Si hemos de ser siervos del Señor, no podemos sino buscar conocer cuál
es su voluntad, qué cosas son las que Él desea que hagamos, lo que le agrada,
aquello a lo que nos ha mandado.
Así, en mi servicio como maestro de las Escrituras, debo tener especial
cuidado de no torcerlas en pos de mis propios intereses o deseos humanos,
siendo fiel a su mensaje, de modo de poder enseñar y transmitir toda la verdad
que Dios ha revelado para nuestra edificación (conf. Efesios 4:12; Tito 1:9; 2
Timoteo 3:16; 2 Pedro 3:16).
La gran división entonces, se forma entre quienes quieren agradar a los
hombres y quienes buscan agradar a Dios antes que a las personas. De allí que
el libro del profeta Jeremías diga en el capítulo 17 versículos 5 y 7:
“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone
carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová…. Bendito el varón que
confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.” –Reina Valera-
“Esto dice el Señor: «Malditos son los que ponen su confianza en simples
seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan el corazón del Señor. (…) »Pero
benditos son los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su
esperanza y confianza.” –Nueva Traducción Viviente-
De igual manera, el apóstol Pablo llegaría a decir en Gálatas 1:10:
“Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de
agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo
de Cristo.”-RV-
“Queda claro que no es mi intención ganarme el favor de la gente, sino
el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de
Cristo.” –NTV-
¿Cuál fue entonces la gran batalla que
libraron los profetas de Dios?
La de confrontar a los hombres y
mujeres con las palabras que Dios les daba que hablaran. Por eso, también
el apóstol Pedro dirá: “si alguno habla,
hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11).
Y en esa batalla es la verdad la
que está en juego, la verdad acerca de Dios, su relación con la humanidad y la
salvación que de Él depende. Por eso también el apóstol Pablo tuvo que
preguntar incluso a los propios creyentes: “¿Me
he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gálatas 4:16)
Ese enfrentamiento con un mundo que nos es contrario, lo vemos resumido en la experiencia del apóstol, cuando en su introducción a la carta a los romanos le oímos decir:
“… no me avergüenzo del
evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al
judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe,
como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. Porque la ira de Dios se
revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos
1:16-18).
Estamos hablando de salvación para todo aquel que cree a nuestro
anuncio.
No hay pues un mensaje más importante en el mundo entero, ni en toda la
historia de la humanidad, que el nuestro, el cual nos ha sido legado, recayendo
en nosotros la gran responsabilidad de transmitirlo con fidelidad.
Ahora bien,
para todos los que creímos este anuncio, hay algo más en el mensaje de
salvación, que el sólo perdón de pecados y la paz para con Dios (Romanos 5:1). La salvación de los cristianos conlleva e
implica otras cosas, porque en ella entramos en una nueva relación con
Dios, una relación de hijos e hijas, personas que se han convertido “de las tinieblas a su luz admirable”. Por eso entonces, hay una orden del Señor, para nuestra
bendición, hay una disciplina para todo aquel que es recibido por Él, a fin de que
alcancemos gozo, honra y gloria eterna, porque Él nos dice: “Si te
niegas a tomar tu cruz y a seguirme, no eres digno de ser mío.” (Mateo 10:38 - NTV).
Continuará.
N.M.G.
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