Continuamos con el tema de los aduladores en el mundo "cristiano".
Los aduladores devalúan la exclusiva gloria de Jesucristo y sus implicaciones
La
moralidad, la religión, las reglas de conducta, están para que la gente se
sienta "buena", y el adulador hará un adecuado uso de ellas en sus
discursos. Pero el evangelio de Cristo viene a poner un fundamento
indispensable en el que se basa la verdad fundamental del cristianismo
auténtico: nuestras mejores obras son completamente incapaces de hacernos hijos
de Dios, puesto que, como enseñó el Señor, nos es necesario nacer de nuevo,
del Espíritu (Juan 3:3-6). La vida eterna es un regalo de gracia, donde
el orgullo está totalmente excluido.
El
orgullo pretende ser merecedor de algo. Ganar la aprobación, reclamar “mi
derecho a”, es la pretensión del hombre natural, ajeno a la verdad. Y la verdad
es que: “… todo lo que la ley dice, lo dice a los que
están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el
juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será
justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado.” (Romanos 3:19-20).
La
gloria exclusiva y absoluta de Cristo, radica en que sólo por medio de la fe en
Él una persona puede ser salva (Hechos 4:12). Esta fe
reconoce y exalta a Cristo el Señor, por sobre todas las cosas, como está
escrito: “estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:8-11).
Nada,
absolutamente nada de lo que el hombre haga en nombre de Dios y toda religión,
puede darle el derecho a ser adoptado en la familia de Dios. Porque no es por
obras, sino por gracia (“para que nadie se gloríe”), esto es, como el resultado
de algo completamente pagado por la sangre derramada por Cristo en la cruz (ver
“consumado es” Juan 19:30). Esta es su gloria, como está escrito: “Así dice
Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la
tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora sobre ella, y
espíritu a los que por ella andan: Yo Jehová te he llamado en justicia, y te
sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de
las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la
cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas. Yo
Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a
esculturas.” (Isaías 42:5-8)
Abrir
los ojos de los ciegos, y sacar de la cárcel a los presos, es un acto
sobrenatural, en donde el hombre natural llega a ser consciente del mundo
espiritual que le rodea, para comenzar a ver ese reino de los cielos, del cual
el Señor dijo que sin el nuevo nacimiento no se puede ver.
Pues
bien, el adulador no trata estas cosas, no tiene puestos los ojos en Jesús,
como el “Autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2), sino en los
intereses de este mundo, por lo que pone los ojos en las cantidades, el número
de seguidores, de asistentes, la recaudación, las bendiciones, etc. El adulador
no expone la necesidad del alma humana que sólo Dios en su exclusiva potestad
puede saciar por medio de “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede
recibir” (Juan 14:17). Por el contrario, los aduladores se ponen como “ungidos”
para imponer las manos, realizar rituales, declarar proféticamente, etc., de
modo que sus seguidores tomen estas acciones como la obra de Dios, lo cual,
claro está, está lleno de actuación y falsedades, grandilocuencias que nunca
humillan el ego de las personas, sino que la llenan de falsas promesas de
prosperidad o de hueco espiritualismo, a los oyentes.
Admirar,
exaltar y adorar al Padre a través de Jesucristo es el resultado de una
ministración conforme a la Palabra de Dios. Esta gloria de Cristo eclipsa todo
intento de los hombres por pretender ser algo, como escribiera el apóstol
Pablo: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que
ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el
crecimiento” (1 Corintios 3:6-7).
Dios
da el crecimiento, y ese crecimiento viene por el oír la palabra de Dios. Sin
embargo, el adulador no planta ni riega la Palabra de Dios conforme a todo el
consejo de Dios, sino basado en una mezcla de historias, anécdotas y un poco de Biblia
con poco contexto. Por esto, la persona que lo sigue, nunca llega al conocimiento de la
verdad, porque sólo recibe un cóctel de seudo cristianismo carnal. Y ¿qué es un
cristianismo “carnal”? Es toda enseñanza que no somete al hombre al señorío de
Cristo y sus mandamientos. Es toda enseñanza que convierte en libertinaje la gracia
de Dios. Es toda enseñanza que no lleva a la comunión del creyente con el Padre
y el Hijo, sino a la mera bendición que pueda resultar de “tener fe”.
En el
siguiente punto trataremos esta última consideración que nos lleva a las declaraciones del Señor en su Palabra.
N.M.G.
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