He hallado un excelente libro, les dejo aquí unos pocos párrafos tomados de su introducción que nos permiten considerar "la historia de Dios". El libro se titula “El Misterio Revelado. Descubriendo a Cristo en el Antiguo Testamento” de Edmund P. Clowney.
“Juan comienza su evangelio con “En
el principio…”, para señalarnos el verdadero comienzo de la historia. Él
escribe para que nosotros podamos creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios
(Jn. 20:31). Para entender lo que Juan quiere decir tenemos que examinar algo
que él conocía bien: la historia del Antiguo Testamento.
A cualquiera que le hayan leído historias
de la Biblia cuando era niño sabe que hay grandes historias en la Biblia. Pero
es posible conocer las historias de la Biblia y, sin embargo, perderse la
historia de la Biblia. La Biblia es mucho más de lo que declaró William How: “un
alhajero de oro donde se guardan las joyas de la verdad”. Es más que una
colección desconcertante de oráculos, proverbios, poemas, instrucciones
arquitectónicas, anales y profecías. Esta historia sigue la historia de Israel,
pero no comienza ahí; tampoco contiene lo que tú esperarías de la historia de
una nación. La narrativa no le rinde tributo a Israel. Al contrario, a menudo
condena a Israel y justifica los juicios más severos de Dios.
La historia es la historia de
Dios. Describe Su obra para rescatar a rebeldes de su locura, culpa y ruina. Y
en Su operación de rescate, Dios siempre toma la iniciativa. Cuando el apóstol
Pablo reflexiona sobre el drama de la obra salvadora de Dios, dice con asombro:
“porque todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para ÉL. ¡A Él sea
la gloria por siempre! Amén.” (Ro. 11:36).
Sólo la revelación de Dios podría
mantener un drama que se extiende por miles de años como si fueran días y
horas. Sólo la revelación de Dios puede hacer una historia en donde el final se
anticipa desde el principio y donde el principio rector no es la suerte o el
destino, sino la promesa. Los autores humanos pueden hacer una ficción en torno
a una trama que hayan concebido, pero solo Dios puede plasmar una historia con
un propósito real y esencial. El propósito de Dios desde el principio se centra
en Su Hijo: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,
porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas, en el cielo y en la
tierra, visibles e invisibles (…) todo ha sido creado por medio de Él y para Él”
(Col. 1:15-16).
Dios hizo la creación por
Su Hijo y para Su Hijo; de la misma manera Su plan de salvación comienza
y termina en Cristo. Incluso antes de que Adán y Eva fueran echados del Edén,
Dios anunció Su propósito. Él enviaría a Su Hijo al mundo para traer salvación
(Gn. 3:15).
Dios no llevó a cabo Su propósito
en seguida. No envió a Cristo para que naciera de Eva a las puertas del Edén.
Tampoco grabó toda la Biblia en las tablas de piedra que le dio a Moisés en el Sinaí.
Por el contrario, Dios mismo se mostró como el Señor de los tiempos y las épocas
(Hch. 1:7). La historia de la obra salvadora de Dios está enmarcada en épocas,
en períodos de historia que Dios determina por Su palabra de promesa. Dios creó
Su palabra de poder. Él habló y fue hecho; Él mandó y todo quedó firme. Dios
dijo: “¡Que exista la luz!” y fue la luz (Gn. 1:3). De la misma manera Dios habló
Su palabra de la promesa. Esa palabra no tiene menos poder porque esté dicha en
tiempo futuro. Las promesas de Dios son seguras; se cumplirán en el tiempo
señalado (Gn. 21:2).
(Tomando de “El Misterio Revelado.
Descubriendo a Cristo en el Antiguo Testamento” de Edmund P. Clowney, pp.10-12)
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