“Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira;
Acabamos nuestros años como un pensamiento.
10 Los días de nuestra edad son setenta años;
Y si en los más robustos son ochenta años,
Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo,
Porque pronto pasan, y volamos.
11 ¿Quién conoce el poder de tu ira,
Y tu indignación según que debes ser temido?
12 Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría.” (Salmo 90)
“Yo cuento con el Señor, sí, cuento con él. En su palabra he puesto mi
esperanza.” (Sal. 130:5).
En
relación al tema de la esperanza, primero podemos decir que en esta vida, todos
esperamos muchas cosas. Hay cosas que esperamos con pasividad (sin tener que hacer nada para que pase), como el que
llegue el verano o como pasar de la niñez a la adultez, y cosas que esperamos
con actividad (trabajando por el resultado deseado), como que llegue el día en
que cobre el sueldo por el trabajo del mes, o que me den el título por los
estudios cursados.
Ahora bien, en esas formas o
tipos de espera, hay una brevedad, un tiempo limitado y reducido a esta vida.
El verano llega y se va, lo mismo que el salario que pronto será consumido en
nuestro sustento diario.
Esa no es la esperanza de nuestra
fe. Por eso, la Escritura nos dice por medio del apóstol Pablo:
“… si nuestra esperanza en Cristo
es solo para esta vida, somos los más dignos de lástima de todo el mundo.” (1
Co. 15:18).
Ser digno de lástima. Nos habla
de alguien para quien no hay consuelo. No hay nada que esperar. Lo ha perdido
todo. Y si todo lo que la existencia tiene para ofrecer es esta corta vida,
invertirla en la búsqueda de una mentira, es una triste y penosa historia antes
de la extinción.
Pero, nosotros tenemos un
conocimiento, una convicción, una fe, que no se basa en seguir fábulas
artificiosas, sino en haber oído el testimonio de quienes vieron con sus
propios ojos la majestad de Jesucristo (ver 2 Pedro 1:16).
La palabra de fe que predicamos
se afirma en un hecho verdadero: el Hijo de Dios nacido de mujer, de un pueblo
y nación concretos, en un tiempo exacto, y cuya muerte por los pecadores vino a
ser el anuncio de buenas nuevas que se predica desde los días de sus
discípulos, los apóstoles.
Claramente, ese testimonio
histórico documentado, respaldado por el Antiguo Testamento, no tiene nada de
filosofía abstracta, huecos deseos de superación personal y vanas esperanzas. Por el contrario,
es el fundamento fiable, veraz y glorioso de nuestra esperanza, la cual, no se
funda en huecos razonamientos, sino en la sabiduría de Dios, en la cual, se
revela la salvación por gracia en la cual hallamos “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los
que creen en él” (Ro. 3:22).
Así entonces, pueden pasar los
veranos, las etapas de la vida, los gobiernos, los amigos, y todo lo que se
hace debajo del sol, pero la esperanza en la resurrección y el juicio venideros,
al final de esta dramática historia de la humanidad, nos sostiene como viendo al
invisible, nos infunde aliento en cualquier situación, sabiendo que lo que esperamos, ha de llegar el día en que esta breve carrera concluya.
La “razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15) es la
Palabra de las promesas de Dios y el testimonio de los testigos de la obra de
Cristo en nuestro favor. Esta verdad gloriosa sobrepasa todas las cosas de este
mundo y nos lleva a desear un lugar cerca del Señor, en el día que Él vuelva
para pagar a cada uno conforme a sus obras: “vida eterna a los que,
perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y
enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad” (Ro. 2:7).
El consejo de este nuevo fin de
año entonces es, como cada año, poner la vista en el eterno reino de los cielos.
Retener lo que tenemos. Mantenernos firmes en la fe. No te desvíes ni a diestra
ni a siniestra. Buscá a tu Señor cada día, para ser guiado a su voluntad y no a
la avaricia (Sal. 119:36). Estemos en guardia.
El último día del año es
simplemente una fecha más, pero es una ayuda memoria para mirar hacia atrás y
hacia adelante. Oportunidad para reordenar nuestras prioridades y proyectos y
seguir trabajando en nuestras metas.
Para los que hemos conocido a
Dios en Jesucristo, y hemos recibido el
evangelio de la esperanza bienaventurada (Tito 2:12-14), todas nuestras
metas están subordinadas a la voluntad del Señor. Y sabemos que en ese amor a
Dios, en ese buscar hacer su voluntad, en ese obedecer sus mandamientos, vive
el mayor gozo, paz, bendición, justicia, tranquilidad, alegría, plenitud y
retribución que hemos de hallar, en esta vida, y en la venidera.
“Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días
de mi vida,
y en la casa del Señor viviré por siempre.” (Sal. 23:6)
Dios te bendiga hermano/hermana.
Nicolás
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