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El pedido más importante de todos



“Si tuviese cerca de él
Algún elocuente mediador muy escogido,
Que anuncie al hombre su deber;
Que le diga que Dios tuvo de él misericordia,
Que lo libró de descender al sepulcro,
Que halló redención;
Su carne será más tierna que la del niño,
Volverá a los días de su juventud.
Orará a Dios, y éste le amará,
Y verá su faz con júbilo;
Y restaurará al hombre su justicia.
El mira sobre los hombres; y al que dijere:
Pequé, y pervertí lo recto,
Y no me ha aprovechado,
Dios redimirá su alma para que no pase al sepulcro,
Y su vida se verá en luz.”
 (Job 33:23-28)


Las cumbres intelectuales de la teología y la filosofía invitan a algunos hombres a alcanzar las alturas más elevadas del conocimiento humano, mientras tanto, la palabra profética llama a cualquiera a considerar a Aquel que habita en luz inaccesible y que  visitó a los hombres atados a este mundo en el que su humana condición les recuerda que han de regresar al polvo de la tierra.

¿Podría Dios “hacer contacto” con los seres humanos que Él mismo creó de una manera familiar, cercana, amistosa… humana?

Me vienen a la mente las palabras del Señor Jesús “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo.” (Juan 3:12-13)

Cosas celestiales. Cosas que ni la teología, ni la filosofía pueden revelar, sino Aquel “que está en el cielo”, y que “descendió del cielo” para que lo podamos conocer.

“Congréguense a una todas las naciones, y júntense todos los pueblos. ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto, y que nos haga oír las cosas primeras? Presenten sus testigos, y justifíquense; oigan, y digan: Verdad es.
Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.
Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve.” (Isaías 43:9-11)

Entender que ese Hombre que el Dios Padre mismo escogió “para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy”, y de quien nos dice que “Yo mismo soy”, significa que “Dios mismo es” ese siervo en quien hay salvación. Ya que “fuera de mí no hay quien salve” dice el Señor.

No hay teología ni filosofía que alcancen para comprender este hecho celestial. Un Dios cercano, familiar, afectivo,… bueno. Pero la palabra profética anuncia la obra de un Dios misterioso que se ha revelado “Para que me conozcan y crean y entiendan que yo mismo soy”.

Al igual que miles de libros serían inútiles para experimentar un hecho real, el intelecto y las ideas humanas carecen de poder alguno para captar lo inexplicable, lo humanamente impensable, lo jamás imaginado… la presencia de Dios, palpable, audible, visible… Porque Él quiso hacer contacto, nos buscó, porque Él quiso que respondiéramos nos llamó, porque Él quiso perdonarnos, murió, porque Él quiso darnos vida nueva, su Espíritu envió.  


“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Corintios 2:12-14) 

 La teología puede decir en qué consiste la redención, la justificación, y demás resultados de la obra de Cristo. Pero no puede comunicarte la vida que Dios da. Porque es Dios el que habla y el que llama, el que oye y da, y no hay nada en este mundo que pueda suplantar Su palabra, sustituir Su presencia ni reemplazar Su poder. Por eso, tu oración a Dios es más importante que todos los volúmenes de teología que se han escrito, porque es cuando un hombre o una mujer oran a Dios por fe, que la experiencia de lo celestial invade lo terrenal, ya que, como está escrito: “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).

¿Quién es “el que se acerca a Dios”?
Sólo el que tiene fe.
¿Quién es el que tiene fe?
El que cree que hay un Dios que puede ser buscado y por lo tanto, también hallado.

¿Has hallado al Dios verdadero?
Amigo, amiga, esta es la pregunta más importante que toda persona necesita responderse en esta vida. Por eso le oímos decir a Jesús:

“Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente?
¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:9-13)

¡Aun siendo malos podemos pedir y recibir de Dios… su Santo Espíritu! 
No hay impedimentos, Cristo vino, descendió de los cielos para traernos este regalo celestial: Dios con nosotros dando la vida de su Hijo por nosotros. Cercano, familiar, ayudador, perdonador, nos aconseja, nos consuela, nos alienta… un Dios que es nuestro Padre por medio de su Hijo.

¿Has orado alguna vez a ese Dios invisible, eterno, a quien los cielos de los cielos no pueden contener, con cuyo poder sostiene el universo y con cuya sabiduría hizo todas las cosas?

Ahora bien, es necesario que antes de orar, sepamos a quién oramos. Así, en Eclesiastés 5:1 se nos dice: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal.” Primero entonces escuchemos para poder acercarnos a ese Dios con quien buscamos relacionarnos:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:1-3)

Como dije al principio, no hay teología, ni filosofía, ni religión que pueda racionalizar esa existencia gloriosa y misteriosa que hace que el Señor Jesucristo sea uno con el Padre. Por eso te digo que es necesario que oigas lo que el Hijo ha hablado. Así que voy a dejarte a solas con Su palabra, para que después de haberlo oído hablar, puedas responder en oración a Dios pidiéndole ese Espíritu que prometió darle a los que aman Su Palabra:

“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.
9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.
11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
12 De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.
13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.
15 Si me amáis, guardad mis mandamientos.
16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
19 Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.
20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.
21 El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.
22 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?
23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.” (Juan cap. 14)

Si nunca pediste a Dios “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce”, si nunca oraste en el nombre de Jesús para que él se manifieste en tu vida, y llegues a tener el testimonio del amor del Padre en tu corazón, si aún no has hecho contacto con las cosas celestiales, el acceso está abierto al pedido de tu boca. Por eso te aliento en esta hora a que te acerques a Dios a través de una oración y le pidas conocer el camino, la verdad y la vida que Cristo nos vino a revelar, y que sólo su Espíritu Santo nos puede hacer experimentar.




N. M. G.

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