“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu
del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el
Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido” (1
Corintios 2:11-12)
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio
para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad,
a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de
nuestro Señor Jesucristo.” (2 Tesalonicenses 2:13-14)
“Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas
y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo
expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios
vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios
3:2-3)
"No miren al mensajero, miren
el mensaje" se ha dicho, frase que en parte es cierta, pues más
importante que el mensajero es el mensaje que predicamos, no obstante, el
mensajero es quien da veracidad al mensaje, y un mensaje como el nuestro, no
puede ser cierto (para nosotros mismos) si no nos ha transformado, porque lo
que predicamos es que "el evangelio
es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Ro.1: 16) y
que somos hechos una "nueva
criatura" (2 Cor. 5:17) por la obra del “Espíritu de gracia” que nos ha hecho pasar "de muerte a vida" (Juan 5:24; 1 Jn. 3:14).
Así entonces, es necesario aclarar y remarcar la importancia del
mensajero, porque en el verdadero cristianismo el mensajero está unido a su
mensaje, y es responsable ante sus oyentes de honrar a Cristo con su conducta o
deshonrarlo, darle gloria o negarlo con sus hechos (Tito
1:16; 1 Timoteo 5:8). Por eso, la autoridad y
veracidad de nuestro testimonio al mundo, como discípulos y como congregación
de hermanos en Cristo, depende de nuestra vida, la cual al llegar a su madurez
debe poderse leer como una carta abierta, en la cual seamos fieles e
irreprensibles, hombres de limpia conciencia y buena reputación, varones y
mujeres de quienes se pueda dar testimonio de que verdaderamente son discípulos
de Aquel que murió y resucitó y les ha dado mandamientos y una esperanza por
los cuales vivir. Esta es la estatura de la Iglesia por la que trabajamos en la
enseñanza y la predicación, con el ejemplo, la intercesión en oración y el
amor (conf.
Efesios 4:11-15,17-32).
Para eso comenzamos con el gran amor de Dios quien ahora nos “ha recibido” (Ro.14:3) por medio de la fe en su
Hijo, de modo que esta gracia, esta buena noticia, este regalo, esta bendición,
este llamado sin comparación, este nuevo camino, es un nuevo comienzo, un nuevo
nacimiento. Tal es el mensaje único y glorioso del Evangelio de Jesucristo,
Dios con nosotros, por nosotros y a nuestro favor (Ro.8:28-34).
Lo pasado ha quedado atrás, los antiguos pecados enterrados en lo
profundo del mar, los fracasos y males han recibido consuelo y esperanza, las
pérdidas darán lugar a la restauración, el miedo deja paso al amor, la verdad
nos hace libres y el Espíritu abre nuestro entendimiento dando gozo, paz y amor
a nuestro nuevo corazón (Jeremías 31:33-34; Hebreos 8:10-12).
Tal es la experiencia de la reconciliación con Dios de aquellos que estábamos
muertos en delitos y pecados, pero que ahora, hemos sido recibidos por el Padre
que por medio de su Hijo nos ha constituido justos (Ro.5:19), librándonos de
la condenación del pecado y de las obras del diablo (Ro.6).
He aquí nuestra libertad en Cristo, nuestra nueva familia, nuestro
derecho a ser llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1), derecho que, no es concedido
por hombres ni por institución alguna, sino por Aquel que se manifiesta a los
suyos por medio del Espíritu Santo, a aquellos que aman su Palabra y esperan
con gozo su venida. Tal es la gracia del
Evangelio por el cual somos justificados por medio de la fe en la sangre de
Aquel que murió y resucitó para llevarnos a Dios, tal es el comienzo del
"poema" que Dios está escribiendo a través de tu vida, desde que viniste
a ser "hechura suya, creado en
Cristo Jesús para buenas obras" (Efesios 2:10), las cuales, como
dijimos, a su tiempo se verán en todo
aquel que persevera en esperanza, amor y fe (conf. Lucas 8:15; 2 Pedro
1:3-8; Santiago 1:25; Hebreos 10:39).
“Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis
aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. Y el mismo Jesucristo Señor
nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y
buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda
buena palabra y obra.” (2 Tesalonicenses 2:15-17)
Dios te guarde y bendiga.
N.M.G.
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