UN GRAMO DE ARREPENTIMIENTO VALE
MÁS QUE UNA TONELADA DE ORGULLO
Muchas de las
afirmaciones de Cristo que hallamos en los evangelios, hacían escandalizar a la
gente, y lo siguen haciendo. Algunas de ellas son el paralelo a que alguien hoy
dijera que el infierno es para los que se creen buenos... sí, tal es la
escandalosa locura que supone el mensaje de un Mesías rechazado e ignominiosamente
ejecutado en cuyas manos está el destino eterno de las almas que se encuentran en
enemistad con su Creador, con quien el único Camino para la
reconciliación, es el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo.
El
evangelio de la gracia que hallamos en el Nuevo Testamento fue, es y será,
objeto del ataque denodado de teólogos y religiosos que no pueden aceptar que
el ser humano sea completamente incapaz delante de Dios para merecer su
salvación. Sin embargo, la muerte del único justo, Jesucristo, como pago por
los pecados de los seres humanos, es el único pago por el cual se nos dice que fuimos
"comprados por precio" (ver 1 Corintios 7:23, 1 Pedro 1:19), siendo
ese sacrificio la única obra aceptable por la
santidad de un Dios que demanda justicia perfecta.
Por
esta razón, la Escritura declara: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu
voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para
siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y
ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los
pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio
por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante
esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque
con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.”
(Hebreos 10:9-14).
Luego,
cualquier intento por quitar un ápice a la eterna justificación lograda por la
sangre derramada por el Hijo de Dios, y completo y suficiente valor para pagar
el rescate de toda una raza de pecadores, es el intento de un pervertido que
trata de negar la grandeza del amor de Dios y la miseria del hombre, quien es, por
naturaleza, mentiroso.
Quienes
intentan reivindicar el orgullo del ser humano asidos de una religión
(cualquiera que sea), lo único que hacen es echar más fuego a la ira que
condena toda transgresión; “Pues la ley produce ira” (Romanos 4:15).
No en
vano, Jesús dijo de los religiosos devotos de sus días que, después de echo un
prosélito, la persona convertida era vuelta dos veces más hijo del infierno que
ellos mismos (Mateo 23:15). Ciertamente, ellos no llamaban al arrepentimiento para
la confianza en la gracia de Dios, sino a la reivindicación del merecimiento
personal de la aprobación de Dios, en base a cumplir con las obras de su
religión.
Para
la persona sincera, la luz de la verdad le permite ver en la cruz de Cristo el
gran intercambio, donde el único Hijo bueno, recibió el castigo que merecíamos los malos,
para que los malos fuéramos recibidos por el único bueno, Dios, el Padre. Tal es la
escandalosa gracia por la cual el evangelio es resumido en esta oración: “Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21).
En
esta justicia descansa el alma del hombre y la mujer que han puesto su confianza
y esperanza en la obra de Cristo, quien “nos salvó, no por obras de justicia
que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de
la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en
nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados
por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida
eterna.” (Tito 3:5-7).
Amén.
N.M.G.
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