"Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.
Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.
Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,
diciendo:
Anunciaré a mis hermanos tu nombre,
En medio de la congregación te alabaré.
Y otra vez:
Yo confiaré en él. Y de nuevo:
He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.
Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre." (Hebreos 2:9-15)
"Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo." (Gálatas 2:19-21)
Porque "... sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.
Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús." (Romanos 3:19-26)
"Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." (1 Juan 3:24)
El otro día terminamos diciendo que debemos cuidarnos de las falsas enseñanzas con apariencia de piedad y reputación espiritual, y toda sabiduría terrenal, que implícitamente vienen a suplantar la presencia del Espíritu de verdad, quien es el único capaz de otorgarnos la íntima convicción de la que hemos venido hablando en otras entradas y que tiene su correlato en el testimonio que el Espíritu da a nuestro espíritu de que "ahora somos hijos de Dios" (1 Juan 3:2).
El genuino creer en Él hace posible que seamos "hechos hijos de Dios" (Juan 1:12). Pero hay mucha confusión sobre qué significa ser hijo de Dios y quiénes son sus hijos. Algunos dicen que todos son hijos de Dios, pero la Escritura es clara en decirnos que son hijos de Dios aquellos que han nacido de "la simiente incorruptible" (conf. 1 Pedro 1:23)
Ser hijo de Dios es la clave de la salvación en tanto que sólo aquellos que verdaderamente son "hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gálatas 3:26) llegarán a vivir de acuerdo a esa nueva realidad. Y así Juan el Bautista les advirtió diciendo "Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras." (Lucas 3:8).
"Por sus frutos los conocerán", dijo el Señor. Pero una cosa son los frutos, lo que surge como evidencia de cierta realidad subyacente y otra es lo que los hijos de Dios son a diferencia de los que no son hijos de Dios. Y es aquí en donde aparece el gran quiebre de la voluntad. Porque el hombre incrédulo, el impío, se opone a la voluntad de Dios de salvar a los pecadores sin tener en cuenta los méritos o deméritos personales, ya que por la justicia que Dios demanda en su Ley, ningún hombre resulta ser justo, nadie se salvaría.
Por esto un cristiano ha escrito que "La labor más difícil de hombre es parar su obra y recibir un favor inmerecido.La Escritura abiertamente
declara que uno es salvo por “gracia a través de la fe”. Jesucristo es el “autor y consumador” de
nuestra fe. Aún la fe es un regalo que
no podemos tener si Dios no nos lo da.
Somos incapaces de ir a Dios sin esta fe. Una vez, que esta fe es recibida, es Jesús quien termina la obra en nosotros,
no somos nosotros, para que no nos gloriemos."
Esto significa que mientras que la voluntad de los hombres desea e intenta imponerse o justificarse ante Dios como merecedora de su favor (por medio de religiones cristianas y no cristianas, practicas espirituales, filosofías orientales, opiniones personales, amor a la humanidad, etc., etc.), Dios demanda a cada hombre y mujer que no reconocen la necesidad de la sangre de su Hijo ante Su justicia (ver Hechos 17:29-31). Aquel único hombre sin pecado, el único Santo y Justo fue el único en cumplir de un modo completo y absoluto la voluntad de Dios (ver Juan 6:37-51).
La historia de Abel y Caín nos tipifica al Justo traicionado por el mundo, a los que no agradaron a Dios y odiaron al que Dios sí miró con agrado, por tanto dijo el Padre: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia." (Mateo 3:17)
Ahora te pido que prestes atención y le pidas a Dios que te ayude a entender la profundidad de las siguientes palabras para que puedas entender lo que Cristo, el unigénito Hijo de Dios, hizo a favor de todo aquel que confía plenamente en Él y lo que nadie puede hacer para agradar a Dios por sí mismo:
¿Quién hace perfectos a los espíritus de los hombres? ¿Quién declara justos a los santos?
¿Quién otorga redención?
