“No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para
retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en
tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee.” Eclesiastés 8:8
“Hazme saber, Jehová, mi fin, Y cuánta sea la medida de mis
días; Sepa yo cuán frágil soy.” Salmos 39:4
“Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes
que… el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo
dio.” Eclesiastés 12:1;7
Sabemos que vamos a morir, y más allá del cómo y cuándo, la cuestión más trascendente que surge es si después de la muerte seremos juzgados respecto a cómo vivimos, y el por qué de nuestras acciones y decisiones. Si hay vida después de la muerte, nuestra vida presente debe ser un camino hacia ella, y quien camina en base a ese llamado, no será avergonzado. Por tanto, "si creyeres en tu corazón que Dios levantó de los muertos a Jesús" (Ro. 10:9) creerás también que vos serás levantado después de que tu cuerpo muera, y entonces, todas las promesas y advertencia de la Escritura cobrarán sentido, importancia y claridad.
La Revelación bíblica nos permite entender que ese día no habrá lugar para los secretos, ni los malos entendidos, ni falta de pruebas o falsedades. Todo saldrá a la luz, y seremos expuestos de modo que no habrá forma de ocultar la desnudez de nuestras almas ni el trasfondo de nuestras acciones. Tal es el solemne destino de los que pasamos por este mundo y somos responsables de nuestros actos, por los que, en consecuencia, deberemos rendir cuentas.
El Juicio es el filo de la eternidad, la Escritura afirma que "los impíos serán cortados" (Sal. 37:2; Prov. 2:22), "tú destruirás a todo aquel que se aparte de tí" (Sal.73:27), y, "quien rechaza (la sabiduría de Dios) defrauda su alma, y los que desprecian al Creador "aman la muerte" (Prov.8).
El filo de la eternidad es profundo, nada hay que pueda escapar de él. "El corte" separará para siempre como la luz de las tinieblas, a los justos de los injustos, a las ovejas de los cabritos, a los piadosos de los impíos, a los creyentes de los incrédulos, a los santos de los idólatras, a los rectos de los perversos, a los que recibieron el evangelio de Cristo de los que lo despreciaron.
El filo de la Eternidad le pertenece a "la Espada del Espíritu", y esta Espada nos ha revelado el justo juicio de Dios respecto a la humanidad, de modo que leemos: "eres inexcusable oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas..." (Ro.2:1). No hay excusas que puedan librarnos de culpa y cargo, la única defensa efectiva es avenirse al Sustituto, el Cordero inmolado que quita nuestro pecado, y tal como leemos en Isaías: "He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y
limpio tu pecado." (Is.6:7), "Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y
cuyos pecados son cubiertos." (Ro. 4:7).
El filo de la Eternidad es inevitable, la hora de la muerte hará el corte para siempre, y no habrá vuelta atrás. Por eso se nos dice: "prepárate para venir al encuetro de tu Dios".
¿Estás viviendo cada día en esos términos?
El hombre que tiene en cuenta esta realidad que acabamos de señalar, es un hombre verdaderamente sabio, quien procurará caminar en integridad, sabiendo que su conciencia está delante de Dios, y que aun sus íntimos pensamientos no escapan del conocimiento de Aquel que pesa los corazones y conoce nuestras intenciones, discerniendo incluso lo que nuestra alma y espíritu desean en secreto.
Tal es la verdad respecto del filo de eternidad por el cual hemos de pasar todos nosotros, de modo que se nos dice que "la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta." (Hebreos 4:12-13).
La entrada al reino eterno del Salvador de las almas está en juego, el Juez Justo dará la corona de justicia a aquellos que perseveraron hasta el fin haciendo lo bueno, buscando gloria, honra e inmortalidad, a ellos les está preparada la corona de vida eterna. Tal es el eterno peso de gloria que da sentido a nuestras acciones presentes, para todos los que hemos sido alcanzados por la palabra de fe que es predicada por mandato del Señor Jesucristo.
"Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la
cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a
todos los que aman su venida." (2 Timoteo 4:8)
N.M.G.
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