“Al que venciere, le daré que se siente conmigo
en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.”
(Apocalipsis 3:21)
“O juremos con gloria
morir…” dice en una
de sus estrofas el himno nacional argentino. Gloria, no importa si el precio es
la muerte, es eso que está allí en lo alto, “¡alcanzar la Gloria !!” de eso se trata
cuando se busca y se lucha por un objetivo más alto que el que los simples
mortales encuentran en vidas ordinarias, esas que “no llegan a nada”, según el
decir popular respecto de aquellos que no están “entre los grandes”.
A diferencia del mundo de las ciencias y el arte, la gloria y el
honor están reservadas para los
vencedores, sean soldados, sean atletas, no hay gloria ni honor para los que no
luchan y vencen.
Y en estos días de Mundial de fútbol, los
millones y millones de hinchas hambrientos de gloria, ya no ponen su fe en sí
mismos, mucho menos sus esperanzas, sino que las depositan con el corazón y el alma
en aquellos que están capacitados para hacer realidad sus ilusiones: la copa,
ese pedacito de gloria terrenal y pasajera que los ponga en contacto con los
valores más trascendentes de esta vida, esos para los que sólo Dios nos ha
hecho dignos.
Digo que nos ha hecho dignos porque los
animales no buscan estas cosas, para ellos no existen reglas que les exijan
respetar lo permitido y lo no permitido (todo deporte, e incluso la guerra,
tienen normas), en el reino animal existe ganar o perder, eso es todo. Pero en
nuestro reino, el de la humanidad (así como en el espiritual), existe el bien y
el mal, y más importante que vencer, es hacerlo respetando las reglas del
juego. Aquí radica la quinta esencia del deporte, la búsqueda de la gloria en
relación a una lucha justa. Jueces de línea, árbitros, cámaras testigo, todos
ellos son los guardianes de las reglas que le dan al juego su seriedad e
importancia, aquello que en el potrero es sólo un juego de niños, pasa a ser
una cuestión de real trascendencia, no obstante la verdad es que no hay después
de todo más que una pelota y hombres en movimiento.
Escribo siendo consciente de que la pasión que despierta el deporte es real, ya que yo mismo he amado el basquet (basketball), pero estoy tratando de que el lector llegue a entender el por qué detrás de esta cuestión. La pregunta que necesitamos responder es acerca del por qué la búsqueda de gloria y honra es parte de nuestra dignidad como seres humanos (desde las naciones hasta los equipos deportivos). Pero antes debemos atender la cuestión de lo quela Biblia llama desde tiempos
antiguos “la vanagloria” de esta vida. Una gloria vana es aquella que perece,
que está destinada a desaparecer como las flores que se secan. Y si la gente se
siente mal por “perder” un partido de fútbol, que en realidad nunca jugó,
¿dónde está la gloria que buscamos vanamente en lo superfluo?
Escribo siendo consciente de que la pasión que despierta el deporte es real, ya que yo mismo he amado el basquet (basketball), pero estoy tratando de que el lector llegue a entender el por qué detrás de esta cuestión. La pregunta que necesitamos responder es acerca del por qué la búsqueda de gloria y honra es parte de nuestra dignidad como seres humanos (desde las naciones hasta los equipos deportivos). Pero antes debemos atender la cuestión de lo que
La respuesta está en aquella gloria que
permanece para siempre. La gloria que no proviene de nosotros, sino de Dios. Así
como las estrellas poseen atributos sobrecogedores, los seres humanos reciben
sus capacidades de Dios. Y no tardamos en entender que los que entre nosotros
son considerados grandes deportistas, han recibido de “la naturaleza” sus dones
y talentos, mientras otros hombres y mujeres no cuentan con los mismos
atributos naturales de fuerza, velocidad y destreza.
O sea que la gloria que el fútbol emula (al
igual que otros deportes) es esa grandeza que es alcanzada por medio del
esfuerzo, la lucha y el honor (el respeto al rival y las reglas del juego). Y
todos la festejan y la buscan, aunque más no sea poniendo sus afectos y ánimo
de parte de aquellos que han de luchar por alcanzar el podio. Los simpatizantes se ven limitados a poner su fe en ese "otro" y encomendar su realización en su victoria.
En el cristianismo pasa algo similar en cierto modo,
la diferencia es que la gloria de la que se habla es real, es eterna, es la que
le pertenece a Dios como dueño y Señor de todas las cosas, y que Él comparte
con quien desea, porque como está escrito, suyos son “el reino, el poder y la
gloria, por todos los siglos” y todas las cosas son por medio de él, por él y para él (Col. 1:16; Ro. 11:36).
Así, cuando Jesucristo declaró haber vencido al mundo, la victoria del reino de los cielos frente a los reinos de este mundo quedó definitivamente alcanzada para que todos los que abrazan al Vencedor puedan obtener “gloria eterna” (2 Timoteo 2:10).
Así, cuando Jesucristo declaró haber vencido al mundo, la victoria del reino de los cielos frente a los reinos de este mundo quedó definitivamente alcanzada para que todos los que abrazan al Vencedor puedan obtener “gloria eterna” (2 Timoteo 2:10).
Por eso, para los que perseverando en bien
hacer buscan gloria, honra e inmortalidad, hay un llamado para que miremos al
“autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2) y recibamos su victoria en nuestro
favor, para lo cual es necesario creer al testimonio que se nos ha dado acerca
de Cristo Jesús en quién los que en él creen son “circuncidados, no con una
circuncisión hecha por los hombres, sino con la circuncisión hecha por Dios al
unirlos a Cristo y despojarlos de su naturaleza pecadora. Al ser bautizados,
ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él,
porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó. Ustedes, en otro tiempo,
estaban muertos espiritualmente a causa de sus pecados y por no haberse
despojado de su naturaleza pecadora; pero ahora Dios les ha dado vida
juntamente con Cristo, en quien nos ha perdonado todos los pecados. Dios anuló
el documento de deuda que había contra nosotros y que nos obligaba; lo eliminó
clavándolo en la cruz. Dios despojó de su poder a los seres espirituales que
tienen potencia y autoridad, y por medio de Cristo los humilló públicamente
llevándolos como prisioneros en su desfile victorioso.” (Colosenses 2.11-15)
Y gracias a esa victoria gloriosa del Hijo de
Dios, los que acudimos al mensaje del evangelio tenemos las palabras de quienes
pelearon “la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12) para que sigamos su
ejemplo. Así el apóstol Pablo escribió: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo
ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:13-14)
“Y esto hago por causa del evangelio, para
hacerme copartícipe de él. ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a
la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo
obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para
recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.” (1 Corintios
9:23-25)
Así que, hay un llamado a alcanzar una gloria
verdadera, aquella de la cual se nos ha dado testimonio por medio del Evangelio
de Cristo el mismo que venció a la muerte y de quien son la gloria, la honra y
el poder. Amén.
“Y a todo lo creado que está en el cielo, y
sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en
ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la
alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis
5:13)
N.M.G.
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