“… el propósito de este
mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe
no fingida,”
(1 Timoteo 1:5)
El tesoro de
un cristiano es el amor de Cristo, porque las ricas misericordias del Señor
limpiaron su corazón, le dieron una nueva conciencia y todo ello gratuitamente
por medio de la fe. Por eso, el valor de una fe no fingida es vital. De allí
que la Escritura
nos llame a conservarnos en el amor de Dios edificándonos sobre nuestra
“santísima fe” (Judas v.20)
Esto significa que, entre
aquellos que dicen conocer a Dios y haber leído el libro de su revelación y
enseñanza, la Biblia ,
están los que creen lo que en ella se escribió y los que fingen creer. Por eso la Biblia misma nos dice que
el que no vive en la humildad, mansedumbre y sencillez de Cristo, el que no
busca la paz y el bien, el que no ama, aunque diga conocer a Cristo, tal
persona miente (cf. 1 Juan 2:3-6).
Así que, la importancia de una
conciencia limpia que nos permita decirnos a nosotros mismos que nuestra fe es
verdadera depende del hecho concreto de que nuestro corazón haya sido limpiado
por el Espíritu de gracia, de modo que cuando la palabra de Dios que se recibe
por el oír con fe nos habla en mandamientos, consejos, promesas, exhortaciones,
testimonios, consolaciones y amonestaciones, nosotros podamos obedecer, de modo
que poco a poco lleguemos a dar evidencias de que hemos obedecido a la palabra
de verdad, “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos
los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la
esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y
Salvador Jesucristo” (Tito 2:11-13)
Los que en esta vida tienen esta
esperanza vivirán de esa manera, y los que no, fingirán.
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