"Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas." (1 Pedro 1:3-9)
El gozo del Espíritu es la fortaleza de los creyentes. El apóstol Pablo nos llama a regocijarnos siempre. Y también dirá que ellos estaban "como entristecidos, pero siempre gozosos."
Nuestro gozo es esa alegría de haber sido rescatados por el Señor. Nos gozamos en la cruz de Cristo. Porque con su muerte "hizo perfectos para siempre a los santificados" (Hebreos 10:14).
Nacer de nuevo, recibir el don del Espíritu Santo, saber a dónde vamos, a quién le pertenecemos, y en mano de quién estamos, es un gozo incomparable. Es la razón por la que nuestro ánimo reboza alabanzas, palabra de verdad, gratitud constante, esperanza inconmovible, y un gozo inefable y glorioso, porque descansamos en las promesas de Aquel que hizo la paz por medio de su muerte, para que todos nuestros pecados encuentren perdón y podamos seguir adelante, plenamente convencidos de las grandísimas y preciosas promesas que hemos recibido.
Trabajar por las cosas que están en el cielo, por el pan que a vida eterna permanece, anhelar la ciudadanía celestial, esperar el día en que Dios mismo vendrá a salvar a los que le esperan, y pondrá a todos los hombres en su lugar...
El día viene, nuestra esperanza se cumplirá, y la gloria, la honra y la inmortalidad, serán para los que tienen la fe respecto de la cuál el Señor preguntó: "Pero cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?" (Lucas 18:8)
Esa fe, no es cualquier creencia, es "la fe que ha sido dada una vez a los santos" por la cual se nos llama a "batallar ardientemente" (Judas 1:3), es "la fe no fingida" de Timoteo, la fe que "está segura de lo que espera y convencida de lo que no ve" (Hebreos 11:1).
Esta fe, es la fe que vence al mundo, la fe que viene por oír la palabra de verdad, y creerla de todo corazón.
Es la fe que no teme a los detractores, burladores, negadores, opositores, blasfemos, impíos y toda incrédula necedad.
Es la fe que proclamará al Señor hasta que Él venga. Es la fe que amará lo que el Señor ama, y hará lo que el Señor manda, aunque Él tarde en venir. Es la fe del "justo (que) vivirá por fe" (Romanos 1:17, Heb. 10:38).
¿Está tu fe llena de gozo? Si no es así, aliméntala pronto con la palabra de verdad, de modo que te fortalezcas en el Señor y seas lleno de su Espíritu. Entonces, cuando su luz alumbre tu entendimiento, y tu corazón salte en tu interior, tu paz será tan sólida como la diestra que te sostiene, y tu deseo de ver a Dios, tan real como el hambre. Entonces sabrás que nada te podrá separar del amor de Dios, y que su palabra te perfeccionará día tras día, porque "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que salió de la boca de Dios" (Lucas 4:4).
Así que, si ya eres creyente, te aliento a que busques este gozo inefable y glorioso que el mundo no puede dar, esa paz bendita que el Señor otorga a sus hijos, a fin de que puedas correr hasta el final, la buena carrera de la fe que hereda las promesas, con la esperanza de los que anhelan su encuentro.
Y como la Escritura nos dice: ¡alégrense en el SEÑOR siempre!
Amén.
N.M.G.
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