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Deseo y Temor (Primera Parte)

 



                        ¿Alguna vez te preguntaste qué es lo que te lleva a desear una cosa u otra? Pero más allá de esa pregunta, también debemos preguntar, ¿por qué desear algo malo está mal? Si le preguntamos a las personas si  al tener que elegir entre lo bueno y lo malo está bien elegir lo bueno, y está mal elegir lo malo, todos los que conservan un grado de sana razón, dirán sin dudas, no sólo que está bien elegir lo bueno, sino que es un deber. Debemos hacerlo.

                        El deber ser moral del ser humano, es, una cuestión de conciencia. No lo hallamos en la naturaleza. Está en nuestro interior. Al ser conscientes de lo bueno y lo malo, tenemos la carga de tener que elegir lo bueno. Pero, ¿por qué? ¿Por qué decimos que el ser humano debe elegir en tal sentido? Esta reflexión inicial busca mostrar la profunda realidad que se desprende del relato de la transgresión del tercer capítulo de Génesis. En esa historia, el hombre originariamente inocente y desnudo exteriormente, llegó a sentir temor hacia Dios, de quien se ocultó al ver su “estado de desnudes”.

Al decirle Adán a Dios: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Génesis 3:10), vemos el problema que se manifiesta desde entonces en nuestra conciencia: el temor que viene por la transgresión. Cuando hacemos algo malo, tendemos a ocultarlo, porque instintivamente sabemos que será objeto de reprensión. Esto lo entenderán con mayor facilidad los que son padres, al ver la conducta de los niños. De hecho, luego de la desobediencia, ocultamiento e intento de justificación por parte de Adán y Eva, vino el merecido castigo (Gn. 3:17). En la Escritura no hallaremos ninguna incoherencia. Lo que Dios establece es inviolable. La bendición y la maldición, la vida y la muerte, la salvación y la condenación, el premio y el castigo, están claramente separados, y podemos ver a lo largo de la Palabra, que indefectiblemente, el juicio de Dios se habrá de cumplir, en esta vida y en la venidera.  

El problema entonces es, saber que aunque reconocemos la verdad de que debemos elegir lo bueno, muchas veces no lo hacemos. Como dice Santiago: “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” (Stgo. 4:17).

Reflexionar sobre la innegable realidad del pecado, es la forma en que podemos llegar a reconocer la veracidad del relato y diagnóstico bíblico de nuestra naturaleza humana. Es la debilidad moral del ser humano, la desnudes delante de Dios de nuestros malos deseos, los cuales no podemos ocultar, lo que viene a ser la realidad última de lo que verdaderamente somos: viles transgresores de la voluntad de Dios (Ro. 7:24), de cuya gloria hemos sido destituidos (Ro. 3:23). Esto está íntimamente ligado a lo que el Señor Jesús puso en evidencia al mostrar lo que había más allá de las apariencias de piedad de los religiosos escribas y fariseos.

                        »¡Qué aflicción les espera, maestros de la ley religiosa y fariseos! ¡Hipócritas! Pues son como tumbas blanqueadas: hermosas por fuera, pero llenas de huesos de muertos y de toda clase de impurezas por dentro. (Mateo 23:27 NTV)

                        La predicación cristiana trata con el corazón del ser humano. Allí donde la conciencia nos permite ver nuestros malos deseos, ocultos a los ojos de la gente, y donde vestimos con ropas decentes la maldad de nuestro engañoso y perverso corazón (Jeremías 17:9).

                        Esta predicación es de parte del mismo Dios que llamó a Adán a salir de su escondite, el mismo Dios que anunció a Adán y Eva que vendría uno que nacería de la simiente de la mujer, para vencer al engañador. 

                      Este es el anuncio del Dios que no viene a tomar en cuenta nuestros pecados, sino a salvarnos de las consecuencias de ellos. 

                  Es el Dios que cargó con el castigo que merece la desobediencia y toda injusticia, y lo anuló para siempre al morir como sustituto del pecador. Este es el corazón del mensaje de buenas nuevas de salvación. Para todos los que con humildad y sinceridad de corazón reconocemos nuestra condición, nuestra inclinación a la desobediencia, nuestro desprecio hacia la Ley de Dios, y nuestros más profundos malos deseos. Dios ha venido a sanarnos y guiarnos a su reino eterno de justicia.

                        “14 Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, 15 así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. 16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. 17 Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. 18 Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. … 27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. 30 Yo y el Padre uno somos. (Juan 10)

                         Jesucristo es el Dueño de mi salvación, el Médico de nuestras almas, el Salvador que nos conduce más allá de la muerte, y que con estas palabras trae luz y esperanza para todos los que estábamos esclavizados a nuestros propios deseos y temores, en las tinieblas de un mundo en el que reina la mentira y el temor a la muerte. Por eso, Él nos dice:

                        “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12)

                        »Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que crea en el Hijo de Dios no será condenado. Pero el que no cree ya ha sido condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios. La gente del mundo será juzgada porque con sus malas acciones no quiso la luz que vino al mundo, sino que prefirió la oscuridad. Todo el que odia la luz no se acerca a ella porque la luz muestra todo lo malo que ha hecho. Pero el que practica la verdad se acerca a la luz para que muestre que sus hechos se hicieron por obra de Dios. (Juan 3:16-21)

                        En este punto, entendemos que la elección es de cada persona frente a la manifestación de la verdad frente a sus conciencias (2 Corintios 4:2), de modo que la predicación trae a sus oídos la solemne declaración sobre el justo juicio Dios sobre el pecado y las implicaciones de la obediencia al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, en quien creyendo, tenemos perdón de pecados y esperanza de resurrección. Amén.  

                        Para terminar esta primera parte, creo que podemos ver con claridad, que la responsabilidad al elegir, sigue siendo el deber de cada ser humano, en tanto que nuestra elección es pasible de ser juzgada como buena o mala. Así, no elegir a Cristo, no prestar atención a su voz, no recibir sus enseñanzas, no obedecer a su señorío, nos mantendrá sometidos a las consecuencias de un juicio del que ya se ha establecido la sentencia: "ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia". Pero para todos los que reconocen a Jesús como Señor, y van en pos de Él, se nos dice que hay "vida eterna (para) los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad" (Ro. 2:78 RV)

                    Amigo y amiga lector, no hay nada más injusto y reprochable que el rechazo del único Justo, el desprecio al único Salvador, el único que murió para librarnos de la ira venidera. Pido en oración que tu conciencia sea alumbrada para ver el valor inconmensurable de este regalo de amor que se halla en la predicación del evangelio (Juan 3:16, Gálatas 2:20), el cual es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Ro. 1:16)  

                    Amén.

                    N.M.G.

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