Las palabras
de autoridad que salieron de la boca del Señor, son recibidas cuando reconocemos
que Él es digno de ser obedecido, y nosotros quienes debemos obedecerlo. Confesar que Jesús es el Señor (Romanos
10:9-10), depende de ese reconocimiento consciente.
Por esto, las palabras de verdad que anuncian
el llamado de Jesucristo: "Arrepentíos", “Venid a mí”, “el que cree en mí, aunque muera,
vivirá”, "nadie viene al Padre, sino por mí", enfrentan a todos y cada uno de los hombres y mujeres que oyen su voz,
de una manera tal que sus mensajeros dirán:
“… antes
bien sea Dios veraz, y todo hombre
mentiroso” (Romanos 3:4)
“Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hechos 5:29)
“Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.
Pero sabemos que el Hijo de Dios ha
venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero” (1
Juan 5:19-20)
“… nuestro
Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue
declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la
resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y el
apostolado, para la obediencia a la fe en
todas las naciones por amor de su nombre” (Romanos 1:3-5).
Este es el comienzo, el fundamento: la
predicación del evangelio que presenta a Jesús como Señor. Sin ese señorío
sobre todo y todos, su dignidad divina se falsea, y el alma del creyente es privada
del conocimiento del “verdadero Dios, y la vida eterna” (conf. 1 Juan 5:20).
Así, las personas no comprenderán el valor, la grandeza y la trascendencia de
nuestro testimonio, si no llegan a experimentar la clase de amor que lleva
a que los hijos e hijas de Dios lleguen a ser dignos del Señor:
“El que ama
a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más
que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no
es digno de mí.” (Mateo 10:37-38).
La paz de la
reconciliación con Dios se aprecia cuando vemos el valor de quien dio su vida
por los pecadores. Sólo cuando percibimos su dignidad divina, llegamos a ver el
incomparable valor de su sangre derramada. Sólo cuando acudimos a su sangre,
con plena humildad, somos comprados, de modo que se cumple la Escritura: “el Justo por los injustos, para llevarnos
a Dios” (1 Pedro 3:18).
Por eso, el
mensaje del evangelio es el llamado de Dios para salvación a todo aquel que
cree en el testimonio verdadero plasmado en las Escrituras que han traspasado
los siglos, y fronteras, para llegar a todo pueblo, lengua y nación. Porque “Dios
nuestro Salvador,…quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre
Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por
todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Timoteo 2:4-6).
Por
eso, nuestra misión como discípulos y
como iglesia columna y baluarte de la verdad, se refleja en estas palabras
proféticas: “todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro.” (Isaías 52:10)
Una misión tal, en la que las huestes espirituales de maldad se oponen con todas sus fuerzas, nos llevará a padecer juntamente con Cristo, de modo que se cumplirán sus palabras:
“Entonces os entregarán a tribulación, y os
matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre.
Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se
aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y
por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que
persevere hasta el fin, éste será salvo.
Y será predicado este evangelio del
reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá
el fin.” (Mateo 24:9-14)
Continuará.
N.M.G.
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