En este momento que escribo, el mensaje de un predicador judío de la palestina del primer siglo, continúa su avance triunfal a lo largo de los siglos y miles de kilómetros a lo largo y ancho del mundo. Ni el idioma, ni la nacionalidad, ni el pasado cultural, ni ninguno de los productos culturales de mi sociedad posmoderna me unen a Él. Vino como un incógnito celestial, que se introdujo en nuestra Historia humana para “rescatar a lo que se había perdido”. Un verdadero fuera de serie: único en su género.
Más que un profeta de Dios, más que los patriarcas de Israel, más que todos
los líderes intelectuales de la humanidad. Él es “el Alfa y la Omega,
el Principio y el Fin”, “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”, “el Salvador del mundo”, el Buen Pastor que da su vida para
dar vida eterna a sus ovejas, él es la resurrección y la vida, el
Camino al Padre, y la verdad que nos hace libres verdaderamente.
¿Lo
conoces?
Hubo
un hombre cuyo celo religioso y reputación eran intachables, sin embargo, el
día que conoció personalmente a Aquel contra quien se oponía, por creerlo un
falso mesías y un hereje, cayó del caballo en que marchaba (literalmente) y
nunca más volvió a ser Saulo de Tarso. Tal fue el gran apóstol Pablo, judío, forjado
a la luz de la más estricta secta de los fariseos, como él mismo testificó. Éste
vino a ser el más grande heraldo de Cristo que conoció el mundo antiguo,
habiendo sido a su vez el cristalizador de la doctrina apostólica a través de
las cartas que encontramos en el Nuevo Testamento.
Así, aquel
judío enemigo de la iglesia cristiana del primer siglo, por obra de Cristo, vino
a ser el anunciador del evangelio de la “salvación a todo aquel que cree”.
El apóstol
Pablo escribió en su carta a Timoteo: “Dios nuestro Salvador, el cual quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque
hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio
testimonio a su debido tiempo. Para esto yo fui constituido predicador y
apóstol (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y
verdad.” (1 Timoteo 2:4-7)
Dios
quiere que las personas escuchemos el mensaje por el cual podemos recibir la paz
por la cual Él nos reconcilia consigo mismo. Sólo Dios podría hacer que los
hechos ocurridos en una remota aldea judía sometida al poder imperial de la Roma
de los césares, fueran dignos de ser predicados al precio de la vida de los mártires
(de “martus”, testigo en latín).
Que
aún hoy, en medio de toda la confusión de este mundo, las palabras de Jesucristo
estén trayendo vida y paz, gozo y esperanza, a las almas de aquellos que hemos puesto
nuestra confianza en Él, es ya evidencia viva que cada creyente puede
experimentar por sí mismo, de modo que vea cumplida, en su interior, la Escritura
profética que dice: “este es el pacto que haré con la casa de Israel después
de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre
su corazón las escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí por
pueblo; Y ninguno enseñará a su prójimo, Ni ninguno a su hermano, diciendo:
Conoce al Señor; Porque todos me conocerán, Desde el menor hasta el mayor de
ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus
pecados y de sus iniquidades.” (Hebreos 8:10-12).
“Porque
nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados,
esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la
bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia,
por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el
cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para
que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la
esperanza de la vida eterna.” (Tito 3:3-7).
Si no
fuera testigo de estas cosas, hace tiempo ya que habría callado, pero, delante
de Dios y por el testimonio de su Espíritu, no puedo dejar de proclamar lo que
Cristo hizo por mí, y por cada ser humano que pide al Padre, en el nombre de
Jesús, el perdón de pecados y el regalo de la vida eterna.
Amén.
N.M.G.
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