que en esas palabras se halla el destino de su alma, para bendición o maldición. Por lo tanto, es necesario que con mayor diligencia, incluso aquellos que ya conocemos el Sermón, atendamos a las grandes advertencias y recompensas que se proclaman en él.

Dios te bendiga.

N.M.G.

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