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Uno que tiene palabras de vida eterna

 

 


“Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” (Apocalipsis 21:6)

La comida que da vida eterna es la que da el Hijo del hombre. Él es el único que tiene la aprobación de Dios Padre para darla.

28 Le preguntaron:

—¿Qué es lo que Dios quiere que hagamos?

29 Jesús contestó:

—Esto es lo que Dios pide que hagan: que crean en quien él envió.”

(Juan 6:27-29 - NBV)

“35 Jesús les dijo:

Yo soy el pan de vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; quien cree en mí, nunca tendrá sed. 36 Pero antes les dije que ustedes ya me han visto y aun así no creen. 37 Todo aquel que el Padre haga venir a mí, será mi seguidor; yo nunca lo rechazaré. 38 Porque no bajé del cielo para hacer lo que yo quiero, sino lo que quiere Dios, quien me envió. 39 El que me envió no quiere que pierda a ninguno de los que me ha dado sino que los resucite en el día final. 40 Porque esto es lo que mi Padre quiere: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucite en el día final.

41 Entonces los judíos empezaron a criticar porque Jesús dijo: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». 42 Y dijeron:

—¿No es este Jesús, el hijo de José? Conocemos a su papá y a su mamá, ¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?

43 Jesús les respondió:

—Ya dejen de criticar. 44 Nadie puede acercarse a mí si no lo trae el Padre que me envío; y yo lo resucitaré en el día final. 45 Los profetas escribieron: “Y Dios les enseñará a todos”. Todo el que escuche al Padre y aprenda de él, viene a mí. 46 No estoy diciendo que alguno haya visto al Padre. El único que ha visto al Padre es el que vino de Dios y él lo ha visto.

47 »Les digo la verdad: el que cree tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan que da vida.”

(Juan 6:35-48)

Hambre y sed. Comida que no perece. Lenguaje de cosas básicas y universales asequible a todo ser humano por el solo hecho de serlo. Pero está claro que aquí hay un paralelo, una analogía, no un uso literal de la experiencia fisiológica de dejar de tener hambre y sed. El mensaje de Cristo, como él mismo lo aclara en el mismo capítulo que citamos, no es para saciar la carne, a la que “para nada aprovecha”, sino que sus palabras “son espíritu y son vida”, porque, como escribió el rey David: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal. 42:2)

Para el alma humana que busca tener una experiencia real con Dios, las palabras de Cristo son “verdadera comida y … verdadera bebida” (Juan 6:55)

Ahora bien, si sabemos que el Señor les habló por parábolas, en este pasaje de Juan 6, hay una clara parábola sobre el Cordero de Dios, por eso el Señor les dirá:

“54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.”

Este lenguaje cruento, violento y difícil de oír, alude al sacrificio de Cristo como Cordero de Dios. A diferencia de ese lenguaje dicho en forma de parábola, en la última cena con sus discípulos les dijo: “… después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” (Lucas 22:20). Claramente la copa de vino como bebida, no tiene ningún poder en sí, sino como símbolo recordatorio y anuncio del Nuevo Pacto en el sacrificio del Señor que derramó su sangre para pagar el precio por nuestras vidas (ver 1 Pedro 1:18-21).

Al final, el Señor hizo una aclaración que explicita el sentido de sus palabras: “El Espíritu es el que da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que yo les he dicho son espíritu y vida. Pero todavía hay algunos de ustedes que no creen.” (Juan 6:63-64)

Palabras que son espíritu y vida

Leemos en el Antiguo Testamento: “no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.” (Deuteronomio 8:3)

Esa afirmación que encontramos hecha por Dios en el capítulo octavo del libro de Deuteronomio, señala a la sustentación milagrosa de los israelitas a través del desierto, donde dice: “para hacerte saber que no solo de pan vivirá el hombre”. Jesús, confronta a los judíos que lo habían seguido porque se habían saciado físicamente por los panes y los peces (Jn 6.26) con su necesidad más importante, que es la que supera a la necesidad de sustentar la vida física que perece, por eso les dice: “Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.” (Juan 6:58)

Quiero que notemos el paralelo con Deuteronomio 8:3, donde Dios menciona el maná con el que los israelitas fueron sustentados, “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.”

El Señor Jesús al decirles que el maná que comieron en el desierto no les dio vida, sino que murieron, estaba indicando que, por más que había sido un alimento milagroso, no tenía poder sobre el alma. Por eso, añade: “el que come de este pan, vivirá eternamente”, y la boca del Señor luego declaró: “Las palabras que yo les he dicho son espíritu y vida” (v. 64). Para que se cumpla la Escritura: “de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”.

Palabras que son espíritu y vida. No tienen cabida en un entendimiento carnal del ser humano. La persona que no percibe en la existencia, algo más allá de la mera biología, quien no percibe los profundos significados de la autoridad, la justicia, el pecado, la Ley, la misericordia, el amor, la redención, la batalla por la verdad, la gracia, el sacrificio, la lealtad, y tantas otras cosas que pertenecen al plano espiritual, y que de ninguna manera las podemos derivar de la mera observación de la naturaleza, es una persona ciega, no físicamente claro, sino en este sentido espiritual del que venimos hablando.

Luego, para los que creemos en el testimonio de Jesucristo, Él es el verdadero alimento, en el sentido que, a diferencia de la comida física, sí puede alimentar el “hambre y sed de justicia” en nuestras almas.

En este hambre y sed de justicia hay algo más profundo que el deseo de justicia social o meramente personal. En el evangelio se nos dice que “la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:17). Esta justicia es la reconciliación de Dios con toda su creación: “por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Colosenses 1:19-20).

Justicia, reconciliación, paz

La muerte del Señor, obró la justicia de Dios a nuestro favor, de modo que se nos dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21).

Nuestra mayor necesidad es Dios mismo. Y nadie puede ir a un Dios santo, puro y justo, sin ser "hecho acepto en el amado" (Efesios 1:6-7).

Mi alma tiene sed de Dios. Esta es la clase de sed que al beber de la verdad de Cristo nunca más se vuelve a tener. Ya no nos preguntamos  ¿cómo será Dios, quién es o cómo podemos ser recibidos por Él? Hemos gustado la buena palabra. Ahora conocemos al Creador de una manera cercana, no sólo como el invisible y eterno Dios, sino como el Santo de Israel, el que dijo: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.” (Isaías 57:15).

He descendido del cielo”, dijo el Señor. El que habita la eternidad, tomó forma humana (Fil. 2:7) y caminó entre nosotros, “para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” con sus Buenas Nuevas que declaran: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.” (Jn. 6:51). El espíritu de los humildes puede ser saciado con la esperanza de vida eterna, y puede ser consolado con la misericordia de un Dios que ha dicho:

 “Y ninguno enseñará a su prójimo,

Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;

Porque todos me conocerán,

Desde el menor hasta el mayor de ellos.

12 Porque seré propicio a sus injusticias,

Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.” (Hebreos 8:11-12)

Podríamos tenerlo todo, pero morir sin nada. Y podríamos no tener nada, y morir siendo de Cristo, sabiendo que Él nos resucitará porque su palabra vale más que todo "Y todo cuanto se puede desear, no es de compararse con ella” (Prov. 8:11). Y Cristo nos declaró que “… de los que me ha dado (el Padre) … los resucite en el día final. Porque esto es lo que mi Padre quiere: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucite en el día final.” (vv. 37-40)

¿Lo crees?

N.M.G. 

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