“Sin reservas, sin retorno, sin
nada que lamentar.” (William Burten).
“Pues ya que en la sabiduría de
Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a
los creyentes por la locura de la predicación.” (1 Corintios 1:21)
Cuando tienes la mirada fija en
el futuro, no encontrarás tiempo para mirar atrás. No necesitamos alimentarnos
del pasado cuando nuestra meta está puesta después del final. ¿Has hecho alguna
vez planes para después de morir? Suena extraño, pero, si no podemos tener expectativas
a la hora de morir, nuestra vida tendría la misma trascendencia cósmica que la
de una cucaracha. Y vos sabes, valemos mucho más que cualquier insecto, mucho
más.
Si en nuestra vida no hay ningún lugar
reservado para depositar intereses pos-mortem,
somos la tragedia lamentable que los cínicos se encargan de caricaturizar. Si
no hay vida después de esta, no nos queda mucho más que comer y beber, en lo
posible con buena compañía.
Pero en todo tiempo y lugar los
seres humanos hemos sido conscientes de que hay algo más. Miramos hacia el
cielo, la grandeza de ese abismo insondable allí afuera, y el abismo
interminable dentro de nosotros mismos, y no podemos menos que maravillarnos
ante la existencia de un universo en el que, sin dudas, su Creador es un Mysterium tremendum et fascinans[1]
Sin embargo, en la era de la
tecnología y de la interminable y continua creación de contenidos y productos,
somos arrastrados por una corriente de confort pasajero y series televisivas
intrascendentes, que nos mantienen ocupados para no tener que enfrentar la
vacuidad de una vida sin sentido, sin Dios y sin esperanza final.
Quiero trabajar en mi futuro después
de morir. Suena a locura, solo si lo único que esperas de esta vida, es lo que
vemos ahora. Pero si por un momento, las promesas de Dios y de Cristo, selladas
con profecías cumplidas, milagros inigualables y una resurrección histórica con
testigos que la proclamaron al precio de sus propias vidas, son la gran verdad
desatendida por incrédulos e insensatos, entonces, no hay nada más cuerdo que
entregarse por completo a la locura del evangelio.
Quiero llegar a vivir una vida en
la que las palabras del apóstol Pablo también sean mi confiada esperanza: “Por eso estoy sufriendo aquí, en prisión;
pero no me avergüenzo de ello, porque yo sé en quién he puesto mi confianza y
estoy seguro de que él es capaz de guardar lo que le he confiado hasta el día
de su regreso.” (2 Timoteo 1:12 NTV) “Porque
para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Filipenses 1:21).
El gran apóstol Pablo murió ejecutado,
hoy en occidente no enfrentamos la muerte, pero sí la más hostil indiferencia a
todo diálogo espiritualmente relevante. No es fácil traer a los oídos de las
personas palabras de vida o muerte, salvación o condenación, misericordia o juicio,
gracia o castigo, verdad cristiana o engaño demoníaco.
Pero, ese apóstol finalmente
ejecutado escribió en sus días que “la
palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan,
esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1:18) y que “no me avergüenzo del evangelio, porque es
poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y
también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe
y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Romanos
1:16-17).
Simples hombres convertidos en
saetas en manos del Valiente Vencedor.
Jesús les dijo: “… yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la
victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4-5)
“Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está
en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te
avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino
participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos
salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según
el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los
tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de
nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol
y maestro de los gentiles.” (2 Timoteo 1:6-10)
Que la muerte nos encuentre
anclados en la verdad del evangelio eterno, que las vanidades de este mundo no
nos alejen de la gracia de la salvación, que el amor de Cristo sea nuestro gozo
y banquete continuo, que la gloria de Dios y su reino sean nuestro estandarte “en
palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a
siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como
engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como
moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como
pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo
todo.”
“… Se levantarán muchos de los
que están muertos y enterrados, algunos para vida eterna y otros para vergüenza
y deshonra eterna. Los sabios resplandecerán tan brillantes como el cielo y
quienes conducen a muchos a la justicia brillarán como estrellas para siempre.”
(Daniel 12:2-3, NTV).
Amén.
N.M.G.
[1]
Mysterium tremendum et fascinans es
una frase en latín acuñada por el teólogo Rudolf Otto que describe la
experiencia de lo sagrado como un "misterio sobrecogedor y
fascinante", una mezcla de terror, asombro y atracción irresistible hacia
lo numinoso (lo totalmente Otro), que genera tanto pavor como encantamiento.

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