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EL MONO Y EL VIOLÍN

 


“¿Y si un trozo de madera descubre que es un violín?” (Arthur Rimbaud)


Hoy hallé esta cita del poeta francés Arthur Rimbaud, y me llevó a una “visión” del hombre en su creencia moderna de que no es más que un “trozo de tierra”. Porque, si sólo nos remitimos a las pruebas científicas de nuestra naturaleza, el ser humano es, precisamente, humus, esto es, en su significado originado en el latín: polvo. Así, si un científico nos dijera que cada partícula de nuestro cuerpo se puede reducir a un conjunto de elementos químicos que se hallan en la tierra, estaría diciendo una verdad. Pero, una verdad puede ser solo una parte de una verdad más compleja, o solo una media verdad, lo cual suele ser un gran error en el que solemos caer. Una verdad y La Verdad, no son lo mismo.

A lo que apunto es a esa idea que se prefigura en la cita del poeta. Un violín puede ser en esencia un mero trozo de madera. Un ser humano puede ser en esencia, un mero animal. De hecho, si realizáramos una prueba científica sobre los componentes fisicoquímicos de un violín, diríamos fuera de toda duda, que está compuesto de madera. Así también al hombre y la mujer modernos se nos dice que estamos compuestos de un “noventa y pico” por ciento del mismo ADN que es hallado en los simios, según la pura y palpable evidencia científica.

Pero notemos que al igual que el violín en relación con la madera del árbol del que es tomado, que seamos en gran medida similares a los simios, en nuestra “composición” natural (y necesidades biológicas), no implica que seamos meros mamíferos homínidos, porque, hay “algo” que tenemos además, que nos convierte en seres totalmente diferentes. Pensemos para entender esto en cómo las cuerdas dan al violín su capacidad de llegar a ser un instrumento, esto es, un medio para crear música.

De la misma manera, el ser humano tiene capacidades como la palabra, la consciencia del deber, y el entendimiento de lo invisible, que ningún animal jamás ha tenido. De allí que, aunque se nos pueda querer engañar bajo el argumento material-naturalista-ateo, de que no somos más que animales más complejos (algo así como “unas cuerdas más” añadidas a un mero trozo de madera), lo cierto es que eso es tan falaz como querer decir que un violín, en vez de ser un exquisito instrumento diseñado por el ingenio y capacidad artística del ser humano, no es más que un “trozo de madera” complejizado. Esta última sería la visión de quien no puede percibir una realidad más elevada en aquello que observa, porque se limita a un reduccionismo estéril, como quien niega la existencia de una pintura porque sólo ve puntos de color sobre un lienzo.  

Y no es que el ser humano sea meramente más complejo que un animal, o que sus capacidades sean superiores en ciertos aspectos a las bestias. Lo que quiero señalar es que las capacidades del ser humano que nos diferencian de los animales, así como en el caso del violín que se distingue cualitativamente de un trozo de madera, apuntan a su finalidad superior. Y esta finalidad superior, no es alcanzada ciegamente por un crecimiento aleatorio en cierta dirección, como se puede pretender sostener con la mentada “evolución natural”, sino que esa finalidad tiene su causa en una esfera superior que da al instrumento su capacidad, del mismo modo que un artesano da su función especial a un trozo de madera para una finalidad superior que no tienen las meras herramientas.

Así, el arte a la que apunta el artesano que crea el instrumento, y la ejecución del artista que lo empuña, son parte de una actividad que se encuentra en el alma del ser humano, y que lo lleva a expresarse en el plano de lo abstracto, la belleza, el sentimiento, la grandeza de lo profundo, aquello que lo pone en contacto con lo espiritual (*).  

Así, cuando un ser humano llega a ver que ha sido dotado de un alma creada por un Ser de eterno poder y deidad, cuya inteligencia y sabiduría son inalcanzables, y por cuya gracia existimos, y por quien todo el universo es sostenido y sus maravillas se hacen visibles, la manifestación de la alabanza, adoración y gratitud, son el resultado de aquel fin glorioso para el que aquel “trozo de barro” ha sido creado.

       “¿Cuál es el fin principal del hombre? El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios, y gozar de él para siempre. (Punto 1° del Catecismo Menor de Westminster)

El llamado de Dios en el evangelio, estimado amigo y amiga que has leído hasta acá, es un llamado que tiene “palabras de vida eterna”.

Jesucristo es el Maestro en cuyas manos el ser humano es transformado, para dejar de ser un mero animal de costumbres, una construcción cultural influenciada por hombres y mujeres, un esclavo de mentiras y falsas creencias. En Cristo Jesús, hallamos La Verdad, el Camino, y la Vida, que nos llevan al Padre, de quien proviene una experiencia sobrenatural, “de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). Porque, como está escrito: "Aquel que es la luz verdadera, quien da luz a todos, venía al mundo. Vino al mismo mundo que él había creado, pero el mundo no lo reconoció. Vino a los de su propio pueblo, y hasta ellos lo rechazaron; pero a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios. Ellos nacen de nuevo, no mediante un nacimiento físico como resultado de la pasión o de la iniciativa humana, sino por medio de un nacimiento que proviene de Dios." (Juan 1:9-13)

Amén.

N.M.G.

(*) “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:23-24)

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