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¿Qué implica la fe cristiana?




Cuando hablamos de la fe suponemos muchas cosas que están implicadas en ella. Podríamos decir, para una mejor explicación, que hay varios elementos que la integran. Por lo que cuando hablamos de “La fe”, “nuestra fe”, estamos incluyendo varias cosas. Así, cuando citamos la definición de “la fe”, tenemos una definición más compleja que la del término “fe” que se usa indistintamente para aludir a cualquier acto de confianza o creencia. Nuestra fe es definida en la Escritura en Hebreos 11:1 de la siguiente manera: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”

Para entender mejor el contenido de esta definición podemos desgranarla en sus elementos constitutivos:

Certeza de lo que se espera

Convicción de lo que no se ve


Al hablar de certeza y convicción estamos implicando seguridad (recordemos al apóstol Pablo escribiendo en Romanos 8: “por tanto estoy seguro que ni la muerte ni la vida… podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor”), pero además hay algo que se espera y cosas que no se ven.

Entonces debemos saber qué es lo que esperamos, lo cual, al igual que los hechos del pasado, hoy no puede ser visto. Por eso necesitamos conocer por medio de la Palabra cuál es el objeto y razón de nuestra fe: la existencia de Dios y nuestra relación con Él: “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” Hebreos 11:6.

Si bien el objeto de la salvación es nuestra alma, su sentido y razón para existir es Dios, ya que todo lo que somos y tenemos es un regalo suyo para que disfrutemos de Él, con Él y por causa de Él. Así está escrito: “Porque en él (Cristo) fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.” (Colosenses 1:16)

Los por qué y para qué, fundamento y sostén de la fe.

Su por qué, es nuestra necesidad de ser salvos: “obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”, 1 Pedro 1:9.
Su para qué es la voluntad de Dios de llevarnos al Padre: “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” 1 Pedro 3:18.
Siendo nuestro fundamento y sostén Cristo mismo, "el autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2) "el Cristo, el Hijo del Dios viviente.... y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." (Mateo 16:16, 18), "Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo." (1 Corintios 3:11).


De modo que los que hemos creído en la Roca inconmovible de la salvación, podemos abrazar la Palabra que dice: 

“Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. (Hebreos 6:17-20) 

“Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” (Hebreos 7:22-25) 

“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.” (Hebreos 9:27-28)

 “Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí.” (Isaías 45:21)

 “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”(Hechos 4:12)

 “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14)

Quienes han entrado por la puerta estrecha ("y en ningún otro hay salvación”), también han de caminar a través del camino angosto que lleva a la eternidad.

Este nuevo camino (paralelo del "nuevo nacimiento") nos lleva a una nueva vida, un nuevo horizonte, un sentido cargado de eternidad y de la consecuente solemnidad que amerita semejante término.


¿De qué se trata ese camino? 

De caminar a través de él, o sea, de vivir, cada día, en un compromiso permanente. Aquí es donde el Señor nos dice: "y el que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo". Esto significa que ponemos nuestra vida en manos del Señor, nuestra voluntad bajo sus órdenes, y nuestra confianza y esperanza en Él y sus promesas.

No sólo estamos hablando de fe, estamos hablando de tomar una decisión, la decisión más importante de nuestra vida, de seguir al Señor hasta el fin, de ser sus aprendices cualquiera sea el costo. Ciertamente, quien esté dispuesto a amar al Señor por sobre todas las cosas, entenderá cual es el sentido de sus palabras al decirnos: "el que gane su vida la perderá, pero el que la pierda por causa mía o del evangelio la hallará".

“Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: (recordemos que los muchos escogen el camino ancho) Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27 Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?

No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?

Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga.” (Lucas 14:25-35)

Estar dispuesto a renunciar a todo, es parte de la decisión de seguir al Señor de modo que mis decisiones se someten a sus direcciones, consejos y mandamientos. Si no estamos dispuestos a abrazar su voluntad, entonces tampoco habremos de tener su Espíritu morando en nosotros, porque el Espíritu en nosotros es el que nos guía a toda verdad y buen deseo. Por lo tanto, como dice la Escritura en Carta a los Romanos: “el que no tiene el espíritu de Cristo, no es de Él”.

Pero para los que tienen el valor y la buena voluntad de entregar toda su vida y fiarse de todo corazón de la Palabra del Señor, para someterse por completo a Su voluntad, Él nos llena con su paz, su gozo, sus frutos de justicia, templanza, paciencia, y amor, que disfrutamos en la comunión con Dios el Padre, al caminar en comunión con su Hijo Jesucristo, conforme a la palabra: "andad en el Espíritu".

Por eso, sea lo que sea que tengamos que dejar, o a que debamos renunciar, ¡la vida que nos ofrece el Señor al salvarnos, es una vida abundante, llena de buenos frutos, de gozo inefable y glorioso, la cual vence sobre el mundo y sus vanos deseos, porque tiene una meta firme, cuya herencia eterna en los cielos nos anuncia el final dichoso en el que estaremos por siempre en compañía del autor y consumador de nuestra santísima fe!

Dios te bendiga.
N.M.G.



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