“¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién
os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento? ¿En dónde
dejaréis vuestra gloria?” (Isaías 10:3)
Martyn Lloyd-Jones describió una manera de
pensar que ha ido en aumento desde los días en que fueron registradas sus
palabras durante 1964, él habló de esta argumentación que persuade a los hombres
y mujeres diciendo: “¡A nosotros Dios no nos da miedo! Ustedes tienen miedo, su
religión se basa en el temor, y no son hombres. No son más que almas asustadas
y marchitas. ¿Por qué no ser fuertes, levantarse y decir: “No hay Dios y no
puede hacer nada”? El mundo se encuentra en manos de los hombres y mujeres, y no
hay nada que temer. Exprésense, vivan sus propias vidas, váyanse de juerga y
disfruten del placer hasta hartase”. (en “Cuando el Señor Juzga a su Pueblo”
Ed. Peregrino)
Las consecuencias de esta rebelión
contra la verdadera Autoridad de nuestras vidas se cosechan, tarde o temprano, porque nadie escapará de ese Dios que juzga con justicia y aborrece a quienes detienen
con injusticia la verdad. Y ¿qué es detener con injusticia la verdad? Negar que
ciertamente hay un solo Dios y que es sabio temerle, porque si ante la muerte
hombres y mujeres se desesperan por igual, ¿qué habrán de hacer siendo que ella
no es sino la advertencia más solemne que pueda existir de que así como se nos
dijo que la paga del pecado es muerte (tanto el pecado como la muerte son hechos universalmente comprobados) el desprecio ante el llamado de Dios al
arrepentimiento para reconciliación por medio del Evangelio de Cristo nos
expone a lo que la Biblia
nos revela como “una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha
de devorar a los adversarios”. (Hebreos 10:27)?
Sin embargo son cada vez más los que se
unen al coro enunciado por Llod-Jones de los hombres y mujeres impíos: “¡A
nosotros Dios no nos da miedo! Ustedes tienen miedo, su religión se basa en el
temor, y no son hombres. No son más que almas asustadas y marchitas.” Pero Dios
retarda su irrupción ya que, como escribiera el apóstol Pablo: “quiere que
todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay
un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre;
el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a
su debido tiempo.” (1 Timoteo 2:4-6).
Aquí no hay robots, no somos
máquinas, Dios llama y pone en manos de los hombres y mujeres la respuesta. Él
quiere que recibamos la reconciliación, pero en toda reconciliación hay dos partes:
una agraviada que ofrece su perdón y la otra parte que cometió el error
voluntario y que reconoce su necesidad de recibir ese perdón.
Así que, si una persona se rehúsa a creer en Dios, no desea recibir ninguna reconciliación, y aun desafía al Dios que
se reveló por medio de sus profetas y finalmente en su Hijo, Jesucristo,
jactándose de que sólo los tontos y miedosos recurren a la fe, habrá acumulado
culpa sobre culpa, o como está escrito sobre los que menosprecian las riquezas
de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad nos
guía al arrepentimiento: “por tu dureza y por tu corazón no arrepentido,
atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo
juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a
los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero
ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que
obedecen a la injusticia” (Romanos 2:4-8)
En la humanidad, en lo que a nuestras
almas respecta, sólo hay dos grupos, los que obedecen a la verdad de Dios
acerca de la salvación que Él ha provisto en y por medio del Señor Jesucristo y
los que de una y mil maneras diferentes justifican su desafío hacia lo que Dios
ha establecido.
Para los que desean oír la voz de
Dios, en su Palabra encontramos escrito que
“Todo el que quiera ser sabio debe empezar por obedecer a Dios. Pero la
gente ignorante no quiere ser corregida ni llegar a ser sabia.” (Proverbios 1:7. Traducción en
lenguaje actual)
Gracias a Dios por nuestro Señor,
Maestro y Salvador Cristo Jesús, por cuya verdad recibimos la libertad del
pecado y la instrucción para una vida de poder, de amor y de dominio propio,
cuyo fin es la vida eterna que Él nos concedió, por el poder de su Espíritu
Santo.
Amén.
N.M.G.
Comentarios
Publicar un comentario