Como en todas las cosas, existe un núcleo, un fundamento esencial, sin lo cual todo lo restante cae y pierde su sentido o finalidad. Así, si un auto se le anula su motor, no puede servir para lo que fue concebido aunque tenga todo lo demás correctamente armado, o si un ser humano carece de su cerebro, todo el cuerpo yacerá inútil aunque esté perfectamente constituido.
Con este ejemplo quiero acercar al lector a la gran verdad que vive en el Evangelio: que Dios nos ha amado de tal manera que nos ha salvado gratuitamente (Juan 3:16, Romanos 3:24) de modo que aquel que confía en Su obra realizada en el sacrificio de Cristo, no morirá eternamente. Es claro que sin esta salvación alcanzada (conf. "consumado es" Juan 19:30), sin esta gracia, en vano sería esforzarse por agradar a un Dios para quien el pecado nos torna inaceptables.
Por eso la Escritura declara que "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios,
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús". Leamos en contexto:
"... sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús." (Romanos 3:19-26)
Dios justifica: es decir, declara justo, "al que es de la fe de Jesús". Ahora bien, ¿quién es el que es de la fe de Jesús? ¿Los que se sujetan a las tradiciones, prácticas y demás enseñanzas del Magisterio Romano (u otra institución religiosa) o quienes se fían enteramente poniendo "la fe en su sangre" la cual fue derramada?
Este punto es crucial. Porque la plena seguridad de la salvación lograda se funda, según la clara enseñanza apostólica (además de la de Cristo mismo) en los méritos de un sólo hombre, que no es otro que el glorioso Señor Jesucristo, quien se despojó a sí mismo, y cargó con todos nuestros pecados sobre su propio cuerpo anulándolos en la cruz (conf. Colosenses 2:13-15, 1 Pedro 2:24, Hebreos 5:8-10).
Es por esta razón que el apóstol Pablo escribió claramente, y la muy buena versión católica de la Biblia, llamada "Biblia de Jerusalén", lo dice igualmente de claro que la versión Reina-Valera que se usa desde los días de la Reforma:
"Mas cuando se manifestó la bondad de Dios
nuestro Salvador y su amor a los hombres, él
nos salvó, no por las obras de justicia que
hubiésemos hecho nosotros, sino por su
misericordia, mediante el baño de la regeneración
y la renovación operada por el Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por
medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos
herederos, viviendo con la esperanza de vida
eterna." (Tito 3:4-7)
He resaltado la gran afirmación de la cual depende la eficacia de nuestra fe en la buena noticia del regalo (gracia) de la salvación: "Él nos salvó". Es un hecho que dependió de su muerte en nuestro lugar. Y es la fe en ese sacrificio lo que nos otorga Su justicia, y no, como claramente podemos leer: "las obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros". Y así también está escrito: "al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras" (Romanos 4:4-6)
Acceder a esta verdad puede ser muy dificultoso cuando somos expuestos al grueso ropaje de los religiosos que llenan la medida de aquellos a los que el Señor denuncia diciendo: "¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando." (Mateo 23:13).
La hipocresía radica en querer aparentar una santidad que no se posee en lo interior. La levadura de los fariseos, no es otra cosa que el inflar el ego humano en vez de despojarlo de todas sus pretensiones de justicia propia. Es por esto mismo que la Escritura declara que "Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes". Y no hay peor presunción que la del hipócrita religioso. Pero para los humildes, los que son como niños (para usar el lenguaje del Señor), reciben con sencillez esta verdad incomparable: Jesús nos salvó al morir para que todos nuestros pecados fueran perdonados, y nuestra alma sea justificada delante de la demanda de la Justicia de Dios Padre.
Y así está escrito: "El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios." (Juan 3:18) Y el apóstol afirmará en su carta que "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios." (1 Juan 5:12-13).
Una vez más he vuelto a resaltar la claridad con la que la Escritura enseña que podemos saber lo que Dios nos ha concedido: salvación para vida eterna. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." (Efesios 2:8-9).
En realidad, el Vaticano no custodia este secreto, el título fue para llamar la atención, lo que en realidad hace el Vaticano es negar implícitamente esta verdad fundamental de la obra de Dios en favor de los pecadores. Así entonces, mientras el papado romano condiciona la salvación de sus fieles a los ritos y prácticas que se basan en su Magisterio, el Evangelio declara una verdad inexpugnable:
"He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados." (Hebreos 10:9-14)
Nótese el paralelo del sacerdocio judío, al que se refiere el pasaje de la carta citada, y el sacerdocio católico-romano, "que está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios", lo cual es una muestra clara de la desviación de la sana doctrina que surge de la Escritura, tal como brevemente fue considerada en este escrito.