¿Quiénes reciben la adopción?
Sólo el Espíritu que Cristo envió al mundo puede hacer esta obra, que ni papados, ni denominaciones, ni ninguna otra creencia puede reemplazar.
Sólo Jesús, por sus méritos, su obra, muerte y resurrección, hace posible que tengas parte con Él para que se cumpla la palabra: "el que se une al Señor, un espíritu es con él." (1 Corintios 6:17)
Por esta razón es mejor que leamos directamente las palabras de uno de sus propios apóstoles, quien da testimonio de este incomparable mensaje, para que vos también puedas conocer el Nuevo Pacto en Cristo para recibir la herencia eterna:
N.M.G.
Ser hijo de Dios es la clave de la salvación en tanto que sólo aquellos que verdaderamente son "hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gálatas 3:26) llegarán a vivir de acuerdo a esa nueva realidad. Y así Juan el Bautista les advirtió diciendo "Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras." (Lucas 3:8).
"Por sus frutos los conocerán", dijo el Señor. Pero una cosa son los frutos, lo que surge como evidencia de cierta realidad subyacente y otra es lo que los hijos de Dios son a diferencia de los que no son hijos de Dios. Y es aquí en donde aparece el gran quiebre de la voluntad. Porque el hombre incrédulo, el impío, se opone a la voluntad de Dios de salvar a los pecadores sin tener en cuenta los méritos o deméritos personales, ya que por la justicia que Dios demanda en su Ley, ningún hombre resulta ser justo, nadie se salvaría.
Por esto un cristiano ha escrito que "La labor más difícil de hombre es parar su obra y recibir un favor inmerecido.
Esto significa que mientras que la voluntad de los hombres desea e intenta imponerse o justificarse ante Dios como merecedora de su favor (por medio de religiones cristianas y no cristianas, practicas espirituales, filosofías orientales, opiniones personales, amor a la humanidad, etc., etc.), Dios demanda a cada hombre y mujer que no reconocen la necesidad de la sangre de su Hijo ante Su justicia (ver Hechos 17:29-31). Aquel único hombre sin pecado, el único Santo y Justo fue el único en cumplir de un modo completo y absoluto la voluntad de Dios (ver Juan 6:37-51).
La historia de Abel y Caín nos tipifica al Justo traicionado por el mundo, a los que no agradaron a Dios y odiaron al que Dios sí miró con agrado, por tanto dijo el Padre: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia." (Mateo 3:17)
Ahora te pido que prestes atención y le pidas a Dios que te ayude a entender la profundidad de las siguientes palabras para que puedas entender lo que Cristo, el unigénito Hijo de Dios, hizo a favor de todo aquel que confía plenamente en Él y lo que nadie puede hacer para agradar a Dios por sí mismo:
"... estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne,
¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.
Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador." (Hebreos 9:11-16)
Y más adelante dice la misma Escritura "... os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel." (Hebreos 12:22-24)
¿Quién hace perfectos a los espíritus de los hombres? ¿Quién declara justos a los santos?
¿Quién otorga redención?
¿Quiénes reciben la adopción?
Sólo el Espíritu que Cristo envió al mundo puede hacer esta obra, que ni papados, ni denominaciones, ni ninguna otra creencia puede reemplazar.
Sólo Jesús, por sus méritos, su obra, muerte y resurrección, hace posible que tengas parte con Él para que se cumpla la palabra: "el que se une al Señor, un espíritu es con él." (1 Corintios 6:17)
Por esta razón es mejor que leamos directamente las palabras de uno de sus propios apóstoles, quien da testimonio de este incomparable mensaje, para que vos también puedas conocer el Nuevo Pacto en Cristo para recibir la herencia eterna:
"... sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.
Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.
Porque:
Toda carne es como hierba,
Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.
La hierba se seca, y la flor se cae;
Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada." (1 Pedro 1:18-25)
¿Has recibido este evangelio?
N.M.G.
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