El amor bien entendido nos enseña que el ser humano no puede amar más a las cosas que a otros seres humanos. El mayor amor se da entre personas (no entre personas y cosas), de donde se sigue que quien ama más a las cosas que a las personas, resulta objeto de reproche.
Luego, si seguimos este razonamiento podremos entender con más claridad de qué se trata la idolatría: el amar más a las cosas creadas que a su Creador (lo cual incluye, claro está, a los hombres y mujeres mismos).
Así entonces, el mayor de los mandamientos "amar a Dios por sobre todas las cosas" debería ser tan natural para la criatura, como lo es para un niño amar a su madre por sobre la comida o posesiones. Sin embargo esto no suele ser así por la negación del hombre a reconocer a su verdadero Proveedor (el dueño de este mundo y todo lo que hay en él). No obstante, llegada la revelación de Jesucristo que alumbra el entendimiento del hombre, podemos amar al que nos amó al comprender sin el impedimento de la incredulidad, cuán grande es la gracia, la misericordia y el amor que hemos recibido de Dios.
"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él." (1 Juan 3:1)
Sólo entonces veremos a Dios como realmente es: Aquella persona absolutamente digna de todo nuestro amor, deseo y devoción. Y así, el mandamiento de amar a Dios no es más que otra manera de decirnos: vive feliz y lleno de gozo contemplando Su gloria, en la paz y quietud del alma alumbrada por la presencia de Dios en el rostro de su Hijo, que nos llama a extender ese amor a otros.
"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados." (1 Juan 4:7-10)
Hoy más que nunca necesitamos amar a Dios por sobre todas las cosas porque el propósito mismo del Evangelio es llevarnos a Dios, y un Dios que no es anhelado es propio de aquellos que no han sido transformados por el mensaje glorioso del Evangelio de Cristo.
El que tenga oídos, oiga.
N.M.G.
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