Quienes entonces sujetan su salvación al sacerdocio católico-romano, dependiendo de sus sacerdotes para recibir la gracia, son extraviados de la sincera fidelidad a Cristo, ya que nuestra unión con Él es por medio del Espíritu Santo que nos es dado, y la salvación que es por gracia, no se basa en comer o beber, sino en la "plena certidumbre de fe" (Hebreos 10:22), a la vez que se nos enseña que "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas." (Hebreos 13:8-9). Y la versión de la Biblia católica lo dice en estos términos: "No os dejéis
seducir por doctrinas diversas y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que
con alimentos, que nada aprovecharon a los que
siguieron ese camino." (Biblia de Jerusalén).
La doctrina de la transubstanciación, enseñanza principalísima del católicismo romano, por ser fundametal para su sacerdocio, es extraña a la doctrina bíblica, y niega implícitamente que Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por siempre, y que su persona, no se transubstancia, como extrañamente pretende el sacerdocio romanista, sino que es recordada (tal como Él lo encomendó), en su acto de entrega "hecho una sola vez y para siempre" "sobre la cruz", "hasta que Él venga". "Pues cada vez que comáis este pan y
bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del
Señor, hasta que venga." (1 Corintios 11:26. Biblia de Jerusalén).
Quienes deseén comprender mejor la doctrina católica y su divergencia respecto de la libertad que hallamos en la enseñanza de Cristo, conforme su Espíritu, pueden investigar y confirma lo que hemos considerado hasta aquí.
Para quienes han recibido el testimonio, los animo a regocijarse en el Señor, viviendo con gratitud y confianza, sabiendo que Él te regala una adopción que no depende de tus buenas obras, sino de Su obra en la cruz, de modo que podamos transitar el camino de paso por este mundo, anunciando la paz con Dios por medio de su obra, en la que descansa nuestra alma, porque todo pecado es quitado si lo reconocemos delante de Él, ya que "si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." (1 Juan 1:9).
Y sabemos que podemos acercarnos a Dios directamente por medio del Espíritu de Cristo, que tiene todo aquel que es de Cristo (ver Romanos 8:9), sin necesidad de mediadores, "porque por medio de él (Cristo) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios" (Efesios 2:18-19).
Este privilegio no está reservado a una clase especial de hombres y mujeres que trabajan para "ganarse el cielo"; muy por el contrario, nuestro derecho a ser hijos de Dios ha sido una absoluta disposición de Su beneplácito (conf. Juan 1:12-13), de modo que todo aquel que pone toda su confianza y esperanza en la gracia que es en Cristo Jesús "no será avergonzado" (Romanos 10:11) porque "ha pasado de muerte a vida" ya que ha creído a la voz del Señor que vive en la Escritura:
"De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." (Juan 5:24)
La gran Iglesia de Roma Vaticana dependiente del Papa, usa toda su influencia y apariencia para apartar a la humanidad de la poderosísima verdad que vive en las Palabras de Jesús, las cuales "son espíritu y son vida" (Juan 6:63), palabras que libran a las almas arrebatándolas de las manos del enemigo, el cual, muchas veces, se viste como ángel de luz (ver 2 Corintios 11:13-15) para pervertir la verdad del evangelio el cual "es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16).
Hay quienes ponen su alma en las manos de falsos pastores, falsos maestros, falsos apóstoles, e incluso de un engañoso vicario de Cristo. Pero para quienes les es concedido conocer la verdad en lo íntimo, las palabras del Señor son la confianza de su corazón, y se glorían en el poder de Aquel que nos dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos." (Juan 10:27-30).
"Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro:
sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios." (1 Corintios 3:21-23). No hay un Papa, no hay una "Reina del Cielo", no hay más que los que son de Cristo, y un Cristo de Dios, de modo que podemos concluir citando una vez más la Sagrada Escritura que nos ha sido dada:
"... Dios nuestro Salvador, ... quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo." (1 Timoteo 2:3-6).
Quienes hemos sido rescatados, vivimos para agradar a nuestro Salvador, nunca para alcanzar su favor, porque su amor nos fue dado sin haberlo merecido. Por lo tanto, celebramos su vida confesando su nombre delante de los hombres, procurando vivir justa sobria y piadosamente, alabando a nuestro gran Dios y Salvador, de modo que no tenemos otro Pastor más que aquel que murió y resucitó por sus ovejas para que ya no estén bajo temor, porque "Él nos salvó" y nadie nos puede arrebatar de su mano.
"Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador" (Isaías 43:1-3)
N.M. G.
Amén!
ResponderEliminarAmén! Publico a continuación dos vídeos relacionados. Si bien no debemos contender sobre doctrina, bueno es examinarlo todo. Gloria a nuestro Salvador!
ResponderEliminar