LA FORTALEZA DE LOS SIGLOS VIVE
EN LA ROCA ETERNA
Sería imposible tener completa paz
si la muerte pusiera fin a todos nuestros proyectos, a todas nuestras
relaciones, nuestro amor, nuestro disfrute, y en fin, a nuestra vida. La
verdadera paz es la que ninguna circunstancia, situación o condición pueden ni
podrán quitar. Es la paz de Dios. La paz de ser amados por Uno que nos sostiene
y sustenta con la diestra de su poder. Es la paz que descansa en las palabras
del Señor Jesús, cuando dijo: “—Yo soy la
resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber
muerto." (Juan 11:25). Es la paz que sostuvo a Job en medio de su
desgracia y dolor:
"¿Pueden los muertos volver a vivir?
De ser así, esto me daría esperanza durante todos mis años de lucha y
con anhelo esperaría la liberación de la muerte.
Me llamarías y yo te respondería, y tú me añorarías a mí, la obra de
tus manos. (...)
»Oh, que mis palabras fueran grabadas;
oh, que quedaran escritas en un monumento,
talladas con cincel de hierro y rellenas de plomo,
y labradas en la roca para siempre.
»Pero en cuanto a mí, sé que mi Redentor vive,
y un día por fin estará sobre la tierra.
Y después que mi cuerpo se haya descompuesto,
¡todavía en mi cuerpo veré a Dios!
Yo mismo lo veré; así es, lo veré con mis propios ojos.
¡Este pensamiento me llena de asombro!"
(Libro de Job cap. 14:14-15;
19:23-27)
Esta paz no se compra, es la paz
que se recibe de Dios, el mismo que nos convence de pecado, justicia y juicio[1].
Cuando sus palabras llegan a nosotros, y nuestros pensamientos se nutren de su
verdad, el alma alaba la gloria de Dios nuestro Salvador en el misericordioso rostro de bondad de
Jesucristo. Y entonces, la más gloriosa seguridad declarada por el apóstol del
Señor alumbra nuestros corazones y reconforta nuestras almas:
“¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? … Por
lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:38-39
Cuando nuestros pensamientos son
alimentados por la palabra de verdad, el evangelio de nuestra salvación, la paz
de Dios se convierte en el más inexpugnable tesoro del alma, allí donde nuestra
vida está escondida en Cristo, el cual tiene cuidado de nosotros, y quien ha
prometido resucitarnos, esto es, traernos de nuevo a la vida después de que
hayamos muerto. Por eso, el pensamiento que debe persistir fuertemente en la
vida de todo cristiano, es el de la resurrección de Jesucristo, nuestro
Salvador, “el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por
el evangelio” (2 Timoteo 1:10).
Todo aquel que se mantiene firmemente confiando en esta esperanza bienaventurada, tendrá la paz que el mundo no le puede dar.
La promesa declarada en Isaías 26 se cumple en el Señor
Jesús:
“¡Tú les das paz a los que se
mantienen pensando en ti, porque en ti han puesto su confianza. Confía siempre
en el SEÑOR, porque el Señor DIOS es refugio eterno (la fortaleza de los
siglos).” (Isaías 26:3-4 - PDT)
"La paz os dejo, mi paz les doy; yo no se las doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo." (Juan 14:27)
"Estas cosas os he hablado
para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, YO he
vencido al mundo." (Juan 16:33)
En Cristo no sólo tenemos la paz
de la reconciliación con Dios, en la cual recibimos la justicia de Dios a través de la
obra vicaria de su Hijo (recibió el castigo en nuestro lugar, esto es, sufrió/cargó
el pecado de todos nosotros). No sólo recibimos ahora la justificación, sino
que tenemos una paz que nos permite descansar en la victoria de Cristo. Por eso
nuestra esperanza es de vida eterna: “Y
cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde,
oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el
poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Corintios 15:54-57)
En la victoria alcanzada por nuestro
Señor Jesucristo descansan nuestras almas, la completa paz es para aquellos que
han puesto sus vidas en las manos del Buen Pastor que dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y
me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las
arrebatará de mi mano.” (Juan 10:27-28)
Para todo aquel que cree estas
benditas palabras, hay abundancia de paz y gozo. La victoria de la fe de cada cristiano, radica, precisamente, en esta verdad: “vivo por fe en el Hijo de Dios, quien me amó y entregó su
vida para salvarme” (Gálatas 2:20 PDT).
¿Estás disfrutando de esta paz?
Si no es así, pedí a Dios en el nombre de Cristo Jesús que te de la convicción de la verdadera fe. Orá a Dios, y Él mismo te responderá.
Dios te bendiga.
N.M.G.
[1]
“8 Cuando él venga, demostrará a los del mundo que están equivocados en cuanto
a quién es el pecador, en cuanto a quién recibe la aprobación de Dios y en
cuanto al juicio. 9 Demostrará que los que no creen en mí son los pecadores. 10
Demostrará que yo recibo la aprobación de Dios, porque yo voy al Padre, y
entonces ustedes ya no me verán; 11 en cuanto a quién será juzgado, porque el
que manda en este mundo ya ha sido condenado.” (Juan 16:8-11 versión Palabra de
Dios para Todos)
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