Fe ciega es ignorancia.
Para recibir la verdad no es necesario verla, sino
conocerla. Creer lo que Dios ha dicho,
requiere conocimiento de su Palabra, entonces necesitamos dejar en claro cuál
es SU palabra. Porque así como las leyes existen, las conozcamos o no, las
creamos o no, lo que Dios ha determinado existe igualmente, sea que el hombre y
la mujer lo crea o no lo crea.
¿Qué nos permite
conocer las leyes de un país?
Saber qué esperar,
es decir, conocer las consecuencias
que pueden tener mis acciones y conductas de acuerdo a si respeto o infrinjo
dichas leyes. La Justicia es una cuestión legal, de aquello que la Ley manda,
prohíbe o permite. Como está escrito: “el
pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Luego, lo que nos muestra el
libro de las Sagradas Escrituras, la Biblia, es que Dios siempre, desde el
Edén, determinó las reglas y sus consecuencias, para bien y para mal, para vida
o muerte.
Así lo vemos en el
mandato a Adán y Eva, en lo determinado en Egipto cuando finalmente la sangre
de los corderos libró de la mortandad a los judíos, en el Antiguo Pacto dado
mediante las ordenanzas a Moisés, y así hasta llegar al Señor y su claro
mandamiento final: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere,
será condenado.” (Marcos 16:15-16).
De modo que el creer se basa en recibir esa predicación del
evangelio que nos anuncia “la palabra de fe que predicamos: que si confesares
con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó
de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero
con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10:9-10).
Claramente vemos que nuestra fe no se basa en la ignorancia,
sino en el conocimiento concreto basado en la predicación del testimonio (que
confirma los hechos que anunciaban las profecías), de modo que también leemos como
el apóstol Pablo dio testimonio diciendo que: “habiendo obtenido auxilio de
Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes,
no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que
habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la
resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles.”
(Hechos 26:22-23). Y asimismo se nos relata de los predicados en la ciudad de
Berea que “eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud,
escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que
creyeron muchos de ellos.”(Hechos 17:11-12).
El reino de los cielos viene a imponer su Justicia sobre toda
la humanidad. Esto lo sabemos porque creemos en la veracidad del testimonio del
Señor y sus santos profetas y apóstoles. Y así también creemos en el registro
histórico de los juicios del Diluvio, las ciudades de Sodoma y Gomorra, la
salida de Egipto, y la historia del pueblo judío que señala al Salvador.
En la venida del reino en poder y gloria lo que ahora se nos
anuncia como advertencia, se cumplirá para salvación o condenación, por lo
tanto leemos que: “Dios, habiendo pasado
por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en
todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual
juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a
todos con haberle levantado de los muertos. Pero cuando oyeron lo de la
resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos
acerca de esto otra vez. Y así Pablo salió de en medio de ellos. Mas algunos
creyeron, juntándose con él…” (Hechos 17:30-34).
La fe que nos salva es
la que conoce de quién viene y quién es su salvación:
“Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la
mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente
éste es el Salvador del mundo, el Cristo.”
Hechos 8:25 “Y ellos, habiendo testificado y
hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas
poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio.”
2 Pedro 1:1-3 y 16
1 Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la
justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: 2 Gracia y paz os
sean multiplicadas, en el conocimiento
de Dios y de nuestro Señor Jesús. 3 Como todas las cosas que pertenecen a
la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos
llamó por su gloria y excelencia, (…) Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor
Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.
Sin dudas, la bienaventuranza de quienes creemos sin haber visto (Juan 20:29), no procede de una fe ciega, sino de un creer firmemente en la veracidad del testimonio de quienes sí han visto y oído las obras de Dios a lo largo de la Historia, y más concretamente, en el ministerio, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, para testimonio a todas las naciones. El cristiano verdaderamente tal, es quien ha recibido el mensaje dado en la Palabra de Dios, de modo que puede confirmar la Escritura que nos ha sido dada:
»Él (Jesús) vino de lo alto y es superior a cualquier otro. Nosotros somos de la tierra y hablamos de cosas terrenales, pero él vino del cielo y es superior a todos. Él da testimonio de lo que ha visto y oído, ¡pero qué pocos creen en lo que les dice! Todo el que acepta su testimonio puede confirmar que Dios es veraz. Pues él es enviado por Dios y habla las palabras de Dios..." (Juan 3:31-34). Amén.
Dios te bendiga estimado lector.
N.M.G.
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