Hay al menos dos recursos para rechazar el mensaje de la Biblia. Uno, es decir simplemente que uno no cree en lo que allí se nos dice, el otro es decir que aunque lo creamos, lo rechazamos porque no estamos de acuerdo. O sea, podemos cerrar los ojos para decir que no vemos, o decir que vemos, pero no nos gusta la imagen observada. Bueno, si consideramos la mayoría de las opiniones, las personas pretenden sostener su rechazo a los mandamientos, promesas, testimonios y advertencias bíblicas, en que no pueden creer ciertas cosas por resultarles inverosímiles. Si sos de esas personas, te invito a seguir leyendo.
Hay una pretensión de querer poder explicarlo todo (a través de la apologética religiosa y/o cristiana y los argumentos racionalistas: "la sabiduría de los hombres"), que choca con la naturaleza del poder de Dios, que es, precisamente sobre lo que se nos dice que debe estar fundada nuestra fe, y no sobre las explicaciones de los hombres (conf. 1 Corintios 2:1-5).
La concepción virginal por obra del Espíritu Santo, los grandes milagros del Señor, la propia resurrección, o la ascensión, no pueden ser explicados de manera racional, no admiten prueba científica alguna, escapan a los rudimentos de la capacidad humana, de la misma manera que las fuerzas del cosmos están enteramente fuera de nuestro control. Por lo tanto, la confianza en el testimonio de los testigos de la Palabra (el Verbo de Dios) y el mismo Espíritu que inspiró las Escrituras y las revela para vivificar el entendimiento de los creyentes, es la única garantía y arras de nuestra fe (ver 2 Corintios 1:9-22).
Ninguna apologética, por más útil que sea, resulta suficiente frente al elemento vital que sólo Dios puede dar ("por gracia... pues es don de Dios" Efesios 2:8). Los que rechazan el testimonio de las obras de Dios (la creación, la historia de su pueblo escogido y sus Sagradas Escrituras, el anuncio de los profetas tocante al Mesías, el ministerio del Señor Jesús y sus apóstoles, y las profecías finales con Cristo viniendo en poder y gloria), enfrentarán ese poder, el poder del Todopoderoso, no como la buena nueva del evangelio que "es poder de Dios para salvación" (Romanos 1:16), sino como el poder de su ira, que ha de destruir a los adversarios (Salmo 76:7; Malaquías 3:2; Hebreos 10:26-27). El que salva es el mismo que dijo: "Mía es la venganza".
El arrepentimiento al que llama el evangelio de nuestro Salvador, requiere humildad, es por eso que se rechaza la fe que se somete a Cristo por completo, no teniendo ninguna confianza en uno mismo. El ser humano que cuestiona a Dios en su pequeña soberbia intelectual, con la que se envanece en razonamientos engañosos y necios rehúsa reconocer la más elemental de las realidades de nuestra propia existencia: "Reconozcan que el SEÑOR es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos." (Salmos 100:3)
Arrepiéntanse y crean al evangelio, no es un curso de apologética para que podamos responder lo que sólo Dios conoce, es la Palabra del Señor de los ejércitos celestiales anunciando la paz con Dios antes de que venga el día de la venganza en el cual los incrédulos e impíos llorarán, lamentarán y recibirán lo que les toca a los que rehúsan creer en el nombre del unigénito. Yo les enseñaré a quien deben temer, dice el Señor Jesucristo:
"Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed."(Lucas 12:5)
Como dijo James Denney "quienes se niegan tercamente a someterse al evangelio, a amar y obedecer a Jesús, sufrirán en el Juicio Final una pérdida infinita e irreparable. Pasarán a una noche donde no habrá jamás amanecer."
Creo que nos cuesta pesar esta afirmación, porque su peso es tremendo, y está mucho más allá de nuestra capacidad de juzgar correctamente las cosas. Porque, a la verdad, la ira de Dios es algo de lo que no sólo se nos advierte firme y frecuentemente en las Escrituras, sino algo que también se describe con figuras e imágenes terribles, de modo que corramos con todas nuestras fuerzas a refugiarnos en el Cordero de Dios. NADIE puede negar la existencia de un juicio moral que habita en nuestras conciencias, a través del cual TODO ser humano puede, y debe, reconocerse deudor de las demandas de la Justicia divina (manifestada en los diez mandamientos, y sus derivaciones).
Por eso, el gran apóstol Pablo, enseñaba que ante todo, se proponía predicar a Cristo crucificado, que es salvación a todo aquel que cree, pero "olor de muerte para muerte" a los que rechazan el mensaje de "la cruz de Cristo" (1 Cor. 1:18), por medio del cual se nos ofrece "una salvación tan grande" (ver Hebreos 2:2-4).
"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él." (2 Corintios 5:21)
Por eso, la Palabra nos amonesta y nos exhorta, para que cumplamos la gran comisión (Marcos 16:14-16), mientras estamos en este mundo que va hacia su destrucción y el juicio final.
"Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan." (Hebreos 9:27-28)
La muerte es el preludio de lo permanente, lo definitivo, en el sentido de que ya no se tiene oportunidad para elegir. Por eso, como está escrito: mientras hay vida, hay esperanza, si hoy oís Su llamado, no lo dejes pasar.
Hoy es tiempo de predicar la locura del evangelio, para la salvación de todo el que cree, o para condenación del que rehúsa recibir la reconciliación pagada con la sangre del único Justo y único Digno de nuestra adoración.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios... El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él." (Evangelio de Juan cap. 3:16-18; 36)
Estimado lector, lectora, ¿ya has recibido la reconciliación con Dios?
Si deseas conocer más al respecto, no dudes en preguntar.
Dios te bendiga.
Nicolás
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