“Bendito el Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo
renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los
muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible,
reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque
ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en
diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que
el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle
visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo
inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras
almas.” (1 Pedro 1:3-9)
El gozo del Espíritu es la fortaleza de los creyentes. El apóstol nos llama a regocijarnos en el Señor siempre (Fil. 4:4). Y también dirá que ellos estaban "como entristecidos, pero siempre gozosos." (2 Cor. 6:10)
Nuestro gozo es esa alegría de haber sido rescatados por el Señor. Nos gozamos en la cruz de Cristo. Porque con su muerte "hizo perfectos para siempre a los santificados" (Hebreos 10:14).
Nacer de nuevo, recibir el don del Espíritu Santo, saber a dónde vamos, a quién le pertenecemos, y en mano de quién estamos, es un gozo incomparable. Es la razón por la que nuestro ánimo reboza alabanzas, palabra de verdad, gratitud constante, esperanza inconmovible, y un gozo inefable y glorioso, porque descansamos en las promesas de Aquel que hizo la paz por medio de su muerte, para que todos nuestros pecados encuentren perdón y podamos seguir adelante, plenamente convencidos de las grandísimas y preciosas promesas que hemos recibido.
Trabajar por las cosas que están en el cielo, por el alimento que a vida eterna permanece (Jan 6:27), anhelar la ciudadanía celestial, esperar el día en que Dios mismo vendrá a salvar a los que le esperan, y pondrá a todos los hombres en el lugar que corresponde.
El día viene, nuestra esperanza se cumplirá, y la gloria, la honra y la inmortalidad, serán para los que tienen la fe respecto de la cuál el Señor preguntó: "Pero cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?" (Lucas 18:8)
Esa fe, no es cualquier creencia, es "la fe que ha sido dada una vez a los santos" por la cual se nos llama a "batallar ardientemente" (Judas 1:3), es "la fe no fingida" de Timoteo, la fe que "está segura de lo que espera y convencida de lo que no ve" (Hebreos 11:1).
Esta fe, es la fe que vence al mundo, la fe que viene por oír la palabra de verdad, y creerla de todo corazón.
Es la fe que no teme a los detractores, burladores, negadores, opositores, blasfemos, impíos y necios incrédulos. La fe que se opone a los falsos profetas y apóstoles fraudulentos, a los falsos maestros y guías ciegos.
Es la fe que proclamará al Señor hasta que Él venga. Es la fe que amará lo que el Señor ama, y hará lo que el Señor manda, aunque Él tarde en venir...
Es la fe por la que los discípulos viven, de modo que fue escrito: "El justo vivirá por fe" (Romanos 1:17, Heb. 10:38).
¿Está tu fe llena de gozo?
Si no es así, aliméntala pronto con la palabra de verdad, de modo que te fortalezcas en el Señor y seas lleno de su Espíritu. Entonces, cuando su luz alumbre tu entendimiento, y tu corazón salte en tu interior, tu paz será tan sólida como la diestra que te sostiene, y tu deseo de ver a Dios, tan real como el hambre. Entonces sabrás que nada te podrá separar del amor de Dios, y que su palabra te perfeccionará día tras día, porque "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que salió de la boca de Dios" (Lucas 4:4) y verás como el que comenzó la buena obra en tu alma, la perfeccionará hasta el día de su venida (ver. Filipenses 1:5-7)
Así que, te animo hermano/a a seguir buscando y alimentando ese gozo inefable y glorioso que el mundo no puede dar, esa paz bendita que el Señor otorga a sus hijos, para seguir corriendo la carrera, peleando la buena batalla de la fe, sabiendo que hay una corona reservada para los que aman su venida (2 Timoteo 4:7-8).
Por eso, amados ¡alégrense en el SEÑOR siempre!
¡Amén!
N.M.G.
